Barroco - Cultismo - Juan de Jáuregui: Silva, 1618
A un amigo docto y mal contento de sus obras [1]
SILVA
Entre las horas que al estudio atenta
vuelvo la vista, y a ganar aspiro
tu fama, ¡oh Lesbio!, con respeto admiro
lo que tu mano escribe mal contenta.
Mi ingenio en tus escritos se alimenta
y doctos versos breves,
do tanto el arte y natural extremas,
que, deleitando, enseñas y conmueves [2]
con más fervor que el razonar verboso
de las historias largas y poemas.
Con ánimo medroso,
así, después, arguyo:
si del ingenio tuyo
estas reliquias, que venero y precio,
miras, prudente amigo, con desprecio,
¿cómo ser puedo estimador bastante
del sentencioso verso y elegante
escrito por tu mano,
que llene enteramente
y satisfaga al vaso de tu mente?
Si bien aguardo en vano
verte con obra tuya satisfecho,
pues el estilo humano,
cuando mejor escriba,
no arribará, ni con distancia y trecho,
adonde el vuelo de tu ingenio arriba;
y si igualarse intenta, es devaneo,
tu más sonoro canto a tu deseo.
¡Has conocido la perfecta Idea
de la escondida, altísima Poesía:
lengua no habrá que de tan alta esencia
bastante a retratar las formas sea;
así, cuanto de aquélla se desvía
del retórico frasis la potencia,
tanto desdice al justo
tu docta compostura de tu gusto,
por culpa no de tu capaz ingenio,
mas del lenguaje y numeroso canto,
no poderoso a tanto.
Tal imposible fatigaba el genio
que la divina lengua mover pudodel gran
Virgilio, a su morir cercano,
cuando, de propia estimación desnudo,
mandó entregar sus versos a Vulcano.
De un golpe allí la Parca (avara suerte)
diera a su vida y a su gloria muerte,
si el Cesar providente
la cláusula mortal no revocara
rompiendo leyes con legal violencia,
antes que la licencia
del fuego su costumbre ejecutara.
Luego, la altiva mente,
en gobernar el mundo embarazada,
reduce sólo al canto ya la musa;
no la imperial ocupación le excusa
de se hurtar al celador gobierno,
mientras en verso ilustre y venerable
celebra el merecido nombre eterno
de un siervo al fin, y la memoria honrosa:
¡ejemplo memorable,
fuerza de la virtud maravillosa!
Trueca el ínclito cetro
en el canoro plectro,
y con sentida voz el aire inquieta,
voz tímida y sentida
sólo de la intención de su poeta.
«¡Oh musas! dice, socorred al fuego.
Latinas musas, ninfas del boscaje,
custodia de la selva entretejida,
al fuego injusto socorred os ruego.
Verted aquí las ondas de los ríos;
del mundo el daño general se ataje.
No en los incendios se resuelva impíos
de nuevo Troya, que en los versos vive.
Elisa, en sus amores ya encendida,
mísera, ¿ha de abrasarse en nueva llama?
Obra tan digna de perpetua vida,
que en años tantos de labor se escribe,
¿en sólo un punto ha de acabarse? ¡Oh fama!
¡Viva Marón por mil edades, viva!
Si fue a sí mismo ingrato,
por su desprecio sólo,
su verso al mundo le será más grato;
tal obra el tiempo en su memoria escriba.
Viva, y en cuanto Apolo
su cuarta esfera cóncava rodea,
se alabe, honore y ame, estime y lea.»
[1] Jáuregui emplea el cauce poético para reflexionar acerca de la propia creación literaria. La función metapoética que asume esta silva la hace especialmente interesante al ofrecemos algunas de las claves estéticas de nuestro autor. El poema sintetiza eclécticamente la concepción aristotélica y neoplatónica traducida en una equilibrada síntesis de la dicotomia ars-ingenium, así como en la aceptación de la dualidad horaciana del útile-dulci. Esa combinación debía de traducirse necesariamente en la vieja aspiración a la consecución de la verdadera Poesía como artístico reflejo de la anhelada perfecta Idea/Belleza, cuya recompensa inmediata se concreta en la fama derivada del ejercicio literario.
[2] El poeta alude a la finalidad primordíal de la poesía: la consecucíón de la enseñanza y el deleíte, a través de la conmoción, admiración del lector
Datos Bio-bibliográficos
Juan de Jáuregui
(Sevilla,
1583-Madrid, 1641)
Bibliografía escogida:
Poesía, Cátedra, 1993
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