Siglo XIX - Romanticismo - Jacinto de Salas y Quiroga: Prólogo a Poesías, 1834


Al pueblo español, en la época de su regeneración política y literario.

Quizás mis versos secarán el llanto de algún hombre inocente y afligido. Alma ardorosa con secreto encanto, menospreciando el mundanal ruido, quizá hallará en mis versos candorosos mayor verdad que en versos más famosos.

J. L DE MORA. – Poesías inéditas.

Le poète est semblable aux oiseaux de passage qui ne bâtissent point leur nids sur le rivage, qui ne se posent pas sur les rameaux des bois; nonchalamment bercés sur le courant de l’onde, ils passent en chantant loin des bords; et le monde ne connaît rien d’eux que leur voix.

LAMARTINE.

Demasiado joven todavía para permitirme discurrir sobre asuntos que demandan larga experiencia y profundos conocimientos, me limito a trazar tal cual vez sobre el papel la expresión de mis sensaciones juveniles. Y si el deseo de gloria es grande en mí, cual debe serlo a mis años y con mis gustos, mas pienso, siempre que me ocupo en alguna composición poética, en el placer íntimo de mi alma, que en el vano renombre que con ella conseguir pudiera. Tal es el poeta; mientras la multitud se juzga el único pensamiento del genio, tal vez no merece de él ni un leve recuerdo. Porque el fundamento del genio, y sobre todo del genio poético, es la libertad, y quien quiere hacer una mercancía de sus inspiraciones, no puede jamás ser sublime. Digo mercancía, pues lo mismo me da trocar versos por aplausos que por dinero. Yo quisiera que el poeta, menos sujeto a reglas y más observador de la naturaleza, no caminase siempre por el sendero que han trazado sus mayores. Mas camino que uno conduce a la perfección, y quieren muy en vano los apologistas de la rutina citarnos los desbarros de algún ingenio que marcha sin más guía que la razón, para convencernos de que, fuera de las antiguas leyes, no hay acierto. Más creíble se hiciese esto si no pudiésemos presentarles a cada paso infinidad de obras en que, con mucha observancia de los preceptos, se notan multitud de errores. Sin genio no hay perfección, y al genio no se pueden dar sino consejos. Quien no se atreve a escribir sin tener a la vista a Horacio, Boileau, o Martínez de la Rosa, y antes de dar la aprobación a un verso la busca en las obras de los maestros, no llegará jamás a ser colocado en el número de los primeros poetas. Los genios inmortales que he citado son los amigos del escritor, no sus tiranos; por grandes que sean las verdades que han escrito, no se opone esto a que no haya más verdades que las que ellos encontraron. Byron hizo bien, y no hizo como manda Boileau; Víctor Hugo tiene rasgos sublimes en sus obras, y no conoce más ley ni más barrera que su imaginación. Si mi alma se eleva al leer sus escritos, si lloro y río a su albedrío, si, en mi entusiasmo, no puedo menos de mirarlos como a dioses, si los admiro, si envidio su saber, ¿qué me importa que los legisladores que les han precedido hagan crímenes sus bellezas, que no alcanzaron tal vez ni a concebir? Terribles son a veces estas, lo confieso; pero no por eso dejan de ser bellezas. Terrible es la vista del Niágara, terrible el cráter del Vesubio, terrible el selvático país del bardo del Norte, y el alma fuerte que los contempla, se electriza, olvida la tierra por un momento, y aun se siente elevar cuando los nombra, como dice Heredia. Yo sé que es espantoso ver a una madre, a una Lucrecia Borja, hija del Papa Alejandro VI, servir una copa de veneno a su propio hijo que ella adora, y que la aborrece sin conocerla; a su hijo que la ha ultrajado… Ella misma sin saber quién fuese el criminal, pidió a Alonso su marido un ejemplar castigo, y éste le dio su palabra de duque coronado de vengar su afrenta… ¿Y quién no tiembla al ver a Lucrecia, obligada por su marido celoso a servir en su presencia al noble Genaro la copa envenenada? Y si no la sirve, un acero derramará la sangre del inocente. Mas diré: Lucrecia quiere vengarse, y llama a sus enemigos a un convite en un palacio que está contiguo al suyo, y donde mora una princesa, su cómplice y amiga. Este convite es un convite de muerte… El Siracusa que enardece las imaginaciones, quema las entrañas… Las canciones báquicas de los convidados son interrumpidas por el canto lejano de los muertos; poco a poco se aproxima el clamor, y cesa la alegría; tiemblan todos, se miran mutuamente los rostros… y las puertas al abrirse dejan ver dos hileras de religiosos que cantan el himno de los muertos, y rodean tantos féretros como enemigos ha convidado la terrible Lucrecia. ¿Y qué diremos de la sublime y nueva idea de presentar en el teatro una mujer que llegó a hacerse célebre por la relajación de sus costumbres, enamorada de un joven sencillo, inocente y virtuoso? Marion Delorme fue criminal mientras no conoció el amor; pero su pecho recibió a un mismo tiempo, como un don del cielo, amor y virtud. El presentar tales bellezas no es negar las de los escritores, hoy en día llamados clásicos: Racine tiene rasgos sublimes que lo colocan en el número de los inmortales. Pero perdónenme los maestros esta verdad, o sea blasfemia literaria: igualdad en poesía es sinónimo de monotonía y fastidio. Ese lenguaje justo medio, que excluye toda expresión bien apropiada, pero no admitida, que no tolera frases sino del mismo modo cortadas, que reprueba todo lo que no se puede preveer, ese lenguaje en fin, puramente convencional, no puede ser el intérprete del genio y de la inspiración. Yo lo comparo cuando está bien trabajado, a un jardín francés, en que no hay más que un instante, porque todo lo descubre de una vez la vista, porque la belleza, la trivialidad, lo sublime, todo está confundido. ¡Cuánto mas grato es para mí un parque trabajado por una mano inglesa! Allí está oculta la mano del hombre; no hay trabajo, no hay esfuerzo; solo hay imaginación, naturaleza; ni camino trazado con esmero, ni árboles artísticamente colocados, ni fuentes suntuosas; no, más gusta ver cascadas imprevistas, descubrir un precipicio donde se imaginaba hallar una llanura, ver la naturaleza hermosa y varia… Nadie se acuerda allí sino del Creador y de lo creado. Lo diré aunque se me tache de ingrato, cuando me convendría solo el nombre de imparcial y despreocupado; la vecindad de la Francia que tan perjudicial nos ha sido en otras cosas, más que en nada nos lo es en la poesía. Yo no encuentro en los poetas de aquella nación sino hombres llenos de talento si se quiere, pero que no dan nada a la naturaleza y sí todo al arte; en sus obras sino esfuerzos del trabajo, y apenas una chispa de inspiración. Es doloroso ver que nuestra joven literatura sea una imitación tan servil de la francesa. Con pesar se nota que algún joven dotado por la naturaleza de ingenio feliz y entendimiento travieso se ocupa exclusivamente, malogrando tan preciosas dotes, en copiar a nuestros hermanos los del Sena. Mejor fuera estudiar nuestros propios autores; ese Cervantes, mezcla singular de imaginación romántica e ironía filosófica; ese Lope de Vega, cuya prodigiosa fecundidad e inagotable invención hace traspasar los límites de la verosimilitud; ese Calderón, genio entusiasta, que hizo con osadía el drama del Catolicismo; esos, los ingeniosos Tirsos y Moretos son los que debíamos estudiar, y aun imitando a veces sus felices desbarros, resucitar su ya olvidada escuela. Hasta en ellos debiéramos aprender nuestro propio idioma, y avergonzarnos menos de copiar sus expresivas frases, que las insignificantes de otras naciones nuestras hermanas. Si hay algún ingenio en las orillas del Sena que merezca el que nos ocupemos en estudiar sus escritos, nosotros le hemos formado. A nosotros, o mejor diré a nuestros antiguos, tan poco apreciados en la patria que tanto honran, deben Hugo, de Musset, Dumas en Francia, Byron en Inglaterra, Schiller, Goëthe y Klopstock en la filosófica Alemania el haber roto las cadenas que los ligaba a la rutina, y guiados por nuestro denuedo, se han permitido expresarse con la vehemencia que concebían, sin atender a vanas preocupaciones. Hoy tenemos nosotros que recurrir a los discípulos de nuestros padres, o imitar a un cortísimo número de poetas insignes que honran nuestra patria, y que, por desgracia, tienen menos secuaces aquí mismo, entre los hombres que hablan su misma divina lengua, que en el extranjero. Repítase el joven poeta estos versos de un ingenio de nuestra escuela: Un artiste est un homme, -il écrit pour des hommes, pour prêtresse du temple il a la liberté, pour trépied l’univers; -pour éléments la vie, pour victime son coeur, -pour Dieu la vérité. Yo bien necesito que el lector los tenga muy presentes antes de tender la vista sobre estos débiles opúsculos, cuyo carácter dominante es la libertad. Y si perdona a mis pocos años las líneas que acabo de trazar, si lee mis ensayos juveniles con la bondad que el inmortal genio que representa hoy nuestra poesía, el divino cantor de Edipo, tal vez me permita ocupar mis ocios en seguir la carrera a que desde hoy me dedico. Carrera inmensa la que se ofrece, de hoy más, al poeta. La patria reclama sus cantos, y tal vez su voz esté destinada a recordar al patriota su dignidad y su gloria. Ya empieza a dar sombra el ramaje abundoso del árbol sagrado; ya el aura de paz y libertad baña nuestros rostros ajados por el cierzo de los padecimientos. Jóvenes españoles, unámonos todos; cantemos acompañados de la misma lira; pidamos fuego, no al mentido dios de los paganos, sí al ángel tutelar de la patria… y en los remotos siglos dirá la imparcial historia: ««Hubo un tiempo en que la juventud española se unió... formó una sola voz… elevó las almas de nuestros antepasados… y, entonando el himno de victoria, guió a los más tímidos allí do la odiosa tiranía quiso sacudir su envenenada cabellera, y do reinan, de entonces, la libertad y las leyes.»


En Cervantes Virtual.

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Datos Bio-bibliográficos

Jacinto Salas y Quiroga

(España, 1813-1849)

Bibliografía escogida:
Poesías, 1934
Claudia, drama en tres actos

Enlaces:
Poesías
Claudia (drama)

Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Jacinto de Salas y Quiroga

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