s.XX - Post-vanguardias - Roberto Juarroz: Entrevista, 1993
Por Luis Bravo
Roberto Juarroz nació en Coronel Dorrego, un pueblo de la Pampa Húmeda argentina, en 1925, y murió en Buenos Aires el 31 de marzo de 1995. Desde 1958 fue publicando su obra poética bajo un mismo título: Poesía Vertical. El décimo tercer volumen apareció en Francia, en edición bilingüe, en 1993 y en España un año después. Su poesía completa se editó en dos tomos que abarcan esos trece libros. En 1997 apareció la décimo cuarta entrega, en forma póstuma.Catedrático durante treinta años de la Facultad de Letras de Buenos Aires, Juarroz se graduó en Filosofía y Letras en La Sorbonne de París; no en vano la difícil aleación entre filosofía y comunicación es lo que primero puede atraer en su decir poético.
Dirigió junto al poeta Mario Morales la Revista Poesía=Poesía entre 1958 y 1965, habiendo publicado varios ensayos entre los que se destacan: Poesía y creación (Diálogos con Guillermo Boido); Poesía y Realidad; Poesía, literatura y hermenéutica (Conversaciones con Teresita Saguí). Amigo y crítico de un “raro” de la poesía argentina, el maestro del aforismo, Antonio Porchia (autor de un único libro titulado Las voces) Juarroz agradeció públicamente lo que este poeta le había dejado como legado.
Invitado especialmente por la Academia Uruguaya de Letras estuvo en Montevideo en Agosto de 1993 para brindar dos conferencias, siendo ésta su última visita al vecino país.
Sus reflexiones sobre la poesía fueron de una coherencia tal que por momentos pareció difícil sacarlo de su discurso. De igual manera el encantamiento resultante llevó, en este caso, a dejar de lado las preguntas puntuales para dar curso a una síntesis de la conversación mantenida, a la que sólo se le fueron agregando algunos subtítulos. Así el poeta fue exponiendo con particular lucidez los aspectos más sobresalientes de su experiencia con la palabra y el hecho poético.
1. El origen: la tensión interior.
Yo me he sentido atraído en primer lugar por los elementos de la naturaleza. Nací en un pueblo al borde del campo. Mi padre era jefe de la estación de ferrocarril y teníamos enfrente el horizonte abierto. En esa pequeña ciudad de Coronel Dorrego me acostumbré desde muy chico a los silencios. Esas noches abiertas en donde se veían las estrellas, la luna nítida, los vientos, el agua, el árbol que para mí es un protagonista de la vida. Comencé mis lecturas muy temprano. Me atrajeron cada vez más y dediqué buena parte de mi vida a eso. Mientras tanto se fue configurando como lenguaje predilecto, o elector (tal vez me eligió a mí), la poesía.
Leí mucha poesía, de todos los tiempos y en varias lenguas, y poco a poco se fue formando ese hecho de vida que es escribir. Hasta que sentí que la poesía era un poco flácida, repetitiva, aún en los grandes poetas, con zonas en las cuales cedía la tensión interior, ese rango de intensidad que para mí tiene siempre el poema. Eso me llevó a concebir una poesía más ceñida, más estricta o rigurosa, en donde cada elemento fuera irremplazable. La inclinación fue la de recoger de las situaciones extremas eso que llevamos escondido en nuestro silencio, lo que barajamos y pocas veces decimos. Para eso necesitaba un tipo de lenguaje diferente que dejara de lado lo que las palabras tienen de ornamento, de euforia. Buscar formas de síntesis poética, que no es síntesis intelectual, en donde confluyeran emoción, sensibilidad, inteligencia.
Una forma de expresión que penetrase en las zonas aparentemente prohibidas. Zonas que mucha gente se veda a sí misma por temor. Albert Beguin en “El alma romántica y el sueño” dice que no se lee poesía porque se le tiene miedo. Porque la gran poesía desnuda las cosas. Es la búsqueda de lo abierto, no de una realidad cercada, estrecha, confortable que ya conocemos, sino un territorio que a veces el hombre ignora de sí mismo y en donde surgen, a veces, sus más ricos instantes.
2.Verticalidad: el rebote de la caída.
Fue en la búsqueda de esa poesía que tuve la impresión que en el devenir del tiempo, en la transitoriedad, se producían cortes, como excepciones, y que en esos cortes es donde brotaba el poema. El poema actúa como un tiempo de otra dimensión, un tiempo vertical. También Gastón Bachelard dice que el tiempo de la poesía es vertical. Por eso para mí el poema ha sido cada vez más una presencia, pone delante algo que antes no estaba.
Y eso es lo que le da su razón de ser. Así el tiempo de la poesía como corte del tiempo lineal, cronológico, me llevó a concebir un juego metafóricamente geométrico.
Me atrajo una visión, y es que de todos los movimientos del hombre hay uno hacia el cual inevitablemente vamos, que se repite a lo largo de la vida hasta que se da en forma definitiva: la caída. El caer abarca desde la hoja del árbol hasta todo lo que existe en el universo. La caída es algo así como el centro de nuestras vidas y de nosotros mismos.
Sin embargo sentí que paradójicamente se producía también el movimiento inverso. Como si en el fondo de la caída hubiera un rebote, y es allí donde se encuentra el ascenso. Esto se fue hilando con otros pensamientos. Dice Heráclito “el camino que baja es el mismo camino que sube”. Así como el movimiento hacia abajo es una respuesta a tener un peso concreto sobre la tierra, se daba un movimiento inverso, una especie de ley de gravedad invertida.
La etapa de la subida se da en la poesía misma, en el hecho de poder configurarla, con palabras y silencios, con esa música que nos permite decir algunas cosas fundamentales sobre la realidad y sobre uno mismo. El ascenso que a veces se prodiga en el amor, en el gesto generoso de una persona a otra. De ahí la elección de un título general que no era una decisión tomada orgánicamente cuando publiqué en el año 1958 el primer libro, pero que luego se afirmó como una posibilidad que definía muchas de las cosas que yo buscaba. Y cada libro se llamó igual, con un ordinal delante.
En toda obra hay altibajos. Hay momentos de ascenso y de caída y eso es lo único que puede reflejar la poesía, porque la vida es así. A un segmento de caída sucede otro de plenitud.
A veces he soñado un ideal y es que la vida humana vivida a fondo, con fuerza, con decisión podría convertirse en un traslado de un punto de intensidad a otro punto de intensidad. Saint Exupery, el escritor y aviador francés, que estuvo aquí por la instalación de la Aeropostal, tiene una expresión que a uno le deja meditando, dice: “la vida del espíritu es intermitente”. Eso nos lleva a otro problema. Si el hombre no puede vivir en la tensión permanente, porque sus condiciones son la fragilidad y muchas veces el fracaso ¿qué se hace en los momentos de ausencia de la intensidad?. Es decir en la ausencia del poema. En los movimientos que el místico llamaría etapas de la aridez .¿Qué es lo que hacemos?. Lo que hacemos es leer otra poesía, es escuchar otra música, lo que hacemos es estar a la sombra de un árbol, como si ese árbol fuera el bosque en un pensamiento oriental.
3. Alquimia e integridad
Creo que esta metamorfosis que es la expresión humana no está hecha sólo de espíritu, ni de materia, ni sólo de sentidos. Creo que es catastrófico que se separe el poder mental del hombre, de la inteligencia, o de la imaginación. Todo lo que constituya un elemento divisor, partidor, es negativo para concebir al ser humano. Uno de los fines de la poesía es volver a reunir todo lo que el hombre es y hablar desde todo lo que lo constituye. Alguien señaló que Miguel Hernández, el poeta español, había conseguido un lenguaje casi corporal, que había integrado en la poesía hasta el propio físico. En esa conversión casi química, en esa alquimia del verbo, como decía Arthur Rimbaud, el hombre debe acceder de una manera o de otra, a que la integridad de su ser, se juegue en la integridad del poema.
¿Cómo hacer para integrar el poema, desnudo, infiliable, y un poco inubicable? El poema que no puede encerrarse en ninguna definición, ni tendencia. Un poema como una entidad propia y diferente. Es obtener el poema en donde tengamos la sensación de que la creación se ha configurado para darnos la impresión de que se toca algo distinto. “Siempre lo nuevo”, decía Charles Baudelaire. Arrojarse a lo desconocido para encontrar lo nuevo. Creo que es ahí donde encontramos el sentido de lo que llamamos creación. La poesía no es meramente un producto, no es una fabricación, es una creación o una oración laica. Porque se juega lo que el hombre es y arranca lo que no sabíamos que estaba y que sin embargo el poeta demuestra que estaba.
El poeta y el poema se encuentran rodeados por lo desconocido. Quien se da cuenta de eso y persigue hacer de lo desconocido algo que se pone delante de la mirada, hace poesía. Y como en todas las grandes cosas de la vida, el amor, la muerte, el dolor, no hay definiciones unívocas, lo que hay es simplemente el hecho concreto y real, inexplicable, y casi imposible de darle forma.
4. El místico, el visionario, el pensador: la experiencia poética.
Siempre es un instante, un instante de plenitud, lo que nos señala o nos sitúa con los ojos abiertos en la realidad más suelta, más ilimitada.
La recuperación del instante, la captación del mismo, el viejo sueño de los grandes creadores que a veces uno tiene la pequeña y humilde sospecha de que consigue recuperar. En esa tarea de entrar en lo indecible, hay alguien que está cerca de la tarea poética, es el místico. En su rara y singular experiencia interior y de comunicación con el universo de las cosas, el místico a veces se pregunta si vale la pena seguir hablando, o si el silencio es mejor. Pero es posible observar que son pocos los místicos que no retornan en algún momento a la tierra de todos, para dejar dicho, aunque sea algunos balbuceos de lo que han creído ver y vivir. Y cuando vuelven casi siempre eligen la poesía para decirse. Porque la poesía es justamente la vía para expresar lo inefable. En el poema pueden quedar algunos pedazos, fragmentos que nos transmiten a veces mensajes inesperados. Esto también se empalma con lo que decía Rimbaud, para quien el poeta no es profeta, en el sentido de alguien que anticipa las cosas, sino que cultiva la visión verbal y eso lo lleva un poco más allá, acostumbra a que la mirada se vuelva “visión”. Aquí es donde entra a jugar un papel fundamental la imaginación, que descubre resortes insospechados en todas las cosas.
Pero razón e imaginación no agotan todavía el repertorio de los recursos que mueven y hacen el poema. Así como hablé del cuerpo podría hablar de los sentidos, en aquello que decía el poeta inglés William Blake acerca de que si accediéramos a las puertas de la percepción la realidad se tornaría infinita. Pero hay una cosa que me parece importante en todo este planteo y es que el poeta y los lectores durante bastante tiempo estuvieron acostumbrados a que lo principal fuera la efusión. Yo tengo la sensación de que se ha desconfiado de la presencia de la inteligencia y de la razón en el poema y pienso que es un error. Pienso que también lo intelectual juega con intensidad en la escritura. El poema no es un delirio más o menos configurado de búsquedas caprichosas, sino que mucho de lo que entendemos como pensamiento es uno de los factores principales que hacen a la conjunción de lo que el hombre lleva dentro y es lo que lo hace diferente.
5. Ser y no ser: he allí el misterio
Hay quienes entienden que la suprema condición de “ser”, eso que nunca sabemos bien del todo en qué consiste, involucra a la comprensión, o a la explicación de lo que ocurre. La poesía lo que hace es lo inverso, es reforzar lo incomprensible. Por eso me gusta mencionar la anécdota del Koan que el poeta Basho le plantea a sus discípulos. El poeta de los haikus dice: “He estado explicando Zen toda mi vida y todavía no sé en qué consiste”.
Esto significa que para él lo importante no era atrapar ese concepto, sino vivir la realidad del Zen. Y eso es lo que importa plantar, como una nueva planta o árbol en el poema.
Es en el misterio de lo que ignoramos donde está la dimensión de lo infinito, lo que nunca podrá cubrirse del todo.
¿Por qué nacemos, por qué morimos? A veces cito una frase con la cual Martin Heidegger pone fin a su magnífico opúsculo “Qué es metafísica”, la conclusión del mismo es una pregunta: “¿Por qué existe algo y no, solamente, nada?”.
El misterio es entonces la zona interminable, inacotable, que sitúa nuestras principales acciones, y ausencias, en ese sentimiento de que hay más tierra por descubrir, más realidad aún, y que nunca, será descubierta del todo.
La pequeña revelación o iluminación que surge en cada poema, una especie de síntesis primera y última de las cosas, es una especie de condensación de lo que es más intenso en esta singular situación en la que estamos, entre el ser y el no ser.
6. La civilización del desarraigo
Antes de venir a Montevideo, en una audición televisiva que realicé en Buenos Aires he dicho que la civilización actual constituye un error.
Que nos hemos apartado de ciertas raíces fundamentales de la condición humana. Algunas de esas raíces perdidas tienen que ver con el hiper-desarrollo tecnológico que aparta al hombre de la vida natural, de lo espontáneo, del contacto con las fuentes de la naturaleza.
El hombre, lo sepa o no, no puede producir y ser producto de ese desgarramiento, o mejor aún, de ese desarraigo.
Creo que el hombre de este tiempo es un desarraigado, un exiliado. El exilio, del cual tanto se ha hablado y ha constituido una industria para mucha gente, el exilio no se da sólo de una tierra a otra, de una lengua a otra, cosa que es muy importante, sino que lo básico en el exilio es la separación de la criatura humana de su propio interior y de sus condiciones naturales. Entonces quedamos sueltos como marionetas, haciendo muecas en el vacío.
Brillan tanto y están por todas partes en el mundo las vidrieras, los mensajes espectaculares de la propaganda, cubriendo, tapando, ocultando la realidad que me parece un horror antinatural. Y no estoy seguro de que estemos en un momento de transición. Lo que me hace mantener cierta calma es que la historia humana es tan imprevista que pueden surgir factores que en este momento no vemos y que mejoren la situación. Dentro de lo que veo, dentro de las apetencias de una sociedad mercantilista, hiper-industrializada y sobre todo productiva, el mundo no me parece que va por buen camino.
A mí en lo posmoderno me rechazan algunas cosas, por ejemplo, lo que encuentro allí de confusión, todo es igual a todo. Yo amo la relatividad, creo que es lo más cercano a definir nuestra situación en el universo de las cosas. Pero siento en lo posmoderno una especie de acumulación que lleva a la confusión, a la falta de visión, a ver un poquito más limpias las cosas. En arte, lo posmoderno malo me parece doblemente malo.
Pero hay que buscar la otra cosa de todas las cosas. Para saberlo mejor, para vivirlas con todo esplendor, es necesario darlo vuelta. Uno de los gestos humanos que más corresponde para mí, es justamente ese, el de dar vuelta las cosas.
.....................Algo mira por todas las ventanas.
Hacia adentro o afuera.
Algo pasa por todas las puertas.
Hacia afuera o adentro.
No se puede afirmar el ser.
No se puede afirmar el no ser.
Sólo aquello que mira por todas las ventanas.
Sólo aquello que pasa por todas las puertas......................
(Poema inédito o “en barbecho”, sin cosechar aún, como le gustó decir a Juarroz, cuando nos lo leyó, en exclusiva, para esta nota).
Este reportaje fue publicado en el Semanario BRECHA de Montevideo el 3 de setiembre de 1993, durante la última visita realizada por Roberto Juarroz al Uruguay, donde leyó poemas y realizó dos conferencias sobre “Creación y Poesía”.
Una segunda versión de la entrevista fue publicada en la Revista de poesía Ultimo Reino Nºs 24/25 (Buenos Aires, 1998) bajo el título “Roberto Juarroz por sí mismo”.
Datos Bio-bibliográficos
Roberto Juarroz
(Argentina, 1925-1995)
Bibliografía escogida:
Seis poemas sueltos, 1960.
Poesía vertical, 1958.
Antología vertical, Visor, Madrid, 1991.
Decimotercera poesía vertical, Pre-textos, Valencia, 1994
Libro de conjuros, Editorial Lucina, Zamora, 2000.
Uno o dos en 23 sitios y más, Editorial Lucina, Zamora, 2003.
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