s.XX - Poesía experimental - Guillermo Carnero: Poética, 1986


Creo que todavía hoy sigue vigente el espíritu de la tradicional definición de poesía lírica que le atribuía la misión de proporcionar documentos morales en lenguaje artístico. Claro está que los conceptos de moralidad y de lenguaje artístico han de ser profundamente matizados para que la definición pueda seguir teniendo valor .

Cuando los neoclásicos, por ejemplo, hablaban de la moralidad poética estaban pensando en un código de validez universal arraigado en un concepto del mundo de signo conservador y fundamento religioso. Y su idea de lenguaje artístico, aunque no se limitara a una mera enunciación próxima a la norma lingüística, atendía fundamentalmente a la transparencia del mensaje bajo procedimientos estilísticos de descodificación no problemática.

La idea de moralidad que todavía tiene hoy sentido atribuir a la poesía es muy distinta. Está desprovista, no hace falta decirlo de todo carácter de normatividad o generalidad. Pero incluso quien carezca de toda clase de creencias y se considere un caso aislado sobre la tierra ejercitará siempre cierta clase de reflexión que puede llamarse moral, y en la que reside el más puro sentido de la palabra, ajeno al terrorismo intelectual y a la represión que la ha venido acompañando en la Historia. El hombre actúa moralmente cuando la trayectoria de su propia vida anecdótica pone en marcha su pensamiento y su sensibilidad y lo lleva a extraer conclusiones, que para existir no , necesitan referirse a ningún sistema ideológico trascendente.

Reflexiones aras de tierra que, cuando las ejercita un poeta, nunca tomarán la apariencia de pensamiento articulado: tendrán la lógica profunda de su arraigo vital, bajo un rosario de imágenes discontinuas. No creo que exista poesía auténtica más que ésta; su significado emocional se hace inmediatamente perceptible a todo buen lector de poesía. Volviendo al segundo término de la definición, la Historia va erosionando progresivamente el catálogo de lenguajes poéticos posibles. Cada época define un discurso poético propio, que a su vez se convierte en norma dentro del ámbito literario. Al ser totalmente previsible deja de significar: los textos que lo ejercitan se vuelven páginas en blanco.

La situación de la poesía española era, en los años sesenta, francamente regresiva desde este punto de vista. Daban sus últimos coletazos dos códigos caducos. El primero, el del realismo social, con el punto de mira puesto en la transmisión de mensajes extraliterarios y la desconfianza armada contra todo lo que dificultara la comprensión mayoritaria de unos textos que se concebían como meros vehículos para esa transmisión. Dirá Gabriel Celaya, en su poética de la Consultada de 1952, que el lenguaje del poema ha de ser como el flash que se queme en el acto de la comunicación.

El segundo heredaba el vitalismo elemental del existencialismo de los años cuarenta y, junto a teatrales y patéticas exhibiciones viscerales de la grandeza y servidumbre de la condición humana, llegaba a lo sumo a poner en práctica envejecidos y elementales procedimientos simbolizadores aprendidos en don Antonio Machado.

Si tales lenguajes se autodestruían en el momento de ser emitidos, gozaron, sin embargo, a fuerza de reiteración y simplicidad, de la adhesión del mínimo público que la poesía tiene en este país, y de la de los llamados críticos, los cuales, en términos generales, habían abdicado, por voluntad y por destino, de su misión primordial.

Cuando una nueva generación o promoción (o lo que se quiera) aparece en el ámbito poético español a mediados de los sesenta, ha de enfrentarse ala caducidad de los lenguajes existentes. No entraré en las distintas soluciones que para el caso existieron, y me referiré a la mía.

Creo no haber escrito nunca en poema que no entre en la definición de poesía como documento moral; de hecho, soy incapaz de escribir (y más aún, de sentir las más mínimas incitaciones previas al hecho de hacerlo) desde otro punto de vista. Jamás he escrito una línea en la que no estuviera presenta la necesidad de dar cuenta de mí mismo. Claro que en ello está el núcleo del problema, el de la renovación literaria y el de la incomprensión de la crítica. Si se parte de la convicción en, la absoluta putrefacción del lenguaje de estirpe romántica no hay más remedio que utilizar procedimientos indirectos de expresión del yo lírico. Nuestro redescubrimiento del Modernismo hispanoamericano y del Parnaso y el Simbolismo francés no se debía, como caricaturizaron algunos, a afanes preciosistas neobarrocos, sino a la búsqueda de medios con los cuales decir de uno mismo sin nombrarse ni utilizar la primera persona. La gran herencia de estas escuelas es haber definido la historia de la cultura como universo simbolizador; y estoy pensando fundamentalmente en los personajes (Oscar Wilde, por ejemplo, o Fabrizio del Dongo) que se designaban como simbolizadores del propio yo por analogía, y en ello adquirían la condición de documentos morales. Que los referentes culturales hayan podido ser utilizados en algún caso como simple pacotilla decorativa no elimina su significado y su legitimidad. La tienen igualmente las consideraciones metapoéticas en quien siente como algo conflictivo la relación entre su personalidad, el lenguaje y el mundo.

En: Guillermo Carnero, “Poética”, en “El estado de la poesía”, Los cuadernos del Norte, 1986. De: Pedro Provencio, Poéticas españolas contemporáneas, Hiperión, Madrid, 1988.

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Guillerno Carnero

(Valencia, España, 1947)

Bibliografía escogida:
Ensayo de una teoría de la visión, poesía 1966-1977, Hiperión, 1983.
Dibujo de la muerte: obra poética, Cátedra, 1998
Verano inglés, Tusquets, 1999.

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Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Guillermo Carnero

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