Barroco - Cultismo - Juan de Jáuregui: Discurso poético, IV, 1624


EL VICIO DE LA DESIGUALDAD Y SUS ENGAÑOS

Débese advertir de propósito otro inconveniente resultado no menos de los sobrados esfuerzos. Es el inconveniente, que siendo la igualdad en la poesía virtud tan forzosa, de ninguna se alejan tanto los nuestros por la altivez de locuciones que apetecen. Las maneras altivas del decir, demás de ser felices en el acierto, deben emplearse en estilo continuadamente grande. Si este se rinde a humildades o medianías, hace disonancia tan torpe con lo valiente, que en vez de serle honroso le es más afrenta. Hay, pues, coyunturas del razonar que casi imposibilitan la magnitud del lenguaje y, como por fuerza, le humillan. Hay también en nuestros poetas juicios prepósteros I que admiten a veces por dicciones ilustres las más deslucidas. y así, por estos accidentes como por otras flaquezas y engaños, vemos en los mejores trechos de sus poesías una desigualdad feísima, una mezcla en extremo disforme de versos rendidos y humildes junto a los más soberbios y temerarios. Y dado que en algunas temeridades se acierte y alcancen éstas magnífico nombre, debe advertir quien las usa que sirven de envilecer más lo humilde, porque junto al estruendo de bombardas, aun el de las trompetas es flojo ruido: ¿qué será el de la flauta o zampoña? A este propósito dicen algunos que es de mayor estima un vuelo sublime, aunque a veces con desigualdad descaezca, que el vuelo más igual y constante si es juntamente humilde o limitado. Valiéndose mal desta sentencia, que es cierta, se arrojan a todos excesos y como en algunos atinen, aunque en muchos se pierdan, les parece estar disculpados. Puede ser que interpreten en su daño aquella pro- posición de Petronio: Perambages, deorumque ministeria praecipitandus est liber spiritus. El espíritu del poeta dice se ha de precipitar libremente, etc. Usa este encarecimiento o hipérbole contra los que refieren en poemas puntuales historias. Y allí el verbo praecipitandus no denuncia ruina, sino aquella libre carrera que debe seguir el poeta no atado a leyes históricas. No es otro el intento del autor, ni aconsejaría yo a nadie se precipitase en errores , armado deste documento. Menos le diré se contente con la mansedumbre y lisura que piden algunos a los versos, deseándolos tan sencillos y fáciles como la prosa. Mucho deben diferenciarse y mucho más en el estilo noble.

En esta parte descubren plebeyo gusto y peor juicio algunos discursos que he visto contra la de- masía moderna, porque sin más distinción que la queja ordinaria vulgar, les vedan a los escritores todas osadías. Quieren restringir al poeta en puntuales gramáticas, cerrarle en sus palabras solas castellanas, contenerle en el camino real trillado, sin dejar que se divierta un paso a otras florestas, ni suba por collados y cumbres, como si a la difícil de Helicón 3 se pudiese llegar por camino llano. Lícito es y posible al ingenio, contravenir muchas veces a la regulada elocuencia y sus leyes comunes sin ofender las poéticas, antes ilustrando sus fueros. Aspirar debe a grandiosas hazañas y no medianas, porque no sólo la humildad y rendimiento es indigno en los versos, sino también la llaneza y la medianía (ya lo predica Horacio [ad Pisone]) y aunque sea pareja y sin vicios, es viciosa y tan despreciable que no halla lugar en poesía. Mas tampoco le tiene la grandeza y sublimidad, si es pocas veces conseguida y las más alternada con precipicios. El ingenio poético presuma extremados peligros, pero no pretenda alabanza si se perdiere en ellos, que no le valdrá por disculpa lo que a Faetón [Ovid. lib. 2]; Magnis lamen excidit ausis. Pocas y leves pérdidas se le permiten, gran constancia se le encomienda.

Ya veo la imposibilidad de evitar algunos descaecimientos en los que vuelan alto, mas verifíquese en sus escritos que siguen encumbrado vuelo por la mayor parte, y que en pocas y poco descaecen, que yo los preferiré no sólo a lo humilde y lo corto, sino a lo mediano y sin vicios. Y aun traeré en su defensa una epístola de Plinio a Luperco [lib. 6], que trata con elegancia este punto y puede ser bien útil a quien la entendiere sin abuso. Sustenta allí aquel discreto, que no se debía estimación a cierto orador de su tiempo, aunque recto y sano en la elocuencia, por no ser bastantemente adornado y engrandecido; hasta llega a decir que su culpa era carecer de culpa, mostrando que no incurría en defectos porque no intentaba peligros. Dixi de quodam oratore [saeculi nostri,] recto quidem et sano, [ ...] sed parum grandit et ornato, [ut opinor, apte:] «Nihil peccat, nisi quod nihil peccat.» La epístola es larga, mas el corazón de su intento y lo más atrevido que afirma, se reduce a pocas palabras que son las referidas y éstas: Más veces caen los que corren que los que andan asidos al suelo; mas éstos, no cayendo, ninguna alabanza merecen, y aquéllos aunque caigan, son dignos de alguna. Frequentior currentibus quam reptantibus lapsus; sed his non labentius, nulla laus; illis nonnulla laus etiamsi labantur. Admito la sentencia, y por más ajustada a los poetas que a los oradores, porque la composición poética debe correr con superior aliento, y el que camina aterrado debe ser del todo excluido y no comparado con otro. Mas las caídas, tropiezos o lapsos que Plinio comporta en los que bien corren, se entiende que han de ser leves y pocas, y que procedan firmes en lo restante, como lo juzga Horacio donde dices:

[Verum] ubi plura nitent in carmine, non ego

[paucis

offendar maculis…..........................................

Y luego:

[Verum] operi longo fas est obrepere sommum.

Y bien que lo consiente así, se indigna contra Hornero las veces que en sus largos poemas dormita, no dice duerme. También se advierta que a los que corriendo tropiezan o resbalan, no les concede Plinio entera alabanza; sólo dice que merecen alguna, nonnulla laus, y cuando así lo juzga es trayéndolos a paragón con los rendidos y arrastrados: reptantibus. ¿Quién duda que hacen poco en no caer los que andan pecho por tierra? No hay que agradecer a éstos el ser iguales, sino decirles lo que Marcial a Cretico [lib. 7. epig. 89]: Aequalis liber es, Cretice, qui malus est. Malo es en poesía, y peor que malo, el no levantarse del suelo: el siempre caído no puede caer, segura tiene su igualdad. Cierto es que hace más el que corre aunque a veces caiga, no dice por esto Plinio que quien corre cayendo y levantando, como es nuestro adagio, merece gloria de buen corredor. Ni cabía tal sentencia en quien tan bien conocía (y lo demuestran sus obras} cuánto importa en los escritores la igualdad, y que no la habiendo se debe poca estima a sus grandes aciertos. ¿Cuánta menos se deberá a los que por arrojarse a correr caen a cada paso, como los que decimos, o por lo menos caen las más veces y muy pocas aciertan a levantarse?

La igualdad, en efecto, es gran virtud no porque sea suficiente para calificar humildades ni medianías, sino soberbias y grandezas; y, al contrario, la desigualdad es feísimo vicio aunque en parte alcance sublimidades. Así se reía Horacio del poeta Cherilo, aun las veces que acertaba porque eran pocas: bis, terque bonum cum risu miror; y aunque acertase muchas, se reiría poco menos si erraba otras tantas. El mismo, en la primera. epístola del segundo libro, compara el perfecto escribir de los poetas al arte tan difícil de los funámbulos, de los que andan sobre la cuerda o maroma:

Ille per extentum funem mihi posse videtur

ire poeta meum qui pectus etc…....................

Y Plinio, imitando a mi parecer a Horacio, trae la misma similitud en su carta [lib. 9, epist. ad Luper.] advirtiendo así cuánto importa en la elocuencia aspirar a milagros para conseguir maravillas: Ya ves dice los que andan en lo alto por la cuerda, cuantos clamores suelen excitar cuando parece que ya están por caer. Vides qui per funem in summa nituntur quantos soleant excitare clamores, cum iam iamque casuri videtur. También Luciano [Vial. Rhetorum praeceptor] compara así la dificultad de la elocuencia: Si per illa incesseris, velut qui super funes gradiuntur. Preguntemos ahora: ¿de qué estima sería en el más alentado la osadía de subirse a la maroma, si a veces cayese? Aun basta caer una, en riesgos tan arduos, para no ser más hombre. Dice Plinio notoria verdad, que mueven maravilloso aplauso los que proceden enhiestos por lo alto del peligro, mas serán aplaudidos mientras constantemente lo consiguieren, no cuando dan en tierra precipitados.

Lo mismo puede considerarse del caballo que tasca el freno y se arroja, como dijo Séneca [epist. 114] al principio deste Discurso, comparando a esta carrera el brío del espíritu, que suele arrebatar a su dueño y llevarle donde él, por sí solo, temería subir. Notable hazaña sería subirnos velozmente corriendo por las puntas erizadas de los peñascos, si el caballo y el caballero se quebrantasen las piernas o las cabezas. Salir en salvo de la dificultad es lo maravilloso y glorioso, que entregarnos a ella y perdernos, ni es gloria ni es maravilla. y no dejando el símil del caballo al propósito de la igualdad, supongamos uno, aunque no le haya, que pasa con variación la carrera, no digo ya que caiga ni se despeñe; supongo que desigualmente corre: aquí menudea velocísimo, y allí descaece remiso. No habría peor especie de correr que la destas intercadencias, de ningún fruto sería la mayor fineza en algunos trechos si viésemos en otros tal disonancia. Por menos fealdad se tendría una carrera igual aunque perezosa, que extremarse en partes como águila para ser en otras un torpe escuerzo. Así corren sin duda nuestros briosos la vez que más aciertan: dos saltos veloces y cuatro flojos; arriman demasiado las espuelas, e per troppo spronare la fuga e tarda, como advierte el proverbio italiano.

Para último honor de la igualdad en los escritos, se considere que quien la consigue da muestras de infinito caudal y no menos trabajo, y los desiguales la dan de flojedad y pobreza. Digan los que mejor escriben, cuántos primores malogran por no acompañarlos con desaires; cuántas composiciones mediadas perdieron sus principios bellísimos por no hallar iguales los fines; cuántas casi acabadas se volvieron al yunque y se aniquilaron no pudiendo enmendar en ellas pocos defectos; cuántas galas de ingenio, sentencias briosas, frases bizarras se excluyeron de nuestra poesía, por huir la consonancia violenta, la voz humilde, la oración equívoca o algún tal desavío que impedía la entereza del metro. No dudo que los grandes autores padecen todos estos malogros y los dan por mal empleados, conociendo que interesan en ello, y es discreto conocimiento, pues antes debe el poeta destruir cien versos ilustres, que admitir con ellos uno solo plebeyo, al contrario de los juristas que antes absuelven diez culpados que condenen un inocente. Así lo dice Escalígero y no lo encarece [lib. 6, cap. 5]: Praeclarius consuli rebus humanis si decem sontes alsoluantur, quam si unus innocens damnetur; at poetae id agendum est, ut potius centum bonos versus iugulet, quam unum plebeium relinquat. Infinitas perlas se desechan para juntar una sarta crecida y pareja. Infiérase el caudal de los grandes artífices cuando concluyen obras de todo acierto, pues desperdiciando en gran número versos muy cultos por no consentirles indignidad, sustituyen otros infinitos hasta que ven fabricado con igual hermosura todo el edificio y digno de ser estimado por causas íntegras. ¿y con cuánta razón estimado?, pues a veces cien versos escogidos costarán diez mil excluidos, siendo todos nobles. En opuesto polo hallaremos a los que sobrellevan defectos, porque mediante su licencia no es posible desperdicien algún material, y aunque el suyo sea corto les basta a levantar fábricas, pero imperfectas y de ningún aprecio entre los que saben.

Aun cuando se hallaran mayores aciertos y galas en la obra desigual que en la igual, merecía ésta ser agradecida y no aquélla, porque la una supone grandes dificultades y gastos, y la otra ni gasto ni dificultad. Es la diferencia como si dos obreros trajesen de alguna mina ,cantidad de oro, el uno en masa purísima y el otro en piedras o terrones sin beneficio. Ambos traen oro, y doy que sea mayor cantidad y de más quilates el no cultivado. Pudo el que le trae recoger fácilmente en confuso los terrones o piedras en que se encierra, y el otro no puede traerle purificado, menos que precediendo las industrias, gastos y dificultades que en semejante efecto se emplean. No faltan, pues, al ingenio más pobre minas de donde saque metales, si no en propia jurisdicción, en las ajenas, imitando de otros autores; mas estos metales, aunque sean muy preciosos, no se precian ni se agradecen en piedra, ni envueltos en escorias, sino acrisolados y limpios. Aquéllo alcanzan los más inhábiles y esto se concede sólo a insignes artífices, y cuando se halla, merece incomparable aprecio. ¿Quién sabrá encarecer en los versos la dificultad de la enmienda y los primores últimos de la lima, cuando se llaman a juicio (así dijo Ovidio [de Ponto, lib. 1, eleg. 6] ) 19 una a una todas las palabras? Mayor trabajo es afirma enmendar lo escrito que escribirlo, ni puede padecer el ingenio más duro afán. Así en las tristezas de su destierro no tenía fuerzas para enmendar:

Nec lamen emendo. Labor hic quam scribere maior, mensque pati durum sustinet aegra nihil. Scilicet incipiam lima mordacius uti, ut sub iudicio singula verba vocem?

En la gravedad del derecho se juzga también esta causa donde dice el emperador Justiniano [in lib. I, C. de iure enucl.]: El que enmienda lo que no está sutilmente acabado merece mayor alabanza que su primer inventor. Nam qui non subtiliter factuln emendat, laudabilior est eo qui primus inuenit.

Bien representa Horacio en muchos lugares el desvelo de purificar los escritos, especialmente en su epístola[adPison.], cuando Quintilio aconsejaba a los amigos: Corregid esto y aquello, y si alguno le respondía: no lo puedo mejorar aunque lo he procurado dos o tres veces, le mandaba borrarlo todo y que si los versos no habían salido bien torneados, se volviesen a la fragua o yunque. A esto añade Horacio en su nombre: El prudente varón reprenderá los versos sin arte, culpará a los duros, y con la pluma atravesada balará en ciego borrón los mal compuestos; cortará los ornatos superfluos, ambiciosos, obligará a dar luz donde hubiere poca, argüirá lo ambiguo, notará lo que se ha de emendar. Quintilius si quid recitares, etc.. Estos cuidados todos, y otros mayores y más ocultos, excusan los que no perficionan consintiendo desigualdades. Así, no es razón que se precien sus obras, ni posible que agraden a los de buen gusto, aunque mezclen con lo mal escrito aciertos i muy grandes.

Mejor parece y más vale una tela de buen color , igual y limpio, que otra de color más hermoso manchada a pedazos. Así debe estimarse más y parecer mejor, no digo la llaneza y medianía de los versos sino la levantada igualdad sin descaecer , que el perderse de vista sobre las cumbres para caer por momentos a la profundidad de los valles. y aun estos símiles todos se apartan ya de nuestro intento, porque los afectados modernos casi siempre tropiezan y caen, ya veces con fracasos tan graves, que uno bastaba a dejar sin vida un poema. Esto sin subir a lo alto sino a lo áspero, porque de milagro se encumbran. Ni sus altiveces aspiran a conceptos de ingenio sino a furor de palabras; en éstas pretenden grandeza y sólo consiguen fiereza interpolada con ínfimas indignidades. La mira ponen muy alta, pero no la mano o la pluma; intentan, pero no efectúan, porque el sobrado afecto de levantarse les quiebra las alas, y andan sin tiento dando arremetidas por lo escabroso de los montes, rara vez por las cumbres.

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Juan de Jáuregui

(Sevilla, 1583-Madrid, 1641)

Bibliografía escogida:
Poesía, Cátedra, 1993
Enlaces:
Poesías
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Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Juan de Jáuregui

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