Barroco - Cultismo - Juan de Jáuregui: Discurso poético, III, 1624
LA MOLESTA FRECUENCIA DE NOVEDADES
No se niega que hallamos en sus obras algunas novedades bizarras y atrevimientos dichosos, que nunca falta algo estimable en la peor composición. Mas es lastimosa desgracia ver de la manera que aun en lo mismo que acertaron, yerran, y con lo que agradaron, ofenden. Porque si a dicha encuentran algo nuevo y galante, que puede ser de gusto al que lee, quieren lograrlo tanto que lo repiten infinitas veces, y así, la novedad o gala que una vez dicha fuera grata, muchas veces repetida es desapacible y molesta. El mismo que la cría la destruye y en las manos que nace envejece.
Esta repetición tan viciosa de unos modos mismos o frases nota Séneca en una epístola singular a mi intento [Epist. 114]. Preguntóle un amigo la causa destos abusos que ahora tratamos y otros poco diversos, a que responde el filósofo con el acierto que suele; mas sólo traigo de su respuesta lo que dice contra las repeticiones frecuentes de lo extraordinario uniforme y contra aquellos que en agradándose de algo no saben jamás callarlo. Cuenta que Arruncio, historiador, se inclinaba a las locuciones extrañas de Salustio, y en hallando alguna la amaba y abrazaba de suerte que la repetía en cada hoja: Est apud Sallustium dice Séneca «exercitum argento ; fecit»; [ id est, pecunia paravit] hoc Arruntius amare coepit; posuit illud omnibus paginis. A este se siguen otros ejemplos hasta donde repite: Todo el libro de Arruncio es tejido destas cosas; las que en Salustio fueron singulares y raras, en este son muy frecuentes .y casi contínuas, y no sin causa, porque el otro inafectadamente caía en ellas y este de propósito las busca. Ya ves lo que puede seguirse a la inclinación de aquellos que los vicios les sirven de ejemplos. Dijo Salustio: «aquis hyemantibus», Arruncio en el primer libro de la guerra púnica dice: «repente hyemauit tempestas»; y en otra parte, queriendo decir que fue el año frío dice: «totus hyemauit annu»; y en otra: «sexaginta onerarias leues [praeter ,nilitem el necessarios nautarum] hyemante Aquilone misit»; no cesa en fin de insertar este verbo en todos lugares. Dijo en uno Salustio: « inter arma civilia aequi bonique famas petit» , Arruncio no supo abstenerse, sino que a toda priesa luego en el primer libro escribió: ingentes esse «famas» de Regulo. No es bien dilatarnos con Séneca, basta haberse entendido cuán ofensibles sean las locuciones peregrinas si con frecuencia se reiteran e inculcan, como vemos hoy con extremo en los afectados modernos, pues la novedad que mil veces no se replica les parece quedar malograda.
Y no sólo siendo unas mismas las locuciones ofenden repetidas, más aún siendo varias, si son peregrinas y nuevas. Basta el frecuentar novedades para que causen molestia, embarazando y afeando la obra donde se acumulan, pues, Como nota Quintiliano [lib. 9, cap. 3] : El que afectare demasiado lo vario, aun aquella misma gracia de la variedad perderá. y poco después: Las figuras de oración ocultas, retiradas del uso vulgar y por el mismo caso más nobles, así como despiertan y alegran el oído con la novedad, así con la copia y abundancia fastidian o empalagan. At qui nimium affectaverit, ipsam illam gratiam vurietatis amittet. [... ] Nam secretae el extra vulgarem usum positae ideoque magis nobiles, ut nouitate aurem excitant, ita copia satiant. Así vemos que las conocidas viandas, usadas siempre, no cansan y el manjar peregrino, aunque sea vario, continuado una semana no es comportable, y cuando agrada más, cansa más presto. Lo cual se prueba en la poesía. no sólo por las experiencias del gusto, sino por las conveniencias de razón en que se funda en esta manera.
Todas las novedades poéticas y osadías de elocuencia, aunque se acierten, Son de naturaleza culpas o vicios. Así me atrevo a decirlo, y si lo pruebo, justamente debemos reprobar su abundancia. Juzgue primero Séneca si son vicios. Así llama alas locuciones audaces de Salustio que imitaba Arruncio. aunque eran lustrosas y elegantes como lo muestran en el lugar que antes alegamos. [Sen. episl. 114]: Vides autem quid sequatur ubi alicui vitium pro exemplo est; y más abajo: Haec ergo el huiusmodi. vitia, quae alicui impressit imitatio. Vicios los llama, no porque en la abstinencia de Salustio y en su artificio dejen de ser aciertos, ni pueda caber en ellos nombre de culpas, sino porque abstraídos del lugar que allí tienen y usados por otro con demasía y mal juicio, les queda sólo una viciosa forma. Que al fin, aquellas novedades vician si bien se advierte y quebrantan los decretos y leyes del idioma latino, y sólo con el arte y destreza de quien sabe lograrlas se oyen gustosamente; allí reciben nombre de osadías felices y llegan a transformarse en virtudes.
Notando Faléreo algunos excesos de Safo bien logrados, dice discretamente [De Elocutione]: Por el mismo caso es admirable la divina Safo, pues en locución tan llena de peligro por su naturaleza y que apenas consiente ser tratada con agrado, ella acertó a usarla con elegancia. Quapropter maxime aliquis admiraretur diuinam Saphonem, quod re, quae natura periculi plena est et vix potest cum laude tractari, usa fuerit eleganter. Con esta advertencia (a lo que yo juzgo), dice Petronio del poeta líricos: Et Horatii curiosa foelicitas, porque mediante la industria y artificio de Horacio tuvieron felicidad sus atrevimientos poéticos.
Reparemos en la voz curiosus, que en el más notorio sentido de los latinos significa el demasiado diligente en inquirir novedades. Es vicio la curiosidad, vicio que excede todo límite en la diligencia y se distingue della tanto como la superstición de la religión [Quint. lib. 8, cap. 3]: ut a diligenti curio sus et a religione superstitio distat. De suerte que Petronio, atribuyendo a Horacio la curiosa felicidad, muestra que fue feliz en lo vicioso que excedió venturosamente. y más encarece el exceso diciendo curiosa foelicitas que si dijera foelix curiositas, porque según Nigidio (a quien Gelio llama doctísimo [ in A. Gel. Lib. 4, cap. 9]), este modo de fenecer las dicciones: vinosus, mulierosus, religiosus, nommosus, explica un exceso grande en aquello de que se habla, y en eso funda que aun la palabra religiosus se recibía en mala parte. Así curiosus tendrá el mismo vigor, reforzando el sentido vicioso de la curiosidad y gravando su exceso. Varrón en sus etimologías dice [De ling. lat., lib. 5]: que es curioso el que sobremanera se arde en cuidado. Cura, quod cor urat; curiosus, qui hoc praeter modum uritur.
De aquí infiero que el poeta felizmente curioso, según origen latino, puede decir escapa de las llamas: no es menos su dicha. y si admitimos que sea curiosus el mago o hechicero, como prueba erudito don Lorenzo Ramírez de Prado [Pemecont. cap. 36], diré que es hechizo y es magia la industria poética [ut Magus, dice Horatio, es el buen poeta, Epist. I, lib. 2], pues hace a ojos de todos de la fealdad hermosura, vende por fineza lo falso y sale destos engaños como por encanto.
Tal fue la destreza del lírico y la dicha que pondera Petronio, dando a entender juntamente el peligro de las osadías grandes poéticas, porque siendo de su naturaleza vicios, supersticiones, incendios y encantos, el gran arte y juicio en usarlas y el huir su frecuencia las hace virtudes, templanzas, recreos y verdades. No es mucho que sea tan difícil hermosear los vicios y darles decente lugar en la elocuencia, pues, aun las virtudes no favorecidas del arte producen enfado. Cum virttltes etiam ipsae taedium pariant, nisi gratia varietatis adiutae. Quintiliano lo advierte [lib. 9. cap. 4], y mejor en otro lugar [lib. II. cap. 3]: In quibusdam virtutes non habent gratiam, in quibusdam vitia ipsa delectant. Así como las virtudes en manos de algunos, por su mal artificio pierden, así en las de otros, por su buena industria, los mismos vicios deleitan.
Este autor en muchos lugares, hablando de la sinalefa y diéresis [lib. 1, cap. 5], y de otras muchas figuras que admite la elegancia [lib. 8. cap. 3], las llama vicios. y no hay duda que aun las figuras comunes, si bien lo notamos, comprueban la sentencia propuesta. La común retórica dice corales o claveles a los labios, estrellas a los ojos, flores alas estrellas; quita a las cosas sus nombres y dales otros distantes por traslación; dice roble y abeto en vez de nave; pasa los límites de toda verdad con las hipérboles; aplica a una piedra sentimiento y palabras; trueca y remueve el orden de la oración; oculta con rodeos lo que sencillamente pudiera exprimir; altera la medida de las dicciones, usa las de otra lengua, revócalas de la antigüedad y alguna vez las inventa. Estas, pues, y las demás figuras de su género, casi todas, no se puede negar que por sí mismas son delitos, son defectos y vicios que impugnan al lenguaje, en cuanto se oponen a su mayor propiedad, tuercen su rectitud y distraen su templanza. Mas, aunque en esta manera consideradas sean estragos de la lengua, sean vicios y delitos contra sus primeras leyes, dales el que bien sabe tan acomodado lugar, úsalas con tanta razón y espárcelas con tal recato, que no sólo no vician lo escrito, mas lo hermosean, 1o recalzan, lo ennoblecen. Y, al contrario, el que sin elección y modo agrava sus versos de figuras, y los colma y rebosa, es cierto que ha de afearlos y envilecerlos. Puede tanto la demasía que no excusará esta desgracia, aunque las figuras sean varias y bien inventadas. Destas habla una sentencia célebre de la poetisa Corina: Manu (inquit) serere oportet, non toto canistro. Es decir: con la mano se han de sembrar y esparcir las flores poéticas, no con el mismo canasto, trastornándole todo sobre los versos. Pues si esta continencia se debe a las figuras comunes de elocuencia, ¿qué se deberá a las proezas que nuestros poetas emprenden? Sus temeridades, digo, tan resueltas y tantas, que no sólo repetidas mas variadas, escandalizan y apenas el gran arte o juicio podría introducir algunas donde fuesen bien admitidas. Porque hay defectos y yerros que en ocasión aciertan y perficionan, mas fuera della, retienen desnudamente su desgraciada forma. ¿Qué será donde se hallan acumulados?, fuerza es que allí redoblen imperfección.
Los venerables Ennio y Lucrecio usaron solecismos notorios, que no sólo se excusan en Aulo Gelio [lib, 13, cap. 9], sino se alaban, siguiendo el parecer de Probo Valerio. Cupressus es voz feminina y Ennio le trueca el género, diciendo: rectos cupresso. Aer es masculino y le usa feminino: aere fulua. Funis, que es también masculino, Lucrecio le afemina: aurea funis. Fretum y peccatum hacen el ablativo freto y peccato, y Cicerón por elegancia los termina en u: fretu perangusto, manifesto peccatu. La voz antistites suena así en primer caso de plural, y el mismo Tulio le trueca la terminación y declinación diciendo por las sacerdotisas: sacerdos antistitiae. Estas y otras singularidades contra las leyes latinas y griegas observa Gelio, así en Lucrecio y Ennio como en Cicerón, Virgilio y Hornero, y pondera sus ingenios y arte que, consultando el buen gusto del oído, hallaron sazones de hermosear las fealdades y virtualizar los vicios. Mas si estos excesos tan nuevos no hallasen decente lugar o se frecuentasen, serían meramente barbarias y con la repetición intolerables.
Todo lo precedente se hará más creíble al que en otros sujetos considerare lo semejante. Un terrón de sal es insufrible al gusto y, no obstante su desabrimiento, vemos que sazona admirablemente los guisados y no es posible sin ella quedar sabrosos. Bueno sería que atenidos a esta calidad, hiciésemos un necio argumento: la sal da buen sabor ala vianda, luego, cuanta más sal más buen sabor. Un lunar es en efecto mancha y por sí solo vicio de naturaleza, y siéndolo, aumenta hermosura; digamos pues, que cuantos más lunares más hermosura. Las falsas en la música traen su defecto en su nombre porque falsean la entonación, vemos juntamente que agracian toda armonía; colijamos de ahí que cuanto más falsas más sonoridad.
No hacen nuestros poetas menos engañosos silogismos, ni infieren menos erradas conclusiones. Pretenden guisar sus poesías sabrosamente y cárganlas sin tiento de sal, con que se trueca el sabor en desabrimiento; quieren hermosearlas con lunares y son tantos, que las cubren de manchas y fealdades; quieren mezclar sus falsas, que agracien la armonía de los versos, y falsean tanto el estilo, que es toda su poesía falsedad y los autores si es lícito decirlo falsarios.
Datos Bio-bibliográficos
Juan de Jáuregui
(Sevilla,
1583-Madrid, 1641)
Bibliografía escogida:
Poesía, Cátedra, 1993
Enlaces:
Poesías
Poesías
Menú
Publicidad