s.XX - Post-vanguardias - Alí Chumacero: El sentido de la poesía, 1999
El mito de la poesía, más que su realidad histórica, ha inspirado nuevas concepciones acerca de lo propiamente poético y a la vez ha multiplicado las eternas dificultades con que tropiezan los críticos para “definirla”. Desde el romanticismo, cuando invadió a Europa la magia de las ideas orientales y los poetas justificaron con ellas el sentido metafísico de su conducta, la poesía redobló sus intenciones de tornarse en un ser cuya inasible existencia pretende suplantar los métodos de conocimiento reservados a la filosofía. Primero en Alemania, las generaciones románticas concedieron, tanto al acto poético como a los estados de conciencia que lo acompañan, las fuentes del conocimiento, y luego el resto de Europa la recíproca influencia de filósofos, y artistas ayudó a hacer del irracionalismo la vía hacia la oscuridad del alma a fin de encontrar, como sentencia un notable crítico literario, “el secreto de todo aquello que, en el tiempo y en el espacio, nos prolonga más allá de nosotros mismos y hace de nuestra existencia actual un simple punto en la línea de un destino infinito”. Mística y neurosis se dan la mano para llevar adelante, en términos religiosos a su manera, los afanes metafísicos impulsados por una locura romántica que enriquecerá el “universo particular” de que habla Heráclito. El sueño, la muerte, la nada, la penetración hacia el trasfondo de las apariencias físicas, formarán el agua misteriosa donde ha de flotar en adelante la inspiración.
Baudelaire es en Francia, no el primero, el que con mayor sapiencia y mando se traslada fuera de toda consideración histórica para hacer que “renazca” ese mundo en el cual, desde épocas antiguas y en ocasiones sin saberlo, han vivido los poetas. A sus ojos, la naturaleza se convierte en un “diccionario de formas” y en un “bosque de símbolos”, por donde el poeta ha de cruzar hasta descubrir las raíces del universo. Interpretar la apariencia sensible, mirar por debajo de las superficies, reconocer el fundamento de las cosas, parecen ser atributos del espíritu y condiciones adecuadas para unirse con el todo. “Se borran las fronteras entre el sentimiento de lo subjetivo y el de lo objetivo —testimonia Raymond— ; el universo es devuelto al dominio del espíritu; el pensamiento participa en todas las formas y en todos los seres; los movimientos del paisaje son percibidos, o mejor, sentidos desde dentro; el ruido de las olas y la agitación del alma, el flujo y el reflujo, engendran un ritmo que ya no se distingue del de el corazón, del de la sangre”. La palabra actúa, por los labios del poeta, como un abismo en que la materia y el espíritu se confunden. Paul Valéry, al definir la poesía, tuvo presente aquellos descubrimientos de los primeros románticos. Por ello, la consideró como un intento de representar por medio del lenguaje lo que “oscuramente tratan de expresar los gritos, las lágrimas, las caricias, los besos, los suspiros, etcétera, y que parecen querer expresar los objetos en lo que tienen de apariencia de vida o de supuesto contorno”. Hasta cierto punto, otras corrientes poéticas difieren de esta definición. La palabras, para algunos poetas —marcadamente para los surrealistas—, es un medio de acción que traspones el enigmático fundirse con el universo y tiende a hacer variar la realidad. Rimbaud, por ejemplo, habló de “cambiar la vida” y con ello prefiguró la acción a que me refiero, la cual conlleva pretensiones morales, y, acaso, también políticas. Con esa expresión insinuó la acción de la palabra contra la realidad inmediata usando la fuerza de lo irracional, a fin de influir de veras en un mundo donde el poeta vaga sin otra salvación que sus propios pecados. La palabra deja entonces de ser un instrumento, un simple movimiento del espíritu, y se convierte —como quería Rolland de Renéville— en el “espíritu en movimiento”. La rebelión, la destrucción, fundadoras del “tiempo de los asesinos”,impulsan a perturbar el orden, el bienestar, la tranquilidad, las convenciones que petrifican la sociedad de Occidente. La voluptuosidad del desorden, al que todo petas que se aprecie habrá aspirado alguna vez, crea de pronto facultades que lo harán comunicarse con una realidad que está más allá de lo que los sentidos perciben. Rimbaud, dice Marcel Raymond, “flotando en ritmos de música vivió para esas aventuras excepcionales en que el universo, por fin devuelto a sí mismo, se sufre desde lo interior como una hoguera imponderable de donde brotan, para caer incesantemente, llamas y llamas”. Es la danza por medio de la cual el espíritu cree gozar de la comunicación con el todo., “absorbido por una esencia sagrada”. En medio de esa violencia en que escribe la música de su propia danza, el poeta no pretende sólo desplomar los muros y permanecer a la intemperie, iluminando por las alucinaciones y sin esperanza de alcanzar la otra orilla, sino que intenta remplazar el universo sensible que tanto desprecia con otra realidad menos contingente, de acuerdo con el aforismo de Novalis “La poesía es lo real absoluto”. De ahí que no resulte exagerado afirmar que un objeto, mientras más poético, es más verdadero. Misión del arte es, en consecuencia, además de conmovernos y apartarnos de la realidad, hacernos entrar en “una realidad más auténtica y, si puede decirse, más real”. Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud —en otros campos, Federico Nietzche— abrieron la grieta por donde los demás han irrumpido hasta rematar en lo que aun en la religión aplicando sus concepciones teóricas. Marcel Raymond afirma a este respecto que André Breton, el papa intransigente del surrealismo, ha hecho esfuerzos por definir la pureza de sus ideas y “acogiendo a unos , fulminando contra otros una excomunión mayor, ha conducido a su grupo desde el subjetivismo anárquico al culto del Oriente, al cierto satanismo teñido de ocultismo, al materialismo dialéctico, en fin, a una doctrina que intenta hacer concesiones al universo interior del espíritu y al de los objestos”. De Baudalaire al surrealismo, de Marcel Raymond, traza el puente que va desde el simbolismo hasta la última Guerra Mundial. A través del sentido de las obras más que del relieve singular de los poetas, el autor persigue las ideas centrales que hicieron de la poesía moderna una “actividad trascendente” continuando el camino trazado por el romanticismo de donde se desprendió. Por igual en el simbolismo, en el romanticismo y naturalismo, en la poesía tradicionalista, en el neosimbolismo y en los diversos vanguardismos a partir de Guillaume Apollinaire, Raymond sigue el hilo de sus investigaciones, guiado por una fe inquebrantable en el valor y en la misión de la poesía.Datos Bio-bibliográficos
Alí Chumacero
(México, 1918)
Bibliografía escogida:
Imágenes desterradas, 1948
Palabras en reposo, 1956
Páramo de sueños, 1994
Enlaces:
Biografía, poemas
Antología poética
Entrevista
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