s.XX - Últimas tendencias - Francisco Javier Irazoki: Entrevista, 2009
La nota rota (Editorial Hiperión) es el quinto libro en solitario del escritor Francisco Javier Irazoki (Árgoma, Cielos Segados, Notas del Camino y Los hombres intermitentes). En él, y a través de cincuenta retratos literarios de músicos de todos los tiempos, se aleja por primera vez de la poesía para aproximar al lector a una disciplina que le ha acompañado a lo largo de toda su trayectoria: la música. Irazoki bebe de sus fuentes desde sus primeros trabajos como periodista musical en el Madrid de los 70 hasta hoy, embarcado en los estudios de armonía y composición que cursa en París, ciudad donde reside desde 1993.
En La nota rota, predomina la sinfonía inequívoca que el propio autor siente por la música y por la libertad. Una sinfonía que quizá pueda escucharse en el transcurso de esta entrevista.
La Casa de los Malfenti: En el título está ya la intención y el alma del libro: La nota rota. Me gusta esa aliteración no por simple menos efectiva. ¿Cómo nació ese título?
Francisco Javier Irazoki: Nació con la idea de juntar en un volumen las semblanzas de cincuenta músicos buscadores de nuevas formas. Quería que el título combinase el juego y la rebeldía. Un poco de desenfado en las sublevaciones musicales.
LCM: Con esta obra se aleja explícitamente de la poesía y se adentra en la prosa. ¿Por qué explorar nuevos territorios?
FJI: No me imagino alejado de lo poético. A mi juicio, la poesía no se encuentra encerrada en los versos. Incluso digo que la poesía no está encarcelada en la palabra. Mi obra anterior, Los hombres intermitentes, era un conjunto de poemas en prosa. En realidad, al probar otras maneras de expresarme, evito el tedio que me producen los límites de los géneros y las identidades. Si en alguna ocasión me ven desde lejos y adivinan que bostezo, probablemente se deba a que alguien me habla de identidades artísticas o raciales. La identidad sirve para inventar Arcadias y someter espíritus.
LCM: Será quizá que a la quinta va la vencida —La nota rota es su quinto libro en solitario—… Puesto que toda su trayectoria (desde su trabajo como periodista musical en el Madrid de los 70 a los estudios de Armonía y Composición en París) ha estado muy unida a la música, aunque nunca había tenido una visibilidad literaria como en este momento… ¿Es una deuda cumplida con la música?
FJI: Cumplida a medias. La música seguirá presente en mis páginas futuras. Aunque no me refiera a ella. Desde hace años, intento que haya una eufonía natural en todo lo que escribo. Únicamente pongo una barrera a ese goce: nunca aceptaré que la elección de los elementos acústicos de las palabras altere la sustancia de un texto. ¡Me molestan tanto las ideas torturadas por la estética!
LCM: Todo un recorrido por la vanguardia musical en breves capítulos, a lo largo de algo más de dos centenares de páginas. ¿Lo considera un reto o una osadía?
FJI: Sobre todo, un placer. En ningún momento pretendí señalar a los mejores músicos vanguardistas. Me limité a relatar las vidas de unas personas que caminaron cerca de algún precipicio y nos dejaron sus sonidos. Otros hombres pondrán orden en la importancia de esas músicas, aunque creo que el paso del tiempo es el más lúcido crítico de arte.
LCM: No sólo músicos clásicos, sino también grandes músicos del jazz, el rock o música étnica. ¿Pretendía llegar a todo tipo de públicos, sean o no melómanos?
FJI: No. Me propuse retratar a artistas independientes, y los encontré en periodos y estilos muy variados. Me niego a prejuzgar. Mi propio gusto va del Renacimiento al jazz o flamenco, y siempre escucho las obras que convienen a mi estado de ánimo.
LCM: Dejó fuera a Mozart y Bach. Seré una más en pedirle que nos cuente el motivo de esta decisión.
FJI: Mozart y sobre todo Bach son dos cimas a las que debo muchos días de placer. Están en la primera fila de mis preferencias. Pero ambos transmitieron su gran lucidez sin necesidad de rebelarse contra la tradición.
LCM: Conviven en las páginas de La nota rota Billie Holiday y Charlie Parker con Claudio Monteverdi y Thomas Tallis, Janis Joplin y Patti Smith con Karlheinz Stockhausen y Heitor Villa-Lobos, Sabicas y Paco de Lucía con Frank Zappa y Jimi Hendrix, Nico y Leonard Cohen con Béla Bartók y Ludwig van Beethoven. ¿Hay alguna característica personal —más allá de lo estrictamente musical— que una a todos estos genios? O dicho de otro modo, ¿cómo reconocer al ser humano dotado para la genialidad musical?
FJI: Para ellos, el infierno cabe en un dogma; la duda es su oxígeno. Además, comparten la adicción al trabajo. Los hoteleros se enfadan con John Coltrane, empeñado en dominar de madrugada unos compases que impiden dormir a los otros huéspedes, y Jimi Hendrix sigue ensayando hasta en un rincón de cualquier aeropuerto.
Según la Historia, la calidad no resulta tan fácil de distinguir. Johann Sebastian Bach es para sus contemporáneos poco más que un clavecinista y organista admirable; quizá le reconocen la destreza contrapuntística. Con juicio superficial lo tildan de autor reaccionario, y queda en el olvido durante bastante tiempo. Beethoven se convierte en un bloque de aire ante la indiferencia de Haydn o Mozart, y el cadáver de Mozart termina arrojado a una fosa común.
LCM: De la música más excelsa a la que se consume hoy en día. Hágame una valoración de la música actual.
FJI: El campo es amplísimo. Opino que la música contemporánea que viene de la línea más selecta y las obras de los creadores de origen popular confluyen en un terreno sin fronteras claras. Las últimas piezas de Frank Zappa serían el ejemplo de esa confluencia. Afortunadamente, sin el peso de los chaqués y sin la exhibición de los collares trasnochados, el espíritu clasista ha muerto en el arte. En el siglo XXI, la capacidad creativa une a aristócratas y a proletarios que afinan su ingenio mientras se sacuden el polvo de los arrabales. El talento, no el linaje, decide la excelencia artística, y Asia y África aportan sus sorpresas. Por el contrario, el rock, que tuvo etapas interesantes, languidece en la repetición.
LCM: La música puede llegar a ser un refugio y una forma de vida, y un calvario y un diván de psiquiatra… ¿por qué será?
FJI: “El hombre no sabe ser sin lenguaje”, dijo Fernando Aramburu en un emocionante discurso que leyó en la Real Academia Española. Lo suscribo. Y, sin embargo, escucho las obras de Gustav Mahler que carecen de palabras y me llegan inmediatamente sus temores, la infancia bohemia, la violencia paterna… ¿Por qué ese poder de la música? Ni idea. Para responder con seriedad a su pregunta debería recuperar la inteligencia perdida en el asombro.
LCM: Probablemente, la música y la literatura constituyen lenguajes distintos de una misma mirada: la de lo bello, captado a través del arte. ¿Con cuál se siente usted más identificado?
FJI: En la juventud me consideré un músico frustrado. Lamentaba el desconocimiento de la técnica musical e intuía que ese era el arte donde mejor podía expresarme. En el conservatorio, al estudiar los rudimentos de la composición, entendí cuánto cuesta decir algo verdadero en un sistema misterioso para el principiante. La técnica solamente me dio una belleza sin personalidad. Los acordes enlazados de manera mecánica sonaban bien, pero ¿estaba allí mi pequeño mundo? Llevo casi cuarenta años de escritura poética y me identifico con menos torpeza en el lenguaje literario.
LCM: Diríamos también que la música, además de escucharse, se puede leer. Por lo que no estamos tan lejos… Sin embargo, la música sigue gozando de un seguimiento popular que no alcanza la literatura. ¿Le preocupa que se lea poco, especialmente entre los jóvenes?
FJI: Si alguien renuncia a un placer, no protesto. El problema surge cuando se deja de lado un placer que nos hace libres. Por supuesto que la lectura de calidad ayuda a que haya ciudadanos indóciles frente a las manipulaciones. Acentúa el individualismo crítico. Así de sencillo: al buen lector le resulta difícil corear las consignas de un rebaño compacto.
LCM: Usted que ha viajado, que ha crecido en una tierra dolida, que se ha comprometido con el ser humano y ha elegido París como hogar, usted que ha alcanzado el reconocimiento de sus lectores y ha conocido las vanguardias creativas, deme un diagnóstico de la capacidad de futuro que tiene la sociedad en la que vivimos…
FJI: En este caso, la palabra futuro me viene demasiado grande. Sí veo un presente con señales positivas. ¡Cuánta falsa profundidad se enconde en el pesimismo y qué prestigio intelectual tiene la tristeza obligatoria! Aunque existen las penurias, las desigualdades inadmisibles, las dictaduras, los fanatismos religiosos, los delirios terroristas y otras pesadillas antiguas que debemos corregir, también son reales los conjurados a los que Jorge Luis Borges describe en su poema. Seres que construyen una torre de razón y a cuyo lado quiero seguir.
LCM: Vive en París desde 1993. Háblenos de su quehacer cotidiano como escritor en la ciudad de la luz y de la poesía, pero también la ciudad de la supervivencia para tanta gente desafortunada.
FJI: Intento escribir diariamente, y los materiales que uso son mis recuerdos y la realidad de París. Personalmente, vivir en el extranjero, adaptarme a los hábitos e idioma de Francia, me ha favorecido. Claro que la urbe tiene sus extremos de abandono y derroche. Pasan por mi lado muchos hombres que hablan solos. Pero no es menor la soledad de algunas personas que habitan en las aldeas de mi país.
LCM: Su nombre se encuentra ya entre las voces más apreciadas de la poesía española actual. ¿Se puede ser profeta en la tierra propia?
FJI: Los efectos narcóticos del elogio me duran tres o cuatro segundos. Enseguida me llega a la mente una frase pronuciada por Leonard Cohen: “La escritura me parece lo contrario de la abundancia, lo contrario del lujo. Es más bien un trabajo de trapero”. Me conviene esa modestia. Y no soy profeta ni en los carnavales de mi tierra.
LCM: ¿Cuáles son sus proyectos de futuro, los literarios, pero también los vitales?
FJI: A mí me disgustan mucho los sistemas políticos totalitarios. En nombre de la justicia o del orden, arrancan la duda y fundan infiernos. Sin embargo, un dictador, el chino Mao, dijo al final de su vida una frase que define mi experiencia: “Sólo soy un pobre monje que recorre el mundo bajo un paraguas agujereado”. La palabra poética es para mí ese paraguas que llevaré conmigo en todas las edades. Me gusta el adjetivo “agujereado”, porque sugiere cierta impotencia, y también me agrada que el orgullo del vocablo “monje” vaya en compañía del calificativo “pobre”.
En cuanto a los proyectos literarios, cuando llevaba escrita la mitad de Los hombres intermitentes sentí que ese volumen iba a tener su continuidad en un par de obras de características parecidas. Ahora redacto los primeros poemas en prosa de Los descalzos, y lo hago con la lentitud de una hormiga vieja.
Datos Bio-bibliográficos
Francisco Javier Irazoki
(Lesaka, Navarra, España, 1954)
Bibliografía escogida:
Cielos segados, Universidad del País Vasco, 1992.
Los hombres intermitentes, Hiperión, Madrid, 2006.
Enlaces:
Entrevista
Reseña de Los hombres intermitentes
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