s.XX - Últimas tendencias - Olvido García Valdés: Poética
(…) Si trato, haciendo memoria, de discernir las diferencias entre lo que encontraba en la lectura de Pavese o Artaud y lo que encontraba en Virginia Woolf o Alejandra Pizarnik o Katherine Mansfiel, la cosa siempre me parece clara: había en estas últimas algo más, un valor añadido, una clase de proximidad distinta a los otros casos, casi como si se pudiese hablar de otra lengua. En ese mundo imaginario en el que se suprimen las distancias y donde uno entra y sale con entera libertad en aquél o aquella a quien lee, Artaud era yo, Pavese era yo; pero Alejandra Pizarnik o Virginia Woolf eran yo de otra manera. Es esa sensación originaria, que no puede mentir, la que me ha ido haciendo ver la trascendencia de la literatura escrita por mujeres, porque me parece que algo sustancial cambia o amplía o modifica el mundo. Con los años esa impresión espontánea fue encontrando fundamento teórico. Ahí estaban los libros de Foucault, su poner en evidencia la construcción histórica que toda aparente esencia es: el hombre, ese invento reciente (y en consecuencia, y añadiendo notas a pie de página que en el original no venían, la mujer, esa construcción cultural que la biología no justifica, como demostraban todos los trabajos de la antropología feminista); y ahí estaban también las Investigaciones filosóficas de Wittengenstein, la indiscernible unidad de pensamiento y lenguaje, la amalgama inseparable de juegos de lenguaje y formas de vida. No se puede partir de lo dado, de una lengua-pensamiento que una forma de vida o una cultura conforma, la nuestra, una lengua históricamente patriarcal. Que las mujeres construyan en ella sus poemas o novelas, que piensen esa lengua, necesariamente va arañando, añadiendo, contradiciendo, limando, socavando o destruyendo juegos de lenguaje, expresión que es su pensamiento y modo de ver el mundo. Y, si es cierto que no podemos, al leer una frase, saber si es un varón o una mujer quien la ha escrito (pues eso supondría que todas las mujeres escribirían como la mujer y todos los hombres como el hombre), cuando leo por ejemplo las novelas de Clarice Lispector o Carson McCullers me parece que algo nuevo estoy leyendo, como es un novum la presencia de las corrientes feministas en el seno de la filosofía contemporánea.
Está el plano de lo literario y está el plano de lo sociológico-político. Y, si desde un punto de vista estrictamente literario no hay diferencia entre el valor de la obra de una mujer, pongamos Rosalía de Castro, y la obra de un varón, pongamos Gustavo Adolfo Bécquer, la obra d Rosalía de Castro tiene un valor añadido, política o sociológicamente añadido; y es que, aparte del que puedan reivindicar los galleguistas, en ella reconocemos la dureza, la rabia, el rigor y el dolor expresados desde un mundo femenino, que combinaba sus versos con sus partos y con sutiles negaciones de una fuerza y una rebeldía que, ella lo sabía bien, podía resultarle peligrosa.
No hay una escritura femenina, pero sí hay una escritura de mujeres. Si, por ejemplo, es generalmente reconocida la importancia nuclear que en la obra de un poeta tan grande como Luis Cernuda tiene su homosexualidad (y él fue el primero en poner de manifiesto esa importancia), ¿cómo no va a haberla tenido, para la literatura y para la lengua, la situación jurídica, económica, social y cultural de las mujeres a lo largo de la historia? Si los escritores y escritoras somos sujetos de experiencia y conocimiento, como las demás personas, y sujetos hablantes como ellas, pero privilegiados en el uso que del habla hacemos, ¿cómo no va a influir la experiencia histórica, y la experiencia presente y personal de las mujeres, de la mitad de la población, en lo que escriben?, ¿cómo no va a ir creando una lengua y un modo de ver y de pensar el mundo nuevos?
Siempre en el fondo late un problema de poder. Quien tiene poder habla, a quien tiene poder se le ve, quien no lo tiene se vuelve invisible: ésta es una cuestión sociológico-política que acaba siendo literaria, de valoración literaria. Se puede reconocer el valor intrínseco de obras hechas por mujeres, a la misma altura de las de varones contemporáneos suyos, pienso, por ejemplo, en Rosa Chacel, en Rosalía de Castro, en Virginia Woolf y, sin embargo, es curioso cómo desde una perspectiva del poder literario van pasando a un brumoso segundo término o sencillamente se diluyen. El lugar que las mujeres ocupan, ocupamos, en las antologías, tiene que ver con esa invisibilidad, por más que el resultado sea distinto según la conciencia que del asunto tenga y la posición ideológica de quien hace la antología (…)
Datos Bio-bibliográficos
Olvido García Valdés
(Santianes de Pravia, Asturias, España,1950)
Bibliografía escogida:
El tercer jardín, 1986
Exposición, 1990
Ella, los pájaros, 1994
Caza nocturna, 1997
Del ojo al hueso, 2001
La poesía, ese cuerpo extraño, 2005
Y todos estábamos vivos, 2006
Enlaces:
En la Biblioteca Cervantes
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