s.XX - Últimas tendencias - Jorge Ortega: Antevíspera, 2002


1

No pienso el poema.
Dejo abiertas las branquias de la pleura
para la embestida del siroco.

Un tifón asalta
la cisterna
del oxígeno que reciclo,
azota las ventanas olfativas
denostando la cordura del instante.

Mi credo es disponer de buril
cuando el vórtice haya entonces
doblegado la fibra más lejana,
cuando el dorso de la piel
quede ya galvanizado
de mielina sinestésica.

Los sentidos concurren en la mano
y hacen de su palma un tercer ojo.



2

Escribir pues
la traducción de los suspiros,
la gravidez del éter
impregnado de luz terráquea.

No relegar la matemática
pero adosar íntimamente
las flotaciones del entorno
a la sinergia del texto.

Desde los índices del gusto
prorrogar la tolerancia,
elastificar sus laterales
oponiendo un ecosistema.



3

No confiar en que el axioma
emergerá bajo el ritual
de la mano caprichosa.

El poema es el azar
y al amparo de caución
portar siempre una libreta.

Es la tachuela inesperada
que el numen clava a su guisa
en el corcho de nuestro horario.


4

El papel
absorberá las vibraciones del entorno,
la musitación de los élitros
despuntando entre la hierba.

Será prenda tendida
al aire libre,
ropa puesta a secar
tímidamente
en la azotea.

Succionará
los humores de estación,
las voces más agudas
que ductiliza el viento.

Ya emitirá después
los decibeles del barrio,
el vapor que se levanta
como la emoción recordada.



5

Partir de que nada es anotable
salvo la ubicuidad que nos anota
sin menoscabo de la coordenada.

Acatar la tensión de la distancia
que segrega rosicler mediterráneo
de todo asunto cognoscible.

Ver en la similicadencia
una aproximación a lo innombrable,
un canje de vértices opuestos
en la convocatoria del verbo.

Porque una cosa la trombosis del empíreo
al margen de todo estremecimiento,
y otra su disolución cardenalicia
embovedando al ojo absorto.

Porque hay quien la divise
la luz no muere sola.



6

El pudor secuestra los dicterios
entre los forrajes del vacío:
campo minado de tizones extintos.

Sumerjo la mano en el invierno
y atraigo a mi sintaxis
la cornucopia de la censura,
el racimo de pecados vocálicos
descontinuados por la castidad.

No está ya en uno sujetar
los cáñamos del vituperio.
El lenguaje es fluido tan airoso
que burla los azogues del escrúpulo
hasta condicionar sus paridades.

Es el término quien rige,
la dicción y su cordura afrodisiaca
sobre el ímpetu del anatema.



7

Porque existe la palabra
nos diferenciamos de los póngidos.
Pero habrá tal vez un siglo
en el estadio remoto de otra era
en que la prosodia de los hombres
sea el don de los mamíferos.

No estamos antes ni después
de nadie. La palabra es un instinto,
onomatopeya sometida
desde los atriles de la torre
a escrutinio disector:
gesto acribillado de teorías.

Habrá entonces que aplicar
la acupuntura del estudio
al ladrido de los canes,
al balar conmovedor
que surge de los montes
cuando asumimos el paisaje.

Primero es el aullido.
Luego su estatura logarítmica
entre los avezados de la especie.
Los perros hablan entre sí,
y pueden tal vez contar
—entre los meandros de la urbe—
con filólogos errantes.

Para ellos somos nosotros
los analfabetas primitivos.



8

El resuello encuentra una salida.
No cabe duda de ello.

¿Pero acaso como el hombre
–animal sofisticado–
sabe el toro de lid
que su gemido no es gemido
sino un alejandrino,
una sentencia al aire
gravada por la catarsis de la faena?

Marioneta del azar
cada mañana y tarde
el hombre también sale a ruedo;
espeta, a su modo, la incumbencia
y la cuota en el diario es una estrofa.

¿Qué instrumento delimita
la tradición oral del morueco
de nuestro aguijoneo versificado?
¿Qué aguaje, pastura o revolvente
aporta la sustancia que lubrica
el acomodo de los pensamientos?

Media el estilete que grafica
sobre la hoja láctea
las retenciones del canto,
los néctares del cráneo
que aceitan la esponja del encéfalo
para basificar la epopeya.



9

Las miradas son venablos
que la cerbatana del ocio
va insertando en el plafón,
arpones de éter compreso
que la pesca de altura
lanza para lidiar el tedio.

Instado por la entelequia
el poeta boga limbo
mientras otros discuten,
fragua su justificación
perforando estuarios de humo
con ojos circunspectos.

El silencio le bloquea
los arcaduces de la cabeza,
le seda la voz y los orificios.
Nada pronuncia ni escucha
mientras el ágora libra
el pantano de la sesión.

A la orden quieto el lápiz
y el flotar de la carpeta
sobre el mantel de fieltro:
evidencias de una estancia
ancoradas entre el aquí y el allá
como presencias en duda.



10

La poesía es intermitencia,
presencia en duda
que vacila entre el aquí y el allá.
Allá palpita un buque.
Aquí la ola pedestre.
Entre el advenimiento de la nao y el repecho arenisco
la espacialidad del poema,
su lapso narrativo oreado de brisa,
veteado de sal como un bauprés.

El poema surca el viento;
parte en dos los efluvios contrarios
como una Biblia abierta a la mitad,
una metáfora del mar Rojo
acreedora de la disección más edificante.

Autorizo inspecciones de canícula
en mis hipogeos cutáneos.
Dejo que la embriaguez del agua
bañe la sequía de mis empeines.
Humedezco el pecho altivo
aspirando las señales de la tromba.

Todo fenómeno improbable
queda por cumplirse
en la virginidad del pliego oceánico.


11

El arco se tensa
hasta columbrar
la infalibilidad de su puntería.

Hasta trincar
en sus borneos
las espuelas del acierto.

Pero igual
no se dispara solo.
Así el poema.

Saeta en vilo
potenciada en el arco
de nuestra garganta sin bridas.



12

No importa si el poema
cae del cielo o brota de la tierra.
Si desciende de las cumbres heliconias
o asciende de un cráter con apremio
de roca plutónica.

Si con tino de volcán
proyecta su tipografía,
o con fertilizante de llovizna.

El esófago dispara
piedras viscerales,
mas ignora la asepsia periférica
que regla el aposento de las letras.
Poco importa su torpeza enardecida,
su erupción de alquimia carrasposa.

Da lo mismo
si la altura suministra
el fosforescer de la planicie,
si el arabesco de los dígitos
resulta entronizado
por el sonar de un tragaluz.

Más acá del rito originario
el poema es materia cognoscible,
liebre capturada entre dos hitos.


13

Apoyado en una mesa
estilo párrafos de rutina.
Apisono la blancura laminada
con el desplazamiento del puño.

De izquierda a derecha
voy dejando atrás
la espléndida llanura,
voy arando el desierto
con la perpendicular del antebrazo.

El rombo de la plana
que anida en zona franca
hace las veces de marco
para la amanuencia peregrina.

Para el arácnido que repite
la misma trayectoria
hacia el oeste de las cosas,
hacia el cateto sombrío
encarando el poniente.

Como el cursor eficiente
que súbitamente golpea
el arcén de su marialuisa.
Como el tiro combado
volando la portería
con el ocaso por cesto.

Doblada por la conjetura
marcha así la taquigrafía.

La admisión del guarismo
no es más que cornisa
de apresurada viñeta.



14

Breve o longo
el poema encubre
un crucigrama semántico,

un acertijo forrado
con la chaquira
del acento sonoro.

Sobre el bosque literal
germina la metáfora
aboliendo acepciones cabales,

el sentido unívoco
acrisolado en sinónimos
de perceptiva antagónica.

Porque la poesía
gravita por encima
de las significaciones.

Es fin en la palabra
o en la multisemia
de la sugestión figurada.

Prisma cromático
tapiando de maravillas
la gruta del calidoscopio.



15

Poema es ir labrando con palabras la materia tenaz Jomi García Ascot

La madera es un tigre procesado
por la imaginación analógica,
un toldo rayado por doquier
como el cuero de los félidos.

Un mismo cromatismo los vincula
bajo el régimen de la apariencia,
una misma leonada tenería
bajo el sol ultravioleta del mohedal.

Entre la parquedad de la materia
y el retozo del mamífero:
los abismos de la anatomía,
la ballesta del cartílago;

entre la convulsión organicista
y el aplomo del ébano:
la hipérbole de fisionomías,
el tensor de nimiedades.

Mas basta una corteza pigmentaria
para arengar la semejanza,
un abanico de muérdago
fermentándose en el armario.

La estrofa concatena paradojas
acercando identidades enemigas.
La madera es un tigre procesado.
Taxidermia latente la poesía.



De Baladas para combatir la inanición, 2002

***


Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Jorge Ortega

(Mexicali, Baja California, México, 1972)

Bibliografía escogida:
Crepitaciones de junio, CETYS, Mexicali, 1992.
Deserción de los hábitos, La Espina Dorsal, Tijuana, 1997.
Mudar de casa, ICBC, Mexicali, 2001.
Baladas para combatir la inanición, ICBC, Mexicali, 2002.
Ajedrez de polvo, tsé-tsé, Buenos Aires, 2003.
Estado del tiempo, Hiperión, Madrid, 2005.


Enlaces:
Bio-bibliografía
Poemas
Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Jorge Ortega

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