s.XX - Post-vanguardias - Waldo Rojas: Fragmentos de una reflexión sobre la poesía, 1982-2001


Para mí, lo poético es algo que tiene lugar en el recinto del lenguaje, como fenómeno objetivo/subjetivo, y sólo allí. Es decir, una capacidad del lenguaje y no un contenido del mundo extralingüístico. Enseguida, la poesía cabe entera en el poema y no posee otro espacio que la realidad del mismo. El poema es así cada vez su propio modelo, él es su lenguaje. Ahora bien, el lenguaje de la poesía no es otro que las viejas “palabras de la tribu”, el habla cotidiana, pero su movilización en el poema hace de él otra cosa, conlleva otro acto. (No se escribe como se habla ni de aquello que es mejor comunicar del modo como se habla). El poema ocupa un más allá del lenguaje que es un más acá de la comunicación tradicional, territorio de la opacidad de la palabra donde las palabras se pierden para otra causa que no sea la de su propia consistencia. Es el fracaso de toda comunicación en el sentido en que ésta reduce la palabra a un puro instrumento transparente. Es para mí toda la diferencia entre la prosa y la poesía. El poema es la postulación positiva de aquella in-utilidad así como la elección deliberada de ese “fracaso”. Sin embargo, en el poema todo ocurre en el mundo del sentido, que es el único mundo posible todo lo misterioso que se quiera, todo lo henchido de sugerencia, pero ajeno a toda alquimia, magia, o invocación de poderes ocultos. No hay, pues, categorías poéticas, sólo poemas más o menos felices.

“Conversación con Waldo Rojas”, in Trilce, n 17, Madrid, España, 1982.

La poesía no es lenguaje de la comunicación, ella es más bien su fracaso y la postulación de ese fracaso. Para la comunicación están todas las gamas de los lenguajes institucionalizados y sumisos, las lenguas adiestradas, amaestradas. Las palabras del poema son objetos opacos que se mueven y evolucionan morosamente en el espacio del sentido. Algo fundamental del ser del hombre sin embargo, se juega allí, en ese punto adonde el lenguaje se erige en realidad absoluta de lo humano; algo fundamental que sólo los poetas dicen en su decir, que es un decir que se dicta a sí mismo, no para comunicar, sino para hacer aparecer.
“Los poetas del Sesenta: aclaraciones en torno a una leyenda en vías de aparición”, in Lar 2-3, Madrid, España, abril 1984.
El poeta y su poesía sobrellevan una paradójica coexistencia a distancia. La realidad del uno y la realidad de la otra no son substancialmente reductibles. La poesía, es decir, la actualización de la materia significativa de un poema, sólo se cumple en la dialéctica de un lector y un texto; puesto que el poema dice algo pero da a significar otra cosa, y puesto que ya el contenido de ese decir no es una réplica del mundo que envuelve al poeta. La realidad del uno y la realidad de la otra se despliegan en mundos y tiempos sólo paralelos: la poesía es texto y un texto está hecho para prescindir de referencias, prescindencia que la poesía erige en su primera condición. Las palabras del poema no profieren el mundo del poeta, antes bien la existencia real del poeta mismo aparece de pronto como un dispositivo del texto para decirse a sí mismo. La lengua —bien se sabe— altera la realidad; las palabras de todos los días son ya una mitología de lo real. Las palabras del poema no son palabras en ese sentido, sino la perversión del uso y costumbres de las mismas. Afincado bien o mal en la realidad, a menudo en ruptura con ella y denunciador del escándalo de la existencia, el poeta sólo puede existir para su poesía como un mito revelado al interior de ella.
“Algunas luces sobre los Crepúsculos de Castellano”, in Cuadernos Americanos, Año XLIV, Vol. CCLXI, México, Julio-Agosto 1985.

El poema no comunica ni lo mismo ni del mismo modo que el lenguaje ordinario, el de la comunicación corriente. En poesía no hay un “mensaje” que se transmite con ayuda de algunas palabras dispuestas en el texto de manera un poco inhabitual. Si el poema, en tanto que hecho estético, comunica algo, ese algo no es una experiencia exterior a las palabras, respecto del cual esas palabras son sólo un instrumento transparente e intercambiable por otras igualmente transparentes. El poema es un objeto hecho de palabras y lo que él comunica es el hecho complejo de su ser objeto, de su ser una realidad en sí mismo. Comunicar en poesía es vivir una experiencia en que las palabras —instrumentos de la idea o de la experiencia— se vuelven opacas. En esa experiencia la distinción entre “significantes” y “significados” se vuelve azarosa o se anula.
[...]
Los filósofos y los teólogos trabajan con ideas pero los poetas trabajan con palabras y las palabras son ya un mito sobre la realidad, sobre las cosas. Primero [hay] el deseo de hacer un poema, que viene seguramente de una fijación sobre el lenguaje más que sobre las cosas, porque lo primero que el poeta encuentra en su trabajo son palabras, no las cosas que están detrás de las palabras. Liberadas de su motivación, digamos, lógica o convencional, las palabras se abren hacia otra realidad de significaciones, de analogías sonoras, de ecos incontrolables, y es a partir de esa red laberíntica que comienza a circular ahora el sentido. Es en un segundo momento que las convenciones de la significación vuelven por su fuero y atraen esas mismas palabras hacia los protocolos de la comunicación: una formulación, por así decir, banalmente “comprensible” en su superficie. Mi poesía no es, pienso, abstracta ni tampoco hermética, en el sentido de escapar a toda concreción identificable con la textura de la realidad sensible o histórica; o bien, en el sentido de un texto impenetrable. Para decirlo rápidamente, yo aceptaría mejor la idea de que en mis poemas las reglas de la transmisión de un “mensaje” están en el poema como unidad de sentido, y no fuera de él. Mis poemas hablan de la experiencia a través de esa mediación así como a través de la mediación de la cultura literaria. [...]
Yo confieso que al escribir poesía hago literatura: quiero decir que hay contenidos y formulaciones que si se pueden decir mejor en prosa no vale la pena hacerlo en poesía. La lengua del poema no es un instrumento del que uno se sirve sino un objeto en sí. Un poema es un objeto hecho de palabras, con las palabras justas y precisas; ninguna otra formulación es posible para decir lo mismo. Un poema es un texto, es decir, algo que no requiere del sostén de la verdad para existir ni de su adecuación a una realidad extra-verbal para ser válido.
[...] Pienso que el poema sabe más que el poeta. Puesto que una vez cumplido el poema las razones que él tiene para ser son mucho más numerosas que las que el poeta puede dar para justificar o explicar su existencia.
[...] Yo creo que escribo —a falta de razones para mí más claras— porque no puedo dejar de hacerlo. Porque me parece algo útil, aunque de oscura utilidad. Valga decir a ese respecto que los poetas son una curiosa categoría de personajes que se empecinan en prestarle a la sociedad un servicio que la sociedad jamás les ha pedido… [...]
“Waldo Rojas: Chile y la poesía”, entrevista de Ted Lyon in Chasqui (Revista de Literatura Latinoamericana), vol. XVII, n 2, nov. 1988, Provo, Utah, USA.

No se lo dirá nunca lo bastante: un poema genuino admite numerosas aproximaciones que ponen de manifiesto sucesiva o simultáneamente su verdad poética, su especificidad discursiva. La verdad de un texto poético no tiene por objeto traer a colación el mundo de las experiencias reales o supuestamente reales, aderezadas por enjoyamientos de la palabra. Lo suyo tiene que ver con una utilización heterodoxa de la palabra ordinaria, aquella más patente en las convenciones sociales. Uso a veces conscientemente insurgente respecto de los imperativos y protocolos de la comunicación verbal. La poesía rehúsa a llamar al pan pan y al vino vino sin antes poner en acción en su decir toda aquella red soterrada de conexiones, bifurcaciones, refracciones y ecos que, más allá o más acá de las acotaciones explícitas de esa otra red de apariencias al mismo tiempo estables y colectivas que damos en llamar el Mundo, sostiene la comunicación llana.
“Deploración amorosa y conjuro de la nada. sobre el sentido poético de Mal de Amor de Oscar Hahn”, in Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XVII, n 34, Lima, 2do semestre de 1991, pp. 193-206. Trabajo reproducido en Waldo Rojas, Poesía y cultura poética en Chile. Aportes críticos, Editorial Universidad de Santiago, Chile, 2001.



Selección hecha por el propio Waldo Rojas para Artes poéticas

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Waldo Rojas

(Concepción, Chile, 1944)

Bibliografía escogida:
Príncipe de naipes, 1966.
Cielo raso, 1971.
El puente oculto, 1981.
Almenara, 1985.
Fuente itálica, 1991.
Poesía Continua, (antología 1965-1992), Santiago de Chile, Ediciones de la Universidad de Santiago de Chile, 1995.
Deber de Urbanidad, Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2005

Enlaces:
Bio-bibliografía, poemas
Poemas

Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Waldo Rojas

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