Barroco - Cultismo - Juan de Jáuregui: Discurso poético, II, 1624


LOS ENGANOSOS MEDIOS CON QUE SE YERRA

Piérdese, pues, el poeta y engáñase en varias maneras. Destas basta advertir ahora las más notables, sobre lo general que dejamos a otros capítulos; y sea la primera el aborrecimiento de palabras comunes.

Es cierto que el estilo poético debe huir las dicciones humildes y usar las más apartadas de la plebe, como entre otros muchos dijo Petronio: Effugiendum est qb omni verborum vililate,et sumendae voces a plebe summotae. Saben esto nuestros poetas o hanlo oído decir, y llenos de furiosa afectación no sólo buscan voces remotas de la plebe, sino del todo ignoradas en nuestra lengua y traídas en abundancia de las ajenas. Aristóteles dijo a sus griegos en la Poética [cap. 22, según divide Heinsio]: Las palabras de otras lenguas competen al estilo heroico; lo mismo repite en diversas partes. Ignorancia sería que, atenidos a este precepto, usásemos en poesía castellana mixtura de voces latinas, italianas, francesas o tudescas. Sería abusar torpemente de la permisión del filósofo y calumniarle sin causa. Él habla en estos lugares observando el estilo de Homero, que insertó en sus poemas no peregrinos lenguajes de otras naciones, que es engaño, sino la diversidad de dialectos que usaban las provincias de Grecia, cuyas hablas diferían algo, mas reputándose todas por lengua griega. Los dialectos eran: el ático, jónico, dórico, eólico y el común. Así lo observan los gramáticos, mayormente Plutarco donde comienza: Dictione varia usus Homerus, cuiuslibet linguae Graecorum insignia immiscuit. Lo insigne de las lenguas de Grecia dice que mezcló, no de las distantes y extrañas. Esta mixtura, pues, tenía observada Aristóteles en las obras de Hornero, ya ella mira en los lugares citados conociendo que era toda una lengua, en cuanto ser toda griega.

Al modo mismo considera Quintiliano [lib. I, cap. 2] la suya latina, donde diferenciaban algo los tuscos, sabinos, prenestinos y patavos, y porque Veccio usaba voces de todos le reprehende Lucilio, no obstante que era todo lengua romana: Licet omnia italica pro romanis habeam. Como si en Castilla usásemos voces particulares de Andalucía o Aragón, o como si en poesía toscana se insertasen dicciones y modos de otras provincias de Italia, donde, aunque hay alguna diferencia, todo al fin es lenguaje italiano. No permite más el filósofo, ni cabía en tan sabio juicio consentir a los poetas la mezcla de lenguas remotas, como algunos entienden por no entenderle.

Cynuclo en Ateneo advierte [lib. 3, cap. 21], como caso muy raro, haber usado los antiquísimos griegos alguna palabra persiana: sicuti parasangas, astaros el schenum. Ovidio [de Trist. , lib. 4, eleg. 41] en su destierro del Ponto, como quien se recela de incurrir en un gran barbarismo, dice: Creedme que llego a temer no leáis mezcladas en mis versos algunas palabras pónticas. Manilio [Astr. , lib. 3] 9, escribiendo de astronomía donde era fuerza usar nombres nuevos extraños, aun siente mucho el hacerlo y se defiende protestando que no es suya la culpa, sino de la materia que canta:

Et si qua externa referentur nomina lingua,

Hoc operis, non vatis erit: ............................

Escándalo fue de Gelio [lib. 7, cap. 16] la licencia de Laberio poeta y aun desvergüenza la llama, sólo porque alteró algunas voces latinas, no porque las usurpase de otras lenguas, pues los ejemplos que alega son desta especie: adulteritatem, depudicavit, manuarium. En Virgilio son bien notables tres o cuatro extranjeras, que se llevaron a la latinidad: gaza del persa, uri del galo, magalia del afro, a que añade Macrobio [Satur., lib. 6, cap. 4] la voz camuris como peregrina, aunque sin darnos su origen. y es de advertir, que no fue el primero Virgilio en introducir estas voces, que antes había dicho Lucrecio [de Rer. Nat., lib. 2] gazae; César [De Bel. Cal., lib. 6] uri (son ciertos bueyes) y Salustio [De Bel. Lug.] mapalia, indicio de que ya las tenía admitidas el latino II.

En efecto, el usar los poetas palabras extrañas jamás oídas es caso muy singular y vedado severamente por Cayo César [in A. Gel., lib. 1, cap. 10]: Ten siempre en la memoria decía y en el corazón el huir, como de un escollo, las palabras inauditas e insólitas. Habe semper in memoria atque in pectore, ut tanquam scopulum, sic fugias inauditum atque insolens verbum. Después Gelio, en otro capítulo [lib. 11, cap. 7], reprueba lo mismo con igual aspereza. Palabras que no han de entenderse ni mostrar nuestro intento, ¿de qué sirven o para qué se inventaron? Así lo pregunta el jurisconsulto Tuberón referido por Celso [Celsus, in lib. Labeo v. de supellectile legata]: Quorsum nomina [inquit] nisi ut demonstrent voluntatem dicentis? Mas, desto se hablará a lo último. Las que admitió Virgilio con más licencia y otros latinos fueron las griegas, como parientas de su lengua y muy conocidas. Así lo consiente Horacio con escaseza:

[et nava fictaque nuper habebunt verba fidem,] si Graeco fonte cadent parce detarta…................

Lo más, pues, que nosotros podemos a imitación de los latinos, es valernos principalmente de algunas voces suyas, por la cercanía y parentesco de lengua y la nuestra, aun más parientas que el latín y griego. y no sólo podemos usar esta licencia, sino debemos en las composiciones ilustres porque, sí bien nuestra lengua es grave, eficaz y copiosa, no tanto que en ocasiones no le hagan falta palabras ajenas para huir las vulgares, para razonar con grandeza y con mayor expresión y eficacia. Mas el que induce nuevas palabras latinas, o bien de otra lengua, o como quiera que las invente, demás de ser limitado en el uso dellas, debe saber que se ob!iga a otros requisitos: que la palabra sea de las más conocidas en la jurisdicción de su origen; que no consista en sola ella la inteligencia de lo que se habla, porque si la ignoran algunos, no ignoren también el sentido de toda la cláusula; que se aplique y asiente donde otras circunstantes y propias la hagan suave y la declaren, usándola, en efecto, de modo que parezca nuestra. y por no hablar yo solo, oiremos a Demetrio (De elocutione]: Debe proponer dice el que innova alguna dicción, lo primero que sea clara; demás desto semejante a las que están en uso, no le parezca a alguno que en medio de nuestra lengua y vocablos griegos admitimos los frigios o escíticos. Proponere sibi oportet traduce Victorio primum in nouando nomine, ut planum sit et ex consuetudine; deinde similiuldinem ad ea nomina, quae usu sunt, ne aliquis videatur phrygium aut scythicum sermonem adhibere in medio grecorum vocabulorum.

Sobre todo le importa al poeta español, que introduce palabra nueva, elegirla de hermosa forma, que suene a nuestros oídos con apacible pronunciación y noble, pues, no basta ser latina, italiana o griega, ni calificada y notoria en aquellos idiomas para asegurarnos de su autoridad y preferirlas a las nuestras. Estas voces: monipodio, catarro, pelmazo, sinfonía, escolimoso y otras, son puramente griegas, lustrosas y graves en su lengua y de allí traídas a la nuestra. No por eso tendrán lustre o gravedad entre nosotros, ni jamás le tuvieron, sino desprecio y vileza (de poesía trato), porque se forman con desgracia a nuestros oídos y no las acepta por nobles nuestro idioma. Al contrario desto, coyunda, yugo, sulco son voces siempre usadas entre boyeros; gallardía, banquete, se derivan de gallo y de banco, y siendo unas de baja etimología y otras tan manejadas de los rústicos, nada las envilece, todas son nobles y hallan lugar en los versos, porque acertó su forma a sonar de buen aire en nuestros oídos y ser bien acepta al lenguaje. Así Teofrasto, alegado por Demetrio, definiendo cuál fuese la pulcritud de las palabras, nombra primero la que pertenece al oído; Pulchritudo nominis est quod auditum.

Mas dejando estas advertencias para ociosa ocasión, voy al punto de nuestros poetas y digo, que en algunas obras, no sólo llenan de latín y de italiano y griego la mayor parte de los versos, dejándolos como extranjeros y desnudos de su lengua legítima, sino que las voces que usurpan aun en su origen son ocultas. Luego las derraman acaso, sin abrigo de otras nuestras y propias que las manifiesten y ablanden, y en fin, con trocada elección aprehenden las más infelices, las más broncas, no sabiendo examinar en ellas buena estructura, formación apacible o magnífica, para que siendo gratas y cómodas a nuestro dialecto ni escandalicen ni ofendan. Así que el huir de palabras comunes, los destierra a lenguas extrañas donde cometen mayores vicios por defecto del buen artificio, que en las fugas de toda culpa supone Horacio. No traigo ejemplos ejecutados por no ofender a autores, mas presumo se hallará lo que vamos diciendo, si se atiende a observarlo.

Y pasando a otras pérdidas y engaños, digo que es conveniente en los versos, y precepto común, usar metáforas alentadas y otras figuras y tropos admirables, mas por seguir los nuestros esta virtud, se engañan con la especie della, bien que engañosísima. Usan tanto lo figurado y abalánzanse con tal violencia, que en vez de mostrarse valientes, proceden, como decíamos, hasta incurrir en temerarios. Todo lo desbaratan, pervierten y destruyen; no dejan verbo o nombre en su propio sentido, sino remotos cuanto es posible; siempre los fuerzan a que sirvan donde nunca pensaron, del todo repugnando al oficio en que los ocupan. Esta violencia de traslaciones considera ingeniosamente JerónimoVida: Hay autores inicuos, dice en su Poética (lib.3), que ejercen dura fuerza con las palabras; despojan las cosas de su forma nativa a pesar dellas mismas, y oblíganlas violentamente a vestirse de ajenos aspectos.

Namque, aliqui exercent vim duram, et rebus

[iniqui

natiuam eripiunt formam indignantibus ipsis, inuitasque iubent alienos sumere vultus.

Entendamos esto con ejemplos, aunque fingidos, pues no he de alegar los de otro. Supongo que para .describir el mar, traigo metáforas de un libro: a las ondas las llamo hojas, a los peces, letras, etc.. Parece que en tal caso, estas voces metafóricas se quejarían viéndose violentadas en ministerio tan remoto de su significado. Las hojas dirían: ¿cómo podemos ser ondas?, basta que siendo propias del árbol nos trasladan al libro, mas llevarnos ahora a que signifiquemos el agua no es disfraz sufrible. Dirían las letras: ¿qué proporción o parentesco tenemos con los peces para que ellos se vistan de nuestro nombre? , basta que hay pece espada y pece rey, más pece letra es rigor que le haya. Hallaremos pues en los nuestros, no sólo traslaciones tales, sino con aspereza doble, porque aun las mismas metáforas metaforizan. No juzgan suficiente un disfraz en la voz y oración, sino la revisten con muchos y queda surmergido el concepto en la corpulencia exterior [Lucanus, lib. 9]:

Ipse latet penitus congesto corpore mersus

No digo otras desproporciones al continuar sobre la metáfora, ni puedo detenerme en todo.

Demás desto han oído que la oración poética en estilo magnífico debe huir el camino llano, la carrera de locución derecha consecutiva y la cortedad de las cláusulas. Mas huyendo esta sencillez y estrecheza, porfían en trasponer las palabras y marañar las frases de tal manera, que aniquilando toda gramática, derogando toda ley del idioma, atormentan con su dureza al más sufrido leyente, y con ambigüedad de oraciones, revolución de cláusulas y longitud de períodos, esconden la inteligencia al ingenio mas pronto. Todos estos defectos se reprueban juntos por Cicerón [De Oratore. lib. 3]. y de todos, dice, procede la oscuridad. Desta hablaremos después en distinto capítulo, y aquí basta proponer algo del insigne orador, bien que sus leyes sean más estrechas que las poéticas: No hay para qué detenernos en otra cosa resuelve Craso. porque se dispute con cuáles medios podremos hacer que se entienda lo que se dice. Ello se conseguirá hablando verdadero latín, con palabras usadas que propiamente muestren lo que pretendemos significa,. sin dicción ni oración ambigua, sin muy larga continuación de palabras, sin muy apartadas traslaciones, no troncando las sentencias, no trastrocando los tiempos de los verbos, no confundiendo las personas, no perturbando el orden. Neque vero in illo altero commoremur…, etc. Luego, condenando el estilo de algunos, añade: Si no estoy atentísimo no los entiendo: tan confusa es su oración y tan perturbada; no sé cuál es primero, ni cuál segundo. Tanta es la insolencia y la multitud de sus palabras, que la oración que debía dar luz a las cosas, antes las envuelve en tinieblas, y los mismos que hablan se atruenan. No sé cómo pueda representarse mejor lo que hoy vemos en los escritos reprendidos.

Una de sus extrañezas. como propuse. es la trasposición de palabras. Llaman los griegos hipérbaton esta figura. que usada con buen artificio, añade gala al decir y es común entre los poetas. Mas en algunos modernos es tan frecuente y violenta, que me obliga a anotarla con distinción, especialmente en el modo que más ofende. Dividen el epíteto del nombre interponiendo algunas palabras, de que procede este género de oraciones:

En la moderna de escribir manera extraños mil se notarán desaires.

División que en nuestro lenguaje casi siempre desagrada al oído. Contra ella vi escrito mucho por algún autor enojado, y siendo lo principal que impugnaba, era sin duda lo que menos entendía. Acuérdome que trae, por ejemplo desta violencia, versos que en ninguna manera la comprehenden, y es que quien los alega reprueba confusamente la travesura, ignorando su distinción. No basta pues el trasponer como quiera las palabras y apartar los epítetos de los nombres para que resulte aspereza en nuestro lenguaje. La aspereza resulta, entiéndase bien esto, cuando el epíteto se dice primero y el nombre después, como en aquel ejemplo: Extraños mil se notarán desaires / en la moderna de escribir manera. Pero si se traspone en modo contrario, diciendo primero el nombre y después el epíteto, aunque se dejen en medio las mismas palabras, desaparece lo áspero si no lo travieso. Véase la diferencia:

Desaires mil se notarán extraños en la manera de escribir moderna.

No sólo es sufrible término, sino agradable. Infinitos le usan, a nadie ofende y así es despropósito traerle a cotejo con el primero. Es tanta verdad que no ofende, que aun en prosa humilde se admite, como: Pocos tienen caudal de letras suficiente, para obras de poesía tan difíciles. Lo ofensible sería trasponer al contrario: Suficiente de letras caudal, para tan difíciles de poesía obras. La diferencia es grandísima.

Diré algunos versos de Garcilaso donde usa de la suave trasposición:

y con voz lamentándose quejosa

Ya de rigor de espinas intratable

Los accidentes de mi mal prilneros

Guarda del verde bosque verdadera

¿Quién puede argüir dureza en estas divisiones? Antes conceder elegancia, porque se oye primero el nombre aquí apoya la distinción y después su epíteto. Si lo trocásemos, anteponiendo el epíteto y después el nombre, entonces incurriría en dureza: Verdadera del bosque guarda; los primeros de mi mal accidentes; intratable de espinas rigor; con quejosa lamentándose voz. Este, en efecto, es el modo áspero de trasponer que usan frecuente los modernos con total repugnancia de nuestra lengua, pues no se puede acabar con ella que lo tolere. Podríase en alguna ocasión mediante la industria de los artífices.

En el uso de las sentencias no se extrema ni se descubre, como en las locuciones, el efecto excesivo de su furor, así porque apenas las dicen ni las procuran, como porque las embaraza y esconde el revuelto lenguaje. También se hablará desto adelante. El juego más propio y el quicio en que se rodean sus desórdenes es el abusar locuciones. Y aunque también incurren en diversos defectos de otras esferas, esa es ya flaqueza de muchos y este Discurso no observa sino lo extraordinario moderno. Si algo me pertenece notar en el sentido de las cosas, como quiera que sean, es que también las afectan con el término extraño del decirlas, y aunque son humildes y mansas, el lenguaje las turba y las embravece. Quieren, en la forma que pueden, huir lo ordinario y es sin duda que dicen novedades, pero son vanidades flamantes: Dum vitant humum, nubes et inania captant.

En su intento, a lo menos, no ha de haber acción moderada sino que en vigor de su estilo, todo pierda de vista la templanza. Diré un ejemplo que trae Demetrio [De Elocutione] no sin donaire: Para decir un autor que en la mesa no se pone la taza sin suelo, dijo: no se enarbola sin pedestal; y más hinchado suena en el griego. Así, añade Demetrio: Las cosas pequeñas no comportan locución tan hinchada. Res enim quae parua est, non sustinet tumorem tantum locutionis.

También merecen oírse dos frases que alega el docto Vida [Poet., lib.3]: Si alguno llamase dice él a los establos de los caballos, lares equinos, o a la grama del campo, crines de la gran madre,1e pareciera la misma imprudencia y ceguedad que ataviar un pigmeo con los vestidos grandísimos de un gigante.

Haud magis imprudens mihi erit, et luminis espers, qui puero ingentes habitus det ferre gigantis,

quam si quis stabula alta, lares appellet equinos, aut crines magnae genitricis, gramina dicat.

Destos ejemplos se pueden inferir otros, que se hallan semejantes en las composiciones reprobadas. El efectuar un escrito es ajustar las voces de un instrumento, donde se le da a cada cuerda un temple firmísimo, torciendo aquí y allí la clavija hasta fijarla precisa en el punto de su entonación y no en otro, porque si allí no llegase o excediese, quedaría el instrumento destemplado y destruida la consonancia y la música. Los nuestros, pues, cuando escriben, no conociendo en su oído el punto fijo de la templanza siempre la pasan de punto, de que resulta el destemple y la destruición de sus obras. Quieren huir del bajo tono y levantan con violencia las voces; tuercen más y más las clavijas hasta que con estrépito rompen las cuerdas, o bien las dejan tan tirantes y broncas que hieren en nuestros oídos con insufrible disonancia. Las locuciones sonoras son cuerdas y si las aprietan, revientan. Mas el daño invencible destos extremos es, como ahora se dijo, que quien los usa no conoce su temple, y cuando levanta la entonación no sabe decir: bueno está. Así reprendía Apeles el yerro de aquellos pintores que no juzgaban ni sentían quid esset satis, cuál fuese lo suficiente en el afecto de extremar sus obras. Cicerón lo refiere (In Oratore): In quo Apeles pictores quoque eos peccare dicebat, qui non sentirent, quia esset satis.

Y lo que más dificulta el remedio o le imposibilita en tan desordenados excesos, es que quien los comete no sólo desconoce el error, mas le juzga virtud y le ama. Yerra pensando que acierta, que es el vicio más pernicioso como nota agudamente Quintiliano [lib. 8, cap. 2]: Cacozelon –dice- se llama lo que excede allende la virtud. Siempre que el ingenio carece de elección y juicio, y se engaña con un nueva especie de bueno, es en la elocuencia el pésimo de todos los vicios, porque los demás se huyen y este se busca. (...) vocatur quicquid est ultra virtutem. Quoties ingenium iudicio caret, et specie boni {así dijo Horacio) fallitur, omnium in eloquentia vitiorum pessimum; nam caetera cum vitentur, hoc petimur. ¿Quién ignora que estos desórdenes que condenamos son pretendidos de propósito por los mismos que no los conocen? Mal pueden abstenerse del yerro en que presumen acierto.

No hay más peligrosa enfermedad que la que el hombre juzga por salud: si se imagina sano, mal buscará remedio al peligro. Este símil es de Luciano, traído al mismo propósito en el Lexífanes, de que se dirá mucho adelante. Habla allí con donaire de un escritor afectado, muy semejante a los nuestros, que por estar hidrópico de palabras hinchadas tratan de curarle, y con cierto bebedizo hacen que las vomite. Entre otras cosas le dicen: Parece que no tienes ningún amigo o familiar, ni quien te quiera bien, ni has llegado a manos de hombre ingenuo de los que libremente dicen su sentimiento para que amonestándote la verdad te libre desta hidropesía que te posee y tiene a peligro de reventar, aunque a ti te parece que estás sano y juzgas por salud tu calamidad. Diré las palabras latinas según la versión más correcta: Porro videris mihi, reminem amicum aut familiarem, aut beneuolumm habere, neque in virum ingenium el libere loquentem incidisse, qui vera monendo, te liberaret ab hac intercute aqua, qua teneris, ob quem affectum periculum est, ne dirumparis, quamquam tibi ipsi bene habito corpore videris esse, et calamitatem hanc pro bona valetudine ducis.

Esta es la suma lástima y engaño de nuestros poetas, y esta la enfermedad que juzgan por salud. Sin duda son hidrópicos, tienen hinchados los vientres y las venas poéticas por querer beberse los mares, no sólo las ondas castalias. Revientan de poetas, como dice el vulgar, y aun no reconocen su peligro, antes le juzgan por sanidad robusta; así llegan sus obras a ser con pertinacia intolerables y su remedio difícil en nuestra esperanza.

***


Proyecto de Edición Libro de notas

Publicidad



Datos Bio-bibliográficos

Juan de Jáuregui

(Sevilla, 1583-Madrid, 1641)

Bibliografía escogida:
Poesía, Cátedra, 1993
Enlaces:
Poesías
Poesías

Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Juan de Jáuregui

Menú








Publicidad



Un proyecto de Libro de notas || Copyright de los autores || Desarrollado con Textpattern