s.XX - Poesía social - Jaime Gil de Biedma: SObre el hábito de la literatura como vicio de la mente, 1980


[...]

Jaime Gil de Biedma: La poesía no tiene más función que enunciar, expresar o describir relaciones con objetos sacrales, que lo siguen siendo, ya no lo son, o lo serán. y todo lo que tiene que ver con lo sacro tiene interés.

Carlos Barral: Estoy de acuerdo. Lo que ocurre es que la sacralidad es una forma preliteral de la poesía.

J. G. B.: Diría que un objeto, o un paisaje, o una relación son sagrados cuando te devuelven una imagen completa e inteligible de ti mismo.

C. B.: Es el principio del mito, ¿no? Pero, para ser más precisos, yo añadiría que eso tiene mucho que ver con los nombres. Es decir, si tú no puedes nombrar eso, eso no es. No es ni si- quiera sacro. El sentimiento salvaje de adscripción a ese paisaje, a ese mundo, o a ese objeto, no es nada, si no está nominado. La referencia imaginativa es el pacto básicamente nominal, verbal.

J. G. B.: Cuando no puedes volver al sitio siempre que quieras. Si puedes volver siempre que quieras, y la relación sacra se produce, no necesitas nombrarlo.

C. B.: Creo que, de una manera absolutamente privada, lo nombrarías.

J. G. B.: Sí, pero de otro modo. Algo como aquello de que había un nombre de Dios para nombrar y otro nombre de Dios que no se nombraba. Es lo mismo.

C. B.: Yo creo que, sin nombre, no hay relación sacral.

J. G. B.: No la hay sin imagen.

C. B.: Pero los límites de la imagen son límites verbales. J. G. B.: Lo que hace el nombre es fijarla. Yo no creo que uno escriba específica mente para nombrar .

C. B.: y yo creo que nos estamos escapando del tema. Lo que quería hacer era reducirte al callejón de escoger entre la vida y la literatura, o de hacerte confesar que, para ti, no hay vida sin literatura. Sería muy divertido, por ejemplo, llevarlo al terreno político.

J. G. B.: ¿Al terreno político? jAh, no!

[...]

C. B.: Lo que quiero decir es que la literatura es una especie de formulación de la vida, no sólo del literato que escribe, sino de toda persona que vive en función de la verbalización de todas sus experiencias. Llega un momento en que eso es algo así como una intención terrible que impotencia frente a la vida, a la acción. Llega un momento en que uno no tiene más vida que lo que uno tiene escrito, y que los estímulos ante la vida son básicamente verbales. Se acaba siendo un personaje de sí mismo.

J. G. B.: Eso no les pasa sólo a los escritores. Les ocurre también a los abogados del Estado…

C. B.: No, porque la literatura es el único ámbito cósmico que es del mismo tamaño que la luna; como el lenguaje es el único ámbito del mismo tamaño que el pensamiento. y no es posible comparar el tamaño del pensamiento y del lenguaje porque no hay pensamiento no verbalizado. Eso no ocurre, por ejemplo, con la pintura, o con la música, ni con ninguna otra actividad estética.

J. G. B.: Pero, Carlos, eso sucede en cualquier otra actividad, como la de juez de primera instancia, o…

C. B.: No, no es cierto, protesto, jno hay ninguna semejanza!

J. G. B.: ...o la de político… Por ejemplo, el problema de los políticos, en cuanto se definen como personajes, es que actúan siempre según los principios de la Poética de Aristóteles, pero tienen que prometer un happy end, yeso, está claro, no va nada con los principios de la Poética de Aristóteles.

C. B.: Pero ese es otro problema. Vamos al problema funda- mental: el de la ideología de la naturaleza o la ideología de la literatura, siendo la primera más amplia que la segunda, entendiendo por literatura un planteamiento crítico y verbal de todo lo que es.

J. G. B.: No sé, la naturaleza también es más amplia que la legumbre…

C. B.: Sí, pero el problema es llegar a la naturaleza por otro procedimiento.

J. G. B.: ¿Por qué no dejas a la naturaleza en paz?

C. B.: La naturaleza es todo lo que no es literatura.

J. G. B.: Puede ser la realidad…

C. B.: Es lo mismo.

J. G; B.: Es curioso, pero en el siglo XVIII no era lo mismo.

C. B.: Pues, no veo que pueda ser otra cosa. A no ser que te refieras a una realidad que no sea natural.

J. G. B.: En el siglo XVIII, no se hablaba de realidad. Se hablaba de naturaleza todavía. En toda la cultura clásica, la literatura, o el arte, no son una imitación de lá realidad; son una imitación de la naturaleza.

C. B.: ¿Y qué?

J. G. B.: La naturaleza es, de por sí, una construcción, una noción filosófica, un sistema de ideas. Ahora bien, ¿por qué se pasó de decir naturaleza a decir realidad?

C. B.: Jugando a esas cosas que nos gustan, que es hablar de lo que nosotros no sabemos, podríamos encontrar su origen histórico.

J. G. B.: Desde luego, no me imagino a Lope ni a Calderón, ni siquiera a Cervantes, utilizando la palabra «realidad».

C. B.: En un discurso puramente descriptivo, no. Es muy pro- bable que la utilización de la palabra provenga de la Contrarreforma, es decir, de la sociedad barroca ¿no? y que haya ido en aumento con el idealismo.

J. G. B.: Yo creo que es puramente decimonónica.

C. B.: ¿Idealista?

J. G. B.: Que viene de la crítica idealista del conocimiento en el siglo XVIII y que hace su aparición, después, en el XIX. Creo que, al utilizar «realidad» y «naturaleza» como sinónimos, estamos olvidando algo muy importante: la naturaleza evoca la idea de lo que es siempre igual a sí mismo, en cambio, la realidad es cambiante. O sea, que el hecho de que se haya pasado de decir «naturaleza» a decir «realidad» implica un cambio en la visión de las relaciones humanas y de la historia del hombre. Implica pensar que es más importante lo que cambia que lo invariable.

C. B.: Sí, pero con eso pareces decir que, hasta el siglo XVIII,

la realidad era inmutable.

J. G. B.: Exactamente. Hasta que se liquida la visión sacral

del mundo, el mundo era invariable.

[...]

C. B.: Volvamos a lo que a mí me preocupa: el sentirme un personaje despojado de toda naturaleza. La naturaleza ha sido sustituida por mi disfraz de literato. El tema que tú ya conoces en mí: el de no saber nunca quién soy, ni cuál es mi personaje.

Marsé: ¿ y tú crees que eso es producto exclusivamente de la literatura?

C. B.: De la literatura entendida en un sentido muy amplio. Por ejemplo, cuando subo las escaleras de un museo, dejo de ser la persona que tenía hambre, o sed, para ser el personaje que sube las escaleras de un museo. Estoy observándome a mí mismo todo el tiempo, aun cuando soy consciente de que soy yo la persona que sube las escaleras de un museo.

J. G. B.: Lo que a ti te preocupa es el hecho de cuál de los varios eres tú, ¿no es así?

C. B.: No. Yo sé muy bien que yo no soy ninguno…

J. G. B.: ...O eres todos.

C. B.: No. Soy una cosa que subyace a todos ellos, y, si no me hubiese dedicado a vivir de la imaginación, sería sólo esa cosa que subyace a todos ellos, pero no sé cuál es, no sé dónde está.

J. G. B.: Eres todos ellos. Mira, el dogma trinitario del catolicismo es perfectamente válido. Tres personas y un solo Dios. Ahora bien, lo que a mí me ocurre con ese dogma es que no conozco a nadie normal que sea tan pocas personas. Yo soy muchas más! Tres personas para todo un Dios verdadero, a mí me parece de una escasez y de una pobreza increíbles. Para mí, la literatura, y sobre todo la poesía, es una forma de inventar una identidad.

C. B.: y de continuarla, desarrollarla y complicarla…

Moura: Pero también puede llevar a la disociación total, por- que la literatura no resuelve el problema de la identidad sino sólo momentáneamente.

J. G. B.: No, no lo resuelve, lo alivia, eso sí. La literatura es un simulacro.

Moura: Lo alivia en cuanto a confesión, aun extraño exorcismo, pero no en cuanto a encontrarse entre los múltiples, o encontrar a los múltiples que hacen a uno.

J. G. B.: Sólo se encuentra si se inventa.

C. B.: Se inventa siempre. Uno vive de imaginarse a sí mismo.

Moura: Sí, creo que eso se da bastante en la poesía de Jaime.

J. G. B.: Claro, el personaje es siempre inventado completamente.

C. B.: ¡Ahora sí entr:amos en el tema, mon cher! La poesía de Jaime es una poesía basada sobre el monólogo dramático. En la poesía de Jaime, la imaginación puede llegar a trucos tan evidentes como el de que Jaime dialoga con Jaime difunto.

J. G. B.: ¿Por qué, en lugar de llamarles «evidentes», no les llamas «sutiles»?

C. B.: No, porque la poesía es evidente, no sutil. Cuando Jaime Gil de Biedma escribe contra Jaime Gil de Biedma es evidente que está, si no poniendo en evidencia, al menos llamando la atención sobre eso.

J. G. B.: Lo que yo creo es que cuando un poeta habla en un

poema, quizá no hable como personaje imaginario, pero como personaje imaginado siempre.

C. B.: Esa es mi teoría. Pero los románticos lo disimulaban muy bien, porque asumían su personaje con todo el calor y sin ningún sentido crítico; no ponían ninguna distancia entre el material escribidor de los versos y el personaje del poema. En cambio, en nuestra generación, eso es consciente. Por eso, este me parece un problema cultural grave, en cuanto que significa todo un cambio de la cultura. La cultura es, en fin, connatural- mente crítica, y la vida que se produce dentro de la cultura también.

J. G. B.: Yo creo que los poetas románticos eran críticamente conscientes de eso.

C. B.: No, yo creo que estaban convencidos de que lloraban con sus propias lágrimas. En cambio, el poeta contemporáneo sabe muy bien que llora con lágrimas de uno de sus personajes.

[...]

C. B.: La historia de la poesía, de la literatura y, si quieres, de la cultura está marcada por un hiato que es el momento en que esas cosas dejan de ser artificios aislados para ser artificios conscientes. El hecho es que interviene, digamos, el sentido crítico de la distancia entre la vida y el texto. A lo mejor, aun poeta barroco no le importaba nada, pero de todos modos, estaba igualmente condicionado, en el fondo actuaba igual.

J. G. B.: El problema que se planteaba un poeta barroco no era jamás el de la validez objetiva que puede tener lo que el poema dice. En cambio, es el problema central de la poesía a partir del romanticismo.

C. B.: Decimos lo mismo, en realidad.

[...]

J. G. B.: La poesía consiste en integrar hechos y objetos, de un lado, y significaciones, por otro, e integrarlos en una identidad que es a la vez el hecho, el objeto y la significación. Eso también lo hacían los poetas clásicos, pero ellos se apoyaban en una visión supuestamente universal de la naturaleza, que el poeta moderno no tiene. Por tanto, lo que debe hacer un poeta moderno es mostrar los límites subjetivos de esa integración entre hechos, objetos y significaciones. Es decir, sólo una vez que en el poema estén claramente expresos los límites subjetivos de la integración de valores y significaciones con objetos y hechos, el poema será válido.

[...]

En: Gil de Biedma, El pie de la letra, Crítica, 1980. Fuente: Pedro Provencio, Poéticas españolas contemporáneas, I, Hiperión, 1988.

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Jaime Gil de Biedma

(Barcelona, 1929-1990)
Bibliografía escogida:
Diario del artista seriamente enfermo, 1956.
Según sentencia del tiempo, 1953.
Compañeros de viaje, 1959.
Moralidades, 1966.
Poemas póstumos, 1968.
Las palabras del verbo, Lumen, 1998.

Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Jaime Gil de Biedma

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