s.XX - Poesía social - Ángel González: Sobre la poesía: un alegato, 2002


Todo el mundo sabe, o cree saber, lo que significa la palabra “poesía”. Eso me exime de definirla, tarea de la que, por otra parte, no me siento capaz, pues es una noción más escurridiza e inestable de lo que en principio puede parecer: cambia con el tiempo,.los poetas y los lectores tienen sus particulares y con frecuencia excluyentes maneras de entenderla y a veces —tan grandes y graves son las diferencias— se agrupan en bandos que se enfrentan en guerras verbales para defender la legitimidad de sus puntos de vista y descalificar los ajenos. Eso no es cosa de hoy, ha pasado siempre. Quevedo no soportaba a Góngora, y Góngora no podía aguantar a Quevedo. Y sin embargo, los dos fueron y siguen siendo altísimos poetas.

Habrá que convenir que la poesía puede ser entendida, y de hecho lo es, de muchas y muy diversas maneras. Por eso es tan difícil de definir. He buscado en varios diccionarios —confieso que en no muchos—la entrada “poesía”, y en ninguno encontré una explicación satisfactoria. Algunos, curiosamente aquellos de los que esperaba la información más luminosa, como la Princeton Encyclopedia of Poetry and Poetics y el Diccionario de términos filo1ógicos de Lázaro Carreter, ni siquieran le dan entrada a esa palabra.

En vista de tanta imprecisión y tanto enigma, no es extraño que una ingenua muchacha (supongo) de ojos azules (eso seguro) le plantease a Gustavo Adolfo Bécquer la famosa pregunta: “¿Qué es poesía?”. Los poetas lo suelen tener más claro que los lexicógrafos, y Bécquer no vaciló en pronunciar su categórica y no menos famosa respuesta: “Poesía eres tú”. Pero no todos iban a estar de acuerdo con esa propuesta (las feministas, por ejemplo, la impugnan con violencia). Probablemente, un romántico puro y duro habría respondido: “Poesía soy yo”. Por su parte, Verlaine creía que la poesía era, antes que otra cosa, música. Unamuno pensaba lo contrario: “algo que no es música es la poesía”. Antonio Machado afirmaba que la poesía es “palabra en el tiempo”. Y Apollinaire no tendría empacho en corregir a Machado para decidir que la poesía es palabra en el espacio.

La diversidad de opiniones no debe en ningún caso sorprendernos. Ya Luis Cernuda había advertido que “en la morada de la poesía hay muchas mansiones”. Así es, por fortuna; porque en esa multiplicidad de “mansiones” consiste la grandeza y el esplendor de la poesía. Lo que ocurre es que un poeta no puede ocuparlas todas, está obligado a elegir su propio espacio, por fuerza limitado, y desde él piensa, opina y escribe. Cuando un poeta habla de poesía, está justificando o defendiendo, aunque no lo sepa, su posición dentro de la gran “morada” en la que habita. Yo sí lo sé, y no quiero ocultar que lo que diga aquí acerca de la poesía, en el fondo no será más que un alegato en defensa de mis intereses.

En cualquier caso, la propuesta de Machado me parece en principio totalizadora, objetiva e inobjetable. Nadie puede negar que la poesía se hace con palabras, consiste en palabras. Pero al situar la palabra poética “en el tiempo”, Machado está entrando en un terreno más 2 problemático. Su definición, tan sencilla y transparente, es tal vez por eso mismo ambigua y misteriosa, está cargada de sugerencias. ¿Indica que la palabra poética está sujeta a las mudanzas que el tiempo impone a todo lo que es en él? Yo creo que más bien (o también) insinúa lo contrario: que la palabra poética perdura en el tiempo, se salva de sus acechanzas en el poema, pervive en él; es —gran paradoja— temporal ya la vez “esencial”, Y, según se desprende de otros comentarios de Machado (de Juan de Mairena), esa palabra salvada en el tiempo es asimismo salvadora del tiempo, concebido ahora en su dimensión histórica: “lo que el poeta pretende eternizar” —dice Mairena— “es el diálogo del hombre con su tiempo” (el subrayado es mío).
[...]

Porque yo soy de los que creen que la poesía, la gran poesía, está inseparablemente unida a la vida. Sé que todavía hay quien piensa que la poesía es una realidad autónoma, justificada en y por sí misma: arte puro. Mi concepto de la poesía y del arte en general es diferente. No confundo, por supuesto, la poesía con la vida, la realidad con el arte; sé muy bien que son cosas distintas, No las confundo, pero sí las fundo. Como lector y como escritor, me importan poco las obras literarias en las que no se advierta de alguna manera esa fusión de vida y arte. Estoy hablando de la vida no como una noción general y abstracta, sino de la vida como experiencia humana, como vivencia de un tiempo concreto y limitado, destinada por tanto —dicho sea en el sentido más corriente de una frase hecha— “a pasar a la historia”. Eso es lo fatal: que la vida de cada ser humano se extinga, llegue a ser algo pretérito, pase a la historia. Que la historia —entendida ahora como el conjunto de acontecimientos públicos que nos afectan en mayor o menor medida a todos—, que la historia, repito, así concebida pase a la vida del hombre es también inevitable, pero ése es un hecho que admite gradaciones. Hay periodos (pocos) que podemos calificar sin demasiada inexactitud de normales, en los que los ciudadanos pueden vívir relativamente al margen de la historia, enclaustrarse en su mundo privado sin excesivo esfuerzo ni notoria indignidad. Pero hay momentos excepcionales en los que la supuesta normalidad hace quiebra, y lo que ocurre en nuestro entorno inmediato es tan grave y perturbador que llega a invadir nuestra privacidad, la colma, la nutre. El ser humano cobra entonces conciencia de que es, lo quiera o no, parte de la historia y, como fragmento de un todo que lo desborda, vive enajenado, pierde libertad y opciones: su existencia queda determinada en gran parte por la historia, que condiciona en desproporcionada medida sus actos, su sentimiento, su pensamiento, una importante zona de su ser; y también, si es poeta, de su escritura.

Quede así justificada (ya advertí que esto iba a ser un alegato) la estética del socialrealismo o del compromiso que dominó en España en torno a los años cincuenta, y la parte de mi poesía que responde a esa tendencia.
[...]

Termino recordándoles que esto es un alegato, escrito sin pretensiones de objetividad. Sólo he tratado de exponer, o de defender, mi personal manera de entender la palabra “poesía”, término esquivo y huidizo al que es necesario acercarse por partes y con cautela. En mi defensa, he apelado al testimonio de algunos poetas, elegidos al azar entre otros muchos que también admiro. No quise citar en este pleito a los teóricos de la literatura, porque esos son los peores; aunque en teoría sus voces sean las más autorizadas para dilucidar estos temas, en realidad sus declaraciones, tan dispares como en ocasiones disparatadas, hubieran enturbiado un asunto que para mí está muy claro.

Si se trata de saber qué es la poesía, voy a responder —vamos a responder— con concisión para poner fin a este texto un tanto divagatorio: poesía eres tú, y es yo, y es música, y es algo que no es música, y muchas cosas más que doy por buenas: “comunicación” (Aleixandre); “conocimiento” (varios autores); “sentimiento pensado” (Unamuno); “sucesión de sonidos elocuentes” (Larrea); “expresión y reunión” (Blas de Otero)... Todas esas propuestas cuentan con mi asentimiento.

Disiento, en cambio, de quienes afirman que la poesía es “inanidad sonora” (Mallarmé), o “silencio” (Valente et alii): dos formas extremas de “pureza” que vacían de contenido al signo estético, y lo reducen a una costra de insignificancia. No es que valore la poesía por su contenido; no ignoro que la poesía se define como tal por su “forma”. Pero creo, como Valente creyó un día, que “el cántaro que tiene la suprema I realidad de la forma, (...) el cántaro que existe conteniendo, I hueco de contener se quebraría… El cántaro y el canto”.

He dicho tan sólo algo de todo lo que se puede decir acerca de la poesía, que es mucho. En cualquier caso, lo dicho es suficiente para que se advierta mi personal manera de entenderla; una “manera personal” que no pretende ser original o exclusiva, pero que no por compartida deja de ser también mía.

Albuquerque, Nuevo México, marzo, 2002



De La Estafeta del Viento. Revista de poesía de la Casa de América nº1. Primavera-Verano 2002
En: http://infopoesia.net

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Ángel González

(Oviedo, 1925 – Madrid, 2008)

Bibliografía escogida:
A todo amor (antología), Visor, Madrid, 1996.
Palabra sobre palabra, Seix Barral, Barcelona, 2000.
101+19 = 120 poemas, Visor, Madrid, 2000.
Otoños y otras luces, Tusquets, Barcelona, 2001.

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