Barroco - Otros barrocos - Francisco Cascales: Tabla poética tercera [in genere] De las costumbres, 1606
De las costumbres
CASTALIO.- De las quatro partes essenciales de la poesía, tienen segundo lugar las costumbres. No tomo yo aquí, como filósofo, la costumbre por cosa que signifique simplemente el hábito del ánima, porque esto es común a toda especie de costumbres, y es como género. Pero entiendo y tomo la costumbre por aquello que Aristóteles llamó ethos, que en nuestra lengua no quiere dezir otra cosa que una propriedad nacida del hábito y disposición nuestra, tocante no más que al vicio o a la virtud; por donde colegimos ser los hombres buenos o malos por lo que su naturaleza los inclina al vicio o a la virtud. Y como estas costumbres se echan de ver sólo en dos cosas, en las obras y en las palabras, de aquí viene que la fábula aya de ser morata (digo), que expresse y pinte la tal costumbre del malo o bueno; y que las palabras, ni más ni menos, sean moratas, digo significativas de aquella costumbre. Y para mayor inteligencia desto, que algo obscuramente tratamos, avéis de advertir aquellas quatro differencias de costumbres que pone Aristóteles en su Poética, diziendo que las costumbres an de ser buenas, convenientes, semejantes, iguales. La bondad de las costumbres no se a de considerar por modo simple y superficial, sino por aquellas cosas en que está la bondad. Porque las costumbres que en uno se alaban, en otro no son loables; exemplo sea Néstor, Sócrates, buenos, y una muger buena, y un criado bueno. Qualquiera déstos en su género es bueno; pero comparado uno con otro, no solamente se puede dezir menos bueno, pero malo. ¡Tanta es la discrepancia y diversidad en las costumbres respecto de las personas! Dadme a mí que un esclavo no sea ladrón, que para esclavo, ésta es suma virtud y bondad; pero en un illustre cavallero y príncipe no es alabança ninguna. En una muger, es honra texer, labrar y hilar; y en un hombre, es cosa vituperable. Y por esta causa reprehendió gravemente Philipo, rei de Macedonia, a su hijo Alexandro, porque le halló un día cantando entre unos músicos cosa que para un rei no era decente; Nerón también fue murmurado por muy dado a la música y por hazer versos, y Cómmodo, por ser gran tirador y luchador. Porque estas cosas que en gente inferior son gloriosas y buenas, en los príncipes no son de gloria ninguna. Es, pues, la consideración que si la bondad de una muger se atribuye al varón, si la del esclavo al príncipe, ya no será bondad, sino vicio. La muger casada es buena siendo honesta, vergonçosa, callada y solícita en el regalo de su marido; el criado será bueno, si es fiel, diligente, obediente y officioso en el servicio de su amo; el rey será bueno, si es justo, vigilante, liberal y amador de sus vasallos. Lo mismo dize Horacio:
Va a dezir mucho, si el criado que habla
es de buenas costumbres, o de malas;
si habla maduro viejo, o joven servido;
si matrona potente, o presta moça;
mercader trafagante, o despenado
labrador; o si es colco, o es assirio,
o si criado en Thebas, o si en Argos.
Lo segundo, las costumbres an de ser convenientes, considerando los officios, los estados, las naciones, el sexo y las edades. Y a cada cosa déstas se le ha de guardar su decoro y propriedad, con que se cumplirá este precepto de la conveniencia. Por tanto, el poeta deve poner la diligencia possible en que las personas que introduze guarden lo que conviene a su calidad. Que los mancebos traten cosas juveniles; los viejos, negocios graves; aquéllos, cosas amorosas, como gente llevada de su apetito; y éstos, como sujetos a la razón, cosas guiadas por el consejo y prudencia. Horacio:
Si tú quieres saber qué desseamos
el pueblo y yo de ti, escucha. El oyente
en el teatro esperará hasta el plaudite
cómo pintes al vivo las costumbres
de cada edad, y guardes el decoro
a la natura y los mudables años.
El niño que ya sabe dar respuesta
a las preguntas y sellar la tierra
con pie firme, se gloria andar jugando
con los de su tamaño: ya se enoja,
ya se aplaca sin causa, por momentos
muda de gusto. El desbarbado moço,
despedido ya el ayo, huelga mucho
hazer mal a un cavallo, andar con perros,
correr el monte, passear la vega,
a los vicios muy fácil, y enemigo
de recebir consejo. Tarde atento
a su provecho; presto en gastar largo,
presumptuoso, vano y arrogante;
prompto en sus pretensiones y tan prompto
en dexarlas después de conseguidas.
Múdanse con la edad nuestros desseos,
el hombre ya formado no se ocupa
sino en ganar dineros y amistades,
aspirar a mayores cargos y honras;
rehúsa cosas que después le pesa
averlas hecho y aya de mudarlas.
El viejo mil inconvenientes tiene.
Adquiere hazienda, y de mezquino no osa
tocarla: tiembla si a de gastar algo;
en cada cosa vive con mil miedos;
grande dilatador de plazos; tardo
en los despachos, largo en esperanças;
prométese de vida muchos años;
mal acondicionado, mal contento,
gran reñidor, alabador del tiempo
passado, quando moço; quando niño
censor, castigador de los menores.
La juventud, provechos grandes tiene,
ligereza, hermosura, juizio, fueças.
Y la vejez, incómodos muy grandes,
enfermedades, fealdad, olvido.
Ten cuenta de no dar las propriedades
del viejo al moço, las del moço al niño;
antes, al tiempo y uso que tenemos
as de seguir, y acomodarte siempre.
El poeta, para no pecar contra la conveniencia de las costumbres, conviene sea muy docto y que tenga noticia de cosas, para discurrir en los officios y estados. No se le passó por alto esto a nuestro Horacio:
Quien aprendió lo que la patria obliga,
y los amigos; quánto honrar se deve
el padre, y el hermano; quánto el huésped,
que es el officio de conscripto padre,
y del juez; qué obligación y partes
a de tener un general de guerra.
Éste sí que sabrá a cada persona
darle lo que le toca y pertenece.
PIERIO.- Callando e estado hasta agora. Y aunque se me a offrecido algo que poder dudar, e hecho escrúpulo de conciencia el cortaros el hilo y atajar la corriente de vuestra exposición y mi gusto. Mas ya que avéis hecho alto, entro con dos breves dudas.
CASTALIO.- Decid nora buena, que quanto más me apretáredes los cordeles, más presto confessaré la verdad.
PIERIO.- Tras esso voy, y por saber, la digo assí: que si las costumbres (como vos dezís en nombre de Aristóteles) deven ser buenas, excluidos quedamos de pintar y descrivir las partes y costumbres de un rufián, de una alcahueta, de un traidor, de un ladrón y de otros semejantes, que son en la República de mal exemplo, y necessariamente en ellos se ha de hazer imitación de malas costumbres, y el que las pusiere avrá quebrantado vuestro precepto. La segunda duda es: que si no es cosa conveniente atribuir la fortaleza, propria del varón, a la muger, ¿cómo el Ariosto hizo tan valiente a Marfisa y a Bradamante, y Torcato Tasso a Clorinda, y Virgilio a Camila, y Homero a Pantesilea?
CASTALIO.- No es poco fuerte la primera objección, y que si se a de confessar la verdad, es cosa que se puede disputar en pro y en contra. Y mirad si devo ir atentado en la respuesta, pues sólo por esse inconveniente el divino Platón destierra a los poetas de su República, fundado en esta máxima: Que siendo el poeta imitador de todas las cosas que ay debaxo de naturaleza, por donde está obligado a hazer imitación de las costumbres buenas y malas, y de las actiones buenas y malas, no quiso que uviesse en su República poetas que representassen cosas de mal exemplo. Y por tanto, admitió sólo a aquellos que uviessen de imitar buenas costumbres, como son los que cantan las alabanças de Dios y de los príncipes heroicos y justos. Aristóteles dize también que las costumbres an de ser buenas; pero con todo esso, no nos quita esta variedad de costumbres buenas y malas, como Platón; porque su parecer es que los oyentes o lectores, viendo o leyendo pintada al vivo y representada la vida mala y costumbres malas de hombres facinorosos, conocen el daño y peligro de que se an de guardar, y temen ir por aquel camino, amedrentados del mal fin en que aquéllos acabaron. Y assí doy por solución, que por esto se pueden admitir imitaciones de costumbres malas; principalmente, si estas personas de mal exemplo rematan en algún grave castigo o infortunio digno de sus pecados, con cuyo exemplo tomen escarmiento los oyentes y lectores. Y para que entendáis que no excluye el Filósolo esta variedad de costumbres, oýdle: Eorum unum, idque primum est, ut probitatem prae se ferant utcumque mos inerit, si quemadmodum diction est, tum sermo, tum actio animi propositum qualecumque fuerit indicaverit, improbus quidem si improbum, probus si probum. Que es tanto como si dixera: «Las costumbres an de ser buenas en conformidad de la persona que imitamos: si fuere buena la persona, serán buenas las costumbres; si mala, malas.» Que esso significan aquellas palabras, utcumque mos inerit. De suerte que quando pinto yo las costumbres malas de un rufián o de otra persona ruin, por mi parte son las costumbres buenas, porque las pinto como son. Y pintar yo en este mal hombre costumbres buenas, sería pintarlas malas en razón de poesía; como si las propriedades y costumbres buenas de un buen cavallero las atribuiesse al rufián, sería descrivir malas costumbres.
PIERIO.- No passéis adelante, que yo descanso con lo que avéis dicho. A la segunda duda, si os parece, me satisfazed.
CASTALIO.- Esta no tiene dificultad. ¿Vos no sabéis que la poesía imita todas las cosas que ay en la naturaleza, y que aunque ésta crió generalmente a las mugeres cobardes y flacas, que algunas vezes hallamos en las verdaderas historias, y vemos en nuestros tiempos también algunas varoniles y valientes? Como se sabe de Semíramis entre los babilonios, de Hipólita, reina de las amazonas, de Zenobia reina de los palmireos, de Amalasunta, reina de los godos, de Mexeyma, reina de los ethíopes, y de otras muchas que vistieron coraças y blandieron lanças. Pues, dado caso que éstas fueron valientes, ¿por qué no las pintará el poeta tales?
PIERIO.- Yo assí lo creo, que no se puede negar esso; pero ¿cómo dize Aristóteles: Fortitudo mos est, sed esse vel fortem, vel prudentem utique mulieri non convenit?
CASTALIO.- Aristóteles dixo muy bien, tomada la costumbre en general; porque la fortaleza y prudencia no compete a la muger, sino al hombre. Y esta propriedad y conveniencia deve considerar siempre el poeta; que essotro es un privilegio particular de naturaleza y una excepción. De manera que Aristóteles dio la regla general, y la naturaleza, la excepción. Lo tercero, las costumbres an de ser semejantes, esto es, que las personas o cosas que an sido en tiempos passados, las imitemos conforme a la opinión y noticia que tenemos de ellas, y no de otra manera. Bien puede el poeta, las personas que inventa y finge, de nuevo hazerlas en su idea y representarlas en su fábula como quisiere: valientes, covardes, astutas, atrevidas, venturosas, infelices; pero los que están ya marcados por el tiempo por justos, como Numa, de fuerça los a de pintar justos, &c. No dize menos Horacio:
Quando introduzes, o escritor, a alguno
o píntale según su fama, o píntale
según la conveniencia de su estado.
Si representas al famoso Achiles,
hazle arrojado, duro, inexorable,
iracundo, sin ley, a nadie ceda;
prométase en las armas lo impossible.
Sea feroz Medea, venceguerras;
llorosa, Ino; traidor, Ixión sea;
Io, peregrinante; loco, Orestes.
Lo quarto y postrero, deven ser las costumbres iguales. La igualdad pide que aquel a quien el poeta le pintare iracundo, le lleve iracundao hasta el cabo; a quien afable, a quien valiente, a quien justo, a quien cauteloso, ni más ni menos. Porque este precepto habla principalmente de aquellos que el poeta innova y finge. La razón desta igualdad es que como las costumbres y actiones provienen del hábito, y el hábito es constante y siempre se sustenta de la misma manera, assí las costumbres en qualquiera persona se deven pintar igualmente. Horacio:
Si quieres escrivir algún poema,
fingir nuevas personas y argumentos,
procura de llevarlo hasta el cabo
como lo començaste, de manera
que por todo y en todo, se parezca.
PIERIO.- Si tanta constancia y igualdad se deve guardar en las costumbres, ¿cómo Demea, a quien introduze Terencio en los Adelphos casi por todo el discurso de la comedia constante en su propósito, al fin della le haze mudar de parecer, y de muy inhumano, le representa afable y halagüeño? ¿Y cómo a otros muchos los vemos también mudar a cada passo costumbres?
CASTALIO.- A lo primero digo que Demea no muda de condición y costumbres, aunque mude de parecer; pues que forçado y compelido, y viendo que no puede hazer otra cosa sin gran perjuizio de su hijo, lo haze. Y el hazerlo por fuerça, no se lo dexa en el tintero; pues, preguntándole su hermano Micio que cómo avía en él tan repentina mudança, responde: «Yo te lo diré: para mostrar que el ser tú tan blando y tan fácil con mi hijo Esquino, esso no procede de amor verdadero, ni es el término de criança que se deve a los hijos, sino officio de adulador; pero, pues mi vida y mi proceder os es aborrecible, porque no os complazgo en todo, assí en lo justo, como en lo injusto, yo me allano y alço mano desde oy de mi hazienda. ¡Derramad, comprad, hazed della lo que os pareciere!» Según esto, amigo Pierio, bien se ve y consta que Demea no es inconstante en la costumbre con que empeçó. A los demás que mudan costumbre, los podemos condenar como quienes se apartan deste precepto; sino es que introduzís un hombre inconstante, que en tal caso, guardar la variedad es constancia. Y si no es que sueltas las riendas de la razón, va qual cavallo desbocado, dando en diferentes pensamientos, porque: Dum in dubio est animus paulo momento huc atque illuc impellitur. Y si no es quando introduzís una persona medio desesperada, según aquello de Ovidio:
Saepe precor mortem, mortem quoque deprecor idem.
O si no es quando pintáis una muger, que hablando generalmente, la muger de suyo es variable, si no miente Virgilio y la experiencia:
Varium, & mutabile semper foemina.
PIERIO.- Ya llevo sabidas en la uña estas quatro condiciones de las costumbres, pero todavía me queda acá cierta rasquija que no me dexa del todo sossegar. Y es que, pues las costumbres nacen del hábito, y el hábito es siempre constante, ¿cómo puede aver variedad en el que tiene tal o tal costumbre?
CASTALIO.- Dudáis muy bien, y para no gastar almazén de palabras, digo que los movimientos del ánimo, unos son graves, tristes, coléricos, impetuosos, locos, y otros son mansos, leves, agradables y suaves. A aquéllos, llaman los philósophos affectos y passiones; y a estotros, costumbres. De modo que, quando ay mudança causada por alguna passión del ánimo, como son amor, ira, miedo, &e., no diremos que uvo mudança de costumbre. Pero si en los proprios actos, de los que es sola costumbre, uviesse variedad, deve ser condenado el poeta que tal hiziesse.
PIERIO.- ¿Ay otra cosa que dezir sobre las costumbres?
CASTALIO.- Un largo discurso podíamos hazer al presente de las costumbres. Según las edades: del niño, del moço, del varón y del viejo. Según la fortuna: del noble, del rico, del poderoso, del fortunado. Según la naturaleza, según el arte, según el parentesco y amistad, según la familia del padre, de la madre, del hijo, del marido, del amante, del amigo, de la hermana, del hermano. Acerca de los affectos: del amor, del odio, de la ira, del miedo, de la confiança, del desdén, de la imbidia, de los celos, de la emulación, de la desvergüença. Considéranse también las costumbres y passiones, teniendo respeto y ojo a las circunstancias del tiempo, del lugar, del estado, de la edad, del sexo, de la patria, de la ocasión. Para todo lo qual os remito al Philósopho en su Retórica, y al obispo Minturno en su Poética; que pues todos éstos son lugares comunes al orador y al poeta, no es precisa obligación de tratar aquí yo por cosa propria la que el retórico trata también por suya.
PIERIO.- No me parece mal, y más, porque me dais ocasión de passar esto a vista de ojos en los mismos auctores. Dexada, pues, aquí esta segunda parte, vamos a la tercera, que es la sentencia.
Datos Bio-bibliográficos
Francisco Cascales
(Murcia, 1564-1642)
Bibliografía escogida:
Discurso de la ciudad de Cartagena, Ayuntamiento de Cartagena, 1998
Epístola de Horacio Flaco sobre el arte poética…, Academia
Alfonso X el Sabio, 2000
Tablas poéticas, Espasa Calpe, 1975
Enlaces:
Epístola
Epístola
Discurso de la ciudad de Cartagena
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