s.XX - Otros del s.XX - Agustín García Calvo: LXXIX, 1983


Cuando un ensueño, roto al alba, nos deja
Con la palabra entre los labios brumosos
vacía y con la mano en vano gesto perdida,
que iba a apuñarlos unos dóciles pechos
o a acariciar la dulce oreja, tan sorda
que ya ni está siquiera, y que nos quedamos
con personajes conversando que apenas
podemos ya seguir en ellos creyendo,
y el tibio caos de almohadas y sábanas
los va borrando del mosaico florido
los mil colores de cilindros y prismas
de los pequeños arquitectos, y todo
se anega en esta fe de la alta mañana,
hasta ese último sensitivo topacio
del ojo izquierdo de la blanca y hermana
perdida y doble que brillaba en un guiño
de inteligencia, y lentamente se empieza a
reconocer que sí, que nadie, que lejos
están, que a más de quinientas leguas
de aire, y más aún, que ni aun sabemos
que fueran ellas (pues, ¿de dónde la blusa
de seda y algas desvahida?, pues ¿cuándo
en sus mejillas esa veta dorada?)
o si eran otras, y alguien en el ensueño
dijo «Pero a tus quince años», y ahora,
al ir contando con los dedos dormidos
sobre la verga tiesa, puede que sean
lo menos veinticinco, y cuando del todo
al sol los ojos descorramos de lágrimas,
ya nuestra hermana cumplirá treintaycuatro,
entonces uno bien querría… los hay
que se incorporan y se lavan los sueños
con agua y con jabón de ducha y toalla
y al punto por los túneles del trabajo
se meten; otros hay que, llenos de alma,
como una encinta a quien trajera su vómito
cada mañana, de una vez se levantan
para acabar con tanta espera y, los ojos
vueltos adentro, arrojan a medio día
allá por fin por la ventana su cuerpo
hacia el menudo tráfico y a las rápidas
cucarachitas de colores; algunos
también acaso al despertarse recuerdan
que tienen una cita para las cuatro
con su conquista bien real y morena
en la terraza de `La Bola de Oro´,
y así con eso de un tirón se levantan
y en camiseta a rasurarse briosos
se ponen con la espuma de la mañana
y trinan y gorjean y ante el espejo
las bolsas de los párpados se arremangan;
pero yo al menos bien querría que en cambio
mi desesperación como un árbol fuera,
un árbol grande, fuera como un gran árbol.
Así es que, cuando en pie me pongo, sin nada
sobre la piel, sin nada dentro del pecho
y alzo los brazos con las palmas abiertas
hasta tocar el cielo alegre de Mayo
en esa barra en cruz de la claraboya,
y de las tablas polvorientas del suelo
de la buhardilla trepa plantas arriba
la desesperación y fluye brazos abajo
por los sobacos y las piernas enhiestas…
ya, ya se siente, sus raices hundiendo,
que en la madera y el cemento se hinca,
y va rompiendo por tabiques y techos
con los raigones ansiosa de tierra
hasta que allá a través de los siete pisos
mi desesperación en la húmeda sombra
y en la fecunda pudrición de los sótanos
y las cloacas sigue hundiéndose; y mientras
hacia el infierno va enterrándose, en tanto
desde las puntas de los dedos arriba
ya, ya ha arrojado mil retoños y ramos
que se retuercen, y como higuera loca,
creciendo de su misma hambre de cielo,
por los desvanes y las vigas penetra
leñosa mi desesperación y con lentos
crujidos combas las quebranta las tejas
calientes y por los desiertos caminos
del aire avanza, echando a diestra y siniestra
sobre las calles y los ríos abajo
ramas que al punto en yemas gualda revientann
que en verdes ramas se enderezan al punto,
y ya las nubes pasajeras empiezan
a acostumbrarse, desflecándose un poco,
a aposentarse allá en sus últimas hojas.
así va a ser o por semejante modo
mi desesperación: por más que ni sepa
lo que ha de ser, habrá de ser como un árbol
y grande: nadie le pregunte la raza
ni el nombre propio, ni si va a ser un pino
que críe rosas ni si una morera
temblante de la blanca fiebre del álamo
ni si castaño ni si cedro de Indias
o si olmo negro o roble o sándalo o fresno
padre de hadas: pues que todos a una
será y al mismo tiempo será ninguno;
más será un árbol grande, más que las casas
más altas, alto más que en tarde de otoño
la luna pálida: en mitad de la plaza
del pueblo devastada sube sin tino,
dudando en cada tramo de su corteza, mas desesperanzadamente derecho,
y ahí está: las ramas bajas antiguas
se tenderán sobre las calles y campos
y darán sombra a las espigadoras
bajo el estío y en otoño a los bancos
mantas de hojas amarillas y tiernas
donde piojosos duerman los vagabundos;
en tanto, arriba todo el año las ramas
tan verdes estarán rendidas de frutos,
unos canosos de pelusa violeta,
otros heridos en almíbar y oro,
otros riendo a boca roja rachada,
algunos como de esmeralda en racimos
y también otros como nueces de lluvia, pero que todos los irá verdaderos
el árbol inventando, al paso y medida
que cada boca acierte el nombre granado
del fruto; y entre tanto, arriba, oreosas,
las frondas estarán cargadas de pájaros, los unos gorjeando como de plata
arroyos de la tarde, y otros silbando
como la aurora entre las rocas marinas,
y otros piando como espigas de grano
de melodía, y zureando de siestas
roncas de amor, y punteando los ecos
del tiempo sin reloj, y mismo a las hojas
haciéndoles trinar, y mismo a los vientos
enhechizados enseñándoles sólfa
de arruyos; y aún el mismo árbol alado
creciendo sigue de la música sola
hacia el Océano desbordado del cielo
ya limpio de tiranos y nada nunca
escrito; y sin embargo, en tanto, a lo hondo,
en las entrañas de las minas pozos
a los enanos que labran
la oscuridad en mil rubíes y en ópalos
y cuya vida son extrañas industrias,
telares de seda de los gorgojos
de luz, imprentas de blasfemias miniadas
con zumo de verbena y de leche del piojo
de púrpura, y las tintineantes fraguas
del oro rojo —verde por siempre el oro,
que nunca puede madurar en moneda—,
y a sus ferrocarriles de humo de sueño,
que ajetreados van llevando semilla
de niños huérfanos y amapolas por todos
los recovecos de la tierra preñada,
también gozoso sin cesar tunelillos
les iba abriendo con sus raíces blancas
el árbol grande; pero aún sin embargo
será mejor: pues en mitad de la plaza
del pueblo, joven de mil miles de años
—cada año más deshilachadas sus horas—,
el árbol seguirá abrigando de fresco
la gente en desconocimiento florida:
bajo sus ramas montaran unos toldos
de seda, en donde venderán naranjada
por besos y piñones por aún menos;
y alrededor ensamblarán unas mesas
muy largas con entalladuras de oro
y enguirnaldadas de arrayán, para fiesta
de convidados forasteros que acaso
con hambre lleguen; por vïales de grava
bajo su sombra se vendran paseando
gentiles pares en pelusa de barba,
risueñamente conversando de asuntos
de desgobierno; al pie del tronco, sentadas
en tantas muescas que abre el árbol en torno,
peinándose ellas con marfiles y platas
las mil diversas cabelleras y rizos
y bucles y melenas lasas y crenchas
o candeales o de bárbaro fuego
o bien endrinas o de oro pesadas,
aquellas todas que entre calles y ruido
cruzaban por los ojos sembrando guerra
con su sinnúmera andadura, y pasaron
de largo: todas mansas, juntas, ahora
reclinan contra el tronco los blancos hombros
inagotables y en las ramas se dejan
perderse en un común recuerdo los ojos
de inteligencia sonrientes; en una
plazoletilla de sol que hay bajo el árbol
también habrá como un templete de tablas
armado, en donde con timbales y cuernos
van recitando su papel cuatro máscaras
vestidas de oropel y grana en harapos,
mientras por las verdeantes lagunas
barquillas con faroles entre los juncos
se van durmiendo a la coral de las ranas,
sembrando de bengalas y fuegos fatuos
las aguas bajo el árbol; otros a rastras
por las veredas y la yerba y los huecos
del tronco buscarán desnudos algunas
simientes raras que de lo alto llovieron,
menudas letras griegas de plata alada,
con las que luego componer unos libros
hermosos sin sentido; y desde las ramas
más gruesas él también dejará que muchos
columpios cuelguen y a sus lánguidas cuerdas
asidos cacen mariposas o vértigos
de sol o luna; y en sus tiernas cortezas
él dejará también, el árbol antiguo,
que con la punta de navajas de nácar
se graben los nombres de los vanos amores
de los enamorados sin esperanza.

De Canciones y soliloquios, 1983

***


Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Agustín García Calvo

Zamora, España (1926)

Bibliografía escogida:
Bebela, Editorial Lucina, Zamora, 1987.
Canciones y soliloquios, Editorial Lucina, Zamora, 1993.
Al burro muerto, Editorial Lucina, Zamora, 1998.
Libro de conjuros, Editorial Lucina, Zamora, 2000.
Uno o dos en 23 sitios y más, Editorial Lucina, Zamora, 2003.


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Más información en la wikipedia: Agustín García Calvo

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