Barroco - Cultismo - Juan de Jáuregui: Discurso poético, VI, 1624
LA OSCURIDAD y SUS DISTINCIONES
Merece ser notado en lugar distinto, y pudiera en libro diverso, la tristeza y molestia que a todos resulta de la oscuridad y la abominación deste vicio, que ninguno más cierto ni menos sufrible. y aunque es tan conocido de todos y murmurado, diré lo que siento y lo que añado a las observaciones comunes. No es mi intento escribir elogios ala luz ni invectivas a las tinieblas, que de uno y otro están llenos los autores. Huyendo voy siempre de lo superfluo y común, y en este último capítulo haré lo mismo.
Sea el primer supuesto, que no es ni debe Ilamarse oscuridad en los versos el no dejarse entender de todos, y que a la poesía ilustre no pertenece tanto la claridad como la perspicuidad. Que se manifieste el sentido, no tan inmediato y palpable, sino con ciertos resplandores no penetrables a vulgar vista: a esto llamo perspicuo ya lo otro claro. Cierto es que los ingenios plebeyos y los no capaces de alguna elegancia no pueden extender su juicio a la majestad poética, ni ella podría ser clara a la vulgaridad menos que despojada de las gallardías de su estilo, del brío y alteza de sus figuras y tropos, de sus conceptos grandes y palabras más nobles:
circunstancias y adornos forzosos en la oración magnífica, Por quien dijo Aristóteles [de Poet. , cap. 22]: La virtud de la oración poética consiste en que sea manifiesta, pero no humilde, Humilde será si se abate a la inteligencia de todos, y así Jerónimo Vida [de Poet., lib. 3], queriendo proponer al poeta las partes del lenguaje ilustre, lo primero le ordena que arroje de sí la turba ordinaria, donde no hay luz alguna, Rejice degenerem turbam nihil lucis habentem.
Así que, para entender ilustres versos supongo, a lo menos, los buenos juicios y alentados ingenios cortesanos de suficiente noticia y buen gusto, y sobre todo inclinados al arte; porque si carecen desta inclinación, o la poesía les enfada como vemos en muchos, aunque sean muy doctos y sabios, son impropios oyentes, cuanto los aficionados son digno teatro, aunque no lleguen a eruditos y doctos.
Cuando Horacio [lib. 1, Sat. 10], con mayor desprecio excluye la muchedumbre plebeya, admite ser leído de los caballeros romanos y estima su aplauso: Neque te ut miretur turba labores, [...] Satis est equitem mihi plaudere. Reconoce en la gente lustrosa, por la mayor parte, suficiente caudal para oírle, aunque faltase en muchos erudición, Tales son los juicios que por lo menos supongo, y aun estos deben despertar la atención cuando leen versos nobles, advirtiendo que no es prosa común, ni como ella, fácilmente obligados a ser inteligibles. En esta parte concedo que están hoy los ingenios de España muy alentados y que debe, el que escribe, alargarse a bizarrías superiores, porque muchos, no siendo poetas, no se espantan ya de los versos ni rehusan leerlos con el temor y sumisión que otro tiempo. Antes hay muchos animosos que previenen advertencia y deseo, no pidiendo alas Musas la facilidad y llaneza que los incapaces pretenden, sino maravillas y extremos. A este punto puede alargarse la oscuridad poética, su grandeza digo y elegancia, que no es justo llamarla oscuridad aunque se esconda a muchos; sus ingenios, en tal caso, son los oscuros. Por ello dijo Vida lo que antes vimos: La multitud plebeya carece de luz, arrójala de ti. Adviértase que en este Discurso he hablado siempre del estilo mayor, porque una familiar epístola o sencilla égloga, con otros infinitos asuntos medianos,piden diferente descuido y claridad más desnuda. También se suponga como forzosa distinción, que el entender lo que se habla en poesía no es lo mismo que conocer sus méritos; muchos entenderán lo que dice y no conocerán lo que merece. Aquí defiendo sólo que debe la mayor poesía ser inteligible, informar al oyente de aquello que razona y profiere. Y el ínfimo auditorio, que para esto admito es superior a la plebe, es de ingenios alentados que conocen nuestro lenguaje y discurren con acierto en las materias, aunque no sean ejercitados en letras; debido es que entiendan éstos el sentido a lo menos de los versos, si le tienen, bien que sigan estilo supremo. Y cuanto al aprecio de sus quilates, juzgará mejor el mejor gusto, conocerá más el que más sabe. Importa notar esta diferencia, no cause engaño su confusión y algún poeta de los pesados pretenda abonar sus tinieblas diciendo que son artificios, y que no le entienden ni agradan por falta de quien los conozca.
Es cierto que la obra excelente no puede ser estimada en su justo valor menos que por otro sujeto igual a quien la compuso. Todos los inferiores defrauden su precio por no alcanzarle, aunque le conozcan en parte. Los de menor esfera se entretienen sólo con lo inmediato y superficial; otros más caudalosos conocen diversos motivos de estimación; hasta que los mayores ingenios, los más doctos y prácticos en la facultad penetran al íntimo conocimiento de lo compuesto, complaciéndose más que todos en lo superior de sus méritos. Esto conocía Quintiliano cuando dijo [lib. 10, cap. I]: Aquel a quien agradare mucho Cicerón, ese crea que está aprovechado. Ille se profecisse sciat, cui Cicero valde placebit. Supone que el hallar sumo agrado en las obras insignes pertenece a los que más saben, y así, de sólo agradarnos de Cicerón, infiere sabiduría porque sin ella no se pondera tan alto mérito. César Escalígero [lib. 3, cap. 26 y 28], inquiriendo en Virgilio nuevos artificios y galas sobre las que otros admiran, dice bien que el primor de algunas no puede ser penetrado sino por entendimientos divinos, y que en éstos excita aquel poeta maravilloso espanto. Añádase que para conocer cuanto es Virgilio, no basta menos que otro Virgilio. No por esto se niega a infinitos que lean al poeta y le entiendan, y a Tulio y a otros insignes, si no con entero conocimiento, con bastante satisfacción según sus capacidades, dejando a los que más saben lo oculto y la íntimo.
Con estas suposiciones entenderemos algunas sentencias particulares de autores, que parecen austeras y secas. Sea la primera de Horacio donde dice [lib. 1, Sat. 10]: ¡Oh si agradase yo a Plocio y Vario, Mecenas, Virgilio, Valgio, etc. Dirá alguno que el nombrar a estos es no desear otros oyentes y estimadores de sus obras; no pasa así. Invoca Horacio a los más doctos de Roma, no porque excluya a otros muchos que desea agradar y sabe que le han de entender, sino porque el mayor aprecio de sus versos no ha de hallar entero conocimiento, menos que en los grandes maestros; en estos se logra todo el valor de lo escrito, y así los apetece en primer lugar, cudiciando más su aprobación que la del resto de los hombres. y si se contentara con solos aquellos que nombra, no dijera en otros lugares [lib. 1, Od. 20]: Conoceráme el de Colcos, el Dace y Gelón, leeráme el Ibero. y como ahora vimos: Suficiente me será el aplauso de los equites.
Preguntábanle a un escritor estudioso (cuenta Séneca), a qué fin dirigía tanta diligencia del arte, no habiendo de ser conocida aquella diligencia sino de muy pocos. Respondió: Pocos me bastan, bástame uno, bástame ninguno. Quien esto oyere superficialmente, creerá que quien lo decía no esperaba ser leído de nadie, y es engaño, porque de muchos .esperaba ser leído y entendido. Mas para el conocimiento cabal de su artificio, sentía que habían de ser pocos los inteligentes, o uno o ninguno. Y cuan lo ninguno fuese, se consolaba juzgándose superior a todos, no ajeno y escondido a todos. Así vemos que no le dijeron: pocos te han de entender o leer, sino: a noticia de pocos ha de llegar la gran diligencia de tu arte. Cum quaereretur ab illo, quo tanta diligentia artis spectaret, ad paucissimos perventurae. Estos extremos del arte son los que muy pocos penetran, y si es superior el artífice nadie los conocerá enteramente. Por esto se atrevió a responder: Satis sunt nihi pauci, satis est unus, satis est nullus. A lo mismo atendió la bizarría de Antímaco, cuando habiendo convocado a muchos para leerles su poema y dejándole todos menos Platón, dijo sin perder el ánimo [Cicero in Brut. ]: Con todo eso leeré, que Platón me basta por todos. Preciaba más Antímaco agradar al insigne filósofo que al resto de los otros oyentes que le dejaron; pero si él pudiese agradar a todos, es cierto que holgaría mucho más, pues para eso los había convocado: Qui cum convocatis auditoribus legeret [eis magnum illud quod no- vitis volumen suum,] et eum legentem omnes praeter Platonem reliquissent, «legam» (inquit) «nihilo minus; Plato enim mihi unus instar est omnium». Corrido ya no poder más, se contentó con Platón, que su primer intento fue que todos le oyesen y aprobasen, y era acertado el intento. Porque si bien el voto de un insigne pesa más que el de cuantos no le igualan, no por eso es bien que escribamos para sólo uno: Escribir de manera dice Marcial [lib. 10, Epig. 21] que apenas te entienda el mismo Clarano y Modesto (insignes intérpretes), ¿de qué sirve? pregunto. Alábense en buen hora tus obras con esa oscuridad; yo querría que las mías agradasen a cualquier gramático, y sin trabajar su gramática.
Scri.bere te quae vix intellegat ipse Modestus
et VlX Claranus quid rogo, Sexte, iuvat ?
Non lectore tuis opus est, sed Apo11ine, libris:
iudice te maior Cinna Marone fuit.
Sic tua laudentur sane, mea carmina, Sexte,
grammaticis placeant ut sine grammaticis.
A Modesto, Clarano, Platón, Virgilio, Plocio y semejantes los queremos para que del todo conozcan la escrito; mas para que la entiendan y abonen, y sean como puedan partícipes, muy copioso auditorio queremos. y el que presume en su obra ser superior a cuantos le han de leer, y con esa altivez se disculpa cuando nadie le entiende, dado que suponga verdad que es cuanto le podemos conceder, aún yerra en escribir así, porque todo lo que no alcanzan ni ven las capacidades humanas en vano se escribió entre los hombres. Todo lo que tú sabes dice Persio [Sal. 1] es inútil, es nada, si no hay otro que sepa que lo sabes. Scire tuum nihil est, nisi te scire hoc sciat alter. Y Focílides en su Admonitorio: Quid enim profuerit solus sciens? Finalmente los mayores juicios basta que sean cudiciados para preeminentes y fieles estimadores, no para únicos oyentes; otros sin ellos deben leer y entender lo bien escrito, bien que no lleguen a quilatar lo supremo en las obras insignes, ni a ponderar en las indignas lo ínfimo de su desprecio.
Así que es distinta noticia, como propuse, entender lo escrito o valuarlo. Esto se concede a pocos, aquello debe comprender a muchos, que no son menos los que difieren de la plebe y los profesores de otras ciencias que aman los versos, bien que no hayan cursado escuelas poéticas. No excluye a to- dos estos la más presumida poesía, antes admite su voto, no sólo se obliga a que la entiendan. y por lo menos, la obra que enteramente abominan es creíble que lo merece, aunque no distingan las causas ni gradúen sus deméritos. Hay hombres de tan claro ingenio y tanta viveza en el gusto, aunque sin estudios, que guiados solo de su natural, aciertan a agradarse más de la mejor poesía y menos de la inferior, bien que no averiguan razones desta ventaja, ni saben los medios por donde se adquiere. Pero estos, ni otros que más sepan (dígase todo), no han de exceder el límite de su juicio, sino creer fielmente que algunas vivezas de particular energía, siendo inútiles y aun desabridas al gusto del más presumido, serán de admirable recreo para superiores espíritus.
Es injusticia la de algunos, que fiados en su buen ingenio, quieren que todo se ajuste a medida de su entendimiento. Debieran antes alentar el discurso y estudio, y crecer en sí mismos para que les agrada- se del todo la obra excelente, y en ellos se verificase la sentencia de nuestro orador [Quintiliano, lib. 10, cap. I]: Ille se profecisse sciat, cui Cicero valde placebit. Ese entienda que está aprovechado, a quien agrada sumamente la obra suprema. Entendió bien estas diferencias el autor a Herenio, donde dijo [Rhetor. lib. 4]: ¿Quién es aquel que no conociendo altamente el arte, puede notar de tanta y tan difusa escritura los primores que enseña el arte? Los demás, cuando leen buenas oraciones y poemas, aprueban a los poetas y oradores pero no entienden la razón que los mueve a aprobarlos, ni pueden saber en qué consiste, ni qué sea, ni cómo se alcanza aquel artificio que los deleita; el que entiende todo esto es fuerza que sea sumo artífice. Quis est enim, etc.
Aún más en favor de los no estudiosos habla Marco Tulio [de Oratore, lib. 3]: Cosa es dice maravillosa que habiendo, en cuanto al obrar, tanta diferencia entre el docto y el no docto, en cuanto al juzgar no es mucho lo que difieren; y es que, como procede de la naturaleza el arte, si el arte no mueve y deleita a la naturaleza, parece que nada consigue. Mirabile est, etc.
De todo lo propuesto basta colegir que en el conocimiento de los escritos hay diversos grados. El supremo es conocer por sus causas todo el valor de la obra o bien sus deméritos todos, y el ínfimo es entender el sentido de lo que se habla y agradarse dello. y para esta sola inteligencia y agrado, los mayores poetas deben admitir numeroso auditorio,
Mas los escritos modernos de que tratamos, no sólo se esconden y disgustan al vulgo ya los media- nos juicios, no sólo a los claros ingenios ya los eruditos y doctos en otras ciencias, sino a los poetas legítimos, más doctos, más artífices, más versa- dos en su facultad y en la inteligencia de todas poesías en diversas lenguas, y esto por camino tan reprensible y tan frívolo como luego veremos. No basta decir son oscuros. aun no merece su habla, en muchos lugares, nombre de oscuridad sino de la misma nada. y falta por decir de sus versos lo más notable: que no sólo a los que de afuera miran. son lóbregos y no entendidos, sino a los mismos autores que los escribieron; no lo encarezco. Ellos mismos, al tiempo de la ejecución. vieron muchas veces que era nada lo que decían (no me nieguen esta verdad). ni se les concertaba sentencia dentro del estilo fantástico. ya trueco de 17 gastar sus palabras en bravo término las derramaron al aire sin consignarlas a algún sentido, o bien el furor del lenguaje los forzó a decir despropósitos que no pensaban, y por no alterar las dicciones los consintieron. y cuando las sentencias y cosas que se dicen desvarían. es lo mismo o peor que si no se entendiesen, porque no dan luz a lo escrito. sino mayor ceguedad.
En uno y otro se fían de la insuficiencia del pueblo, que ni juzga lo oscuro ni lo desvariado, y cuando en algo repare, creerá que allí se ocultan altos misterios. No es de cualquier oyente dice Horacio [ad Pisones] juzgar las poesías mal compuestas, y así contra toda razón se les perdona mucho a los poetas romanos. ¿Mas será bien pregunta que fiados en esta ignorancia del pueblo, escribamos licencioso y valdío, o que supongamos por cierto que todos ven y conocen nuestras culpas, cautelándonos en el recato aunque esperemos el perdón? Non quivis videt, etc. Decía admirablemente Peregrino filósofo [in A. Gelio. lib. 12, cap. II]: Que el varón sabio no había de pecar aunque hubiesen de ignorar su pecado los dioses y los hombres, pues no se ha de huir la culpa por miedo de la infamia o la pena, sino por oficio y estudio del bien obrar. ¿Cuánto más detestables serán las culpas que sólo ha de ignorarlas la rudeza plebeya y todos los demás advertirlas?
Muchos, por especial asunto, han escrito de la oscuridad, reprobándola casi todos y algunos también defendiéndola. Es su defensor el Boccaccio en su Genealogia Deorum [lib. 14], pero vanamente sin duda. Basta que trae por ejemplo, abonando los poetas oscuros, que el divino eloquio del Espíritu Santo está lleno de oscuridades y dudas, y que así le conviene al poeta hacer lo mismo. Gentil argumento. En Grecia hubo un preceptor ridículo, de quien refiere Quintiliano [lib. 8, cap. 2], alegando a Livio, que no encargaba otra cosa a sus oyentes sino la oscuridad, diciéndoles en su lenguaje: (...). Antigénidas tuvo un discípulo tan oscuro a todos, que le decía burlando el maestro [Cicero il1 Ora/ore]: Cántalne a mí solo ya las musas. Sexto juzgaba por mayor poeta a Cinna que a Virgilio, porque las obras de Cinna eran oscuras. Dícele Marcial en sus burlas [lib. 10, epigr. 21]: No tienen tus libros necesidad de leyente sino de Apolo. Mas acortando historias, digo que a nadie de los que he leído, veo salir en forma a la mayor distinción de la oscuridad, ni los pocos que la abonan ni los muchos que la abominan, y no parece posible, que advertida bien la materia, ningún razonable juicio se aparte del recto sentir .
Hay, pues, en los autores dos suertes de oscuridad diversísimas: la una consiste en las palabras, esto es, en el orden y modo de la locución, y en el estilo del lenguaje solo; la otra en las sentencias, esto es, en la materia y argumento mismo, y en los conceptos y pensamientos dél. Esta segunda oscuridad, o bien la llamemos dificultad, es las más veces loable, porque la grandeza de las materias trae consigo el i no ser vulgares y manifiestas, sino escondidas y difíciles: este nombre les pertenece mejor que el de oscuras. Mas la otra que sólo resulta de las palabras, es y será eternamente abominable por mil razones. La principal, porque quien sabe guiar su locución a mayor claridad o perspicuidad, ese sin duda consigue el único fin para que las palabras fueron inventadas. Nam quorsum nomina (dijo ya Tuberón) nisi ut demonstrent voluntatem dicentis? ¿De qué aprovecha, o para qué es la locución (dice también San Agustín [de Doctrina Christ. lib. 4]), si no la entiende el que la oye? En ninguna manera hay causa alguna para que hablemos, no habiéndose de entender lo que hablamos. Quid prodest locutio, quam non intellectus audientis, cum loquendi omnino nulla sit causa, si quod loquimur non intelligitur? Ni deben eximirse los versos desta obligación, aunque se les encargue mayor adorno. Porque si la poesía se introdujo para deleite, aunque también para enseñanla, y en el deleitar principalmente se sublima y distingue de las otras composiciones, ¿qué deleite pregunto pueden mover los versos oscuros? ¿Ni qué provecho, cuando a esa parte se atengan, si por su locución no perspicua esconden lo mismo que dicen? Aun las proposiciones teólogas27, importantes a nuestra fe, si se escriben oscuras rehuyen los más doctos leerlas por no molestar el ingenio, ¿cuánto menos se padecerá esa molestia por entender los versos, aun cuando se esperase hallar en ellos sentencias útiles?
No fue asunto deste papel dar documentos sino mostrar engaños, mas persuádanse cuantos profesan locución grande, que la virtud más grata a los oyentes y la suma industria en el estilo supremo es saber retirarle de la oscuridad. y que es precita 28 al desprecio la frasis más valiente o más prima29, si niega a la inteligencia el concepto que abraza, o bien, si le emplea en desacuerdos que después de entendidos son también vaguedades. ¿De qué sirve dice el mismo Agustino con su agudeza de qué sirve una llave de oro, si no abrimos con ella donde queremos? Quid enim prodest clavis aurea, si aperire quod volumus non potest? Tulio, en el lugar que antes vimos de su Oratoria [1ib. 3], interrumpe el discurso, diciendo: No se hable de otra cosa alguna, dejémoslo todo, y sólo se dispute con cuáles medios se podrá conseguir, que se entienda lo que se dice. Neque vero in illo altero diutius commoremur, ut disputemos quibus rebus assequi possimus ut ea quae dicamus intelligantur. No le parece haber estudio tan importante en toda la elocuencia, como el que se emplea procurando la claridad del decir; así vemos que se desocupa de todos para disputar sólo deste y observar sus preceptos. Demetrio Faléreo, en toda ocasión, no cesa también de darlos para lo mismo y advertir sus estorbos, especialmente al último tercio de su libro [De elocutione]. Jerónimo Vida, príncipe de los poetas modernos latinos, cuya poética se antepone a la de Horacio (como juzga Escalígero [Hypercritico, cap. 3], y no lo niego), llegando a hablar de la locución en los versos [lib. 3], comienza así: Cuanto a lo primero te digo que huyas la oscuridad de las palabras. Verborum in primis tenebras ruge, nubila que atra, etc. Todos, en fin, reconocen que no hay elocuencia ni elegancia sin luz. Esto se propone en común.
Son en efecto tan distintas, tan separadas las dos maneras propuestas de oscuridad, que con las sentencias oscuras se compadece bien el lenguaje claro y con las sentencias claras el lenguaje oscuro. Muchas veces Lucrecio, Manilio, Arato y otros semejantes poetas, siendo claros en la locución, no alcanzan el ser entendidos porque incluyen ciencias ocultas y materias en sí difíciles, naturales o filosóficas que traen abrazada consigo la oscuridad, sin que
,pueda vencer sus tinieblas la luz más viva y despierta de las palabras. Luz de la Iglesia, Tomás, y en sus escritos escolásticos usa clarísimo estilo, procurándolo así con toda industria; no le basta para que sea clara la materia que escribe, sino escondida y oscura al no teólogo, y al más docto lo es muchas veces. Mas este linaje de oscuridad, o bien dificultad, ligado a la alteza de las materias y sutileza de argumentos, ya digo que no se condena, antes se debe gloria al que tuvo capacidad de tratarlas como use en la locución la claridad posible; distinguiendo en los versos, que no es su legítimo asunto gravarse de materias difíciles ni penetrar a lo interior de las ciencias.
Vamos ahora a nuestros poetas, donde se hallará, totalmente lo contrario, porque los asuntos y argumentos que tratan de ordinario son llanos y claros, siguiendo con sencillo discurso alguna simple narración o cuento vestido de conceptos flacos; y en las composiciones más breves se pagan de sentencias muy fáciles. Mas a esta claridad de argumentos inducen profundas tinieblas con el lenguaje solo, usando, como se ha notado, voces tan incógnitas, oraciones tan implicadas, prolijas y ambiguas; confundiendo los casos, los tiempos, las personas; hollando la gramática; multiplicado violentas metáforas; escondiendo unos tropos en otros; y finalmente, deslocando las palabras y trasponiendo el orden del hablar por veredas tan deviadas y extrañas, que en muchos lugares no hay cosa más clara que el no decirse en ellos cosa alguna. No fraguan sentido las cláusulas, o si alguno descubren es las más veces vano y casual, que no alumbra al intento sino le ofusca. El discurso corriente de lo pensado es siempre de leve sustancia y, siendo por sí mismo fácil y patente, se dificulta y cierra en bosques incultos de dicciones ásperas y en locuaces horrores; y el lector cudicioso, buscando sentido y no hallándole en lo cerrado y lóbrego de las palabras, se angustia y se desespera. A los que así escriben, podríamos decirles lo que Favorino filósofo, al joven que describe Gelio [lib. 1, cap. 10]: Tú no quieres que sepa ni entienda nadie lo que hablas; pues dime necio, ¿ no sería mejor, para conseguir colmadamente lo que pretendes, que callases? Scire atque intelligere neminem vis, quae dicas; non ne, horno inepte, ut quod vis abunde consequaris, taceres?
Mas lo menos sufrible del caso es que piensan f dar a entender que el ser oscuros les cuesta particular estudio, y que no se consigue aquella tenebrosidad menos que con alto cuidado. y muchos del bando ignorante lo creen así y lo porfían, de donde ha procedido llamar cultos a los versos más ciegos, y más broncos; insigne poderío de la rudeza como antes notábamos. ¿Cuál escrito, en su primer borrador, salió del todo claro y obligó al dueño a oscurecerle por mejorarle? ¡Prodigioso suceso!,Lo contrario sí pondera Vida al final de su Poética, donde habla de la corrección. Siempre se nos ofrece dice algo de nueva luz y huyen las tinieblas. Nostrisque nouae se mentibus offert ultro aliquid lucis, tenebraeque recedunt. Una pieza de armas, un cañón de arcabuz no alcanzan lo terso y espejado en las primeras fraguas y gruesos martillos, sino con diversas limas y bruñidores; estos esmeran su pulimento y ofrecen a nuestros ojos esplendor y cultura. Facilitar con el oyente los versos magníficos es la suma dificultad para el autor, así, cuando vemos alguna obra de manos concluida en últimos pril~ores, decimos con discreto adagio: aquí parece que no han llegado manos, y es cuando ha intervenido inmenso trabajo de las manos y del entendimiento.
Vendernos la oscuridad por estudiosa y difícil es ¡ astucia de que resultan al que engaña notables útiles entre oyentes sencillos, porque baptiza la ignorancia pereza con título de diligencia, e industria y con vilísimos velos de locución no solo encubre defectos y culpas, sino da a creer al simple que son todas ingeniosidades, a la manera que un manto rebozado suele prometer y mentir hermosura celando fealdad. No es creíble, dijo una vez el padre Florencia, que quien concibe hermosos conceptos deje de emplear gran cuidado y poner mayor gusto en declararlos por lo que interesa el ingenio en lograr bien sus partos. Pues, ¿cómo se creerá que haya nadie que con industria los oculte o aborte? Infiero que el dejarlos ocultos o mal entendidos da a entender que no son para vistos, y que lo temió así el autor. La locución oscura es capa de ignorantes, lo mismo que de pecadores, y tan barata capa que el más pobre ingenio posee abundantísimo paño para vestirse della.
Digo, y fenezco este Discurso, que el escribir oscuro no sólo es obra fácil, sino tan fácil que sin obrar se adquiere; y aun puedo decir que no es obra: tan lejos está de ser difícil operación. Dios no crió tinieblas, ni las tinieblas requerían creación; bastaba no criar luz para que las hubiese, donde ella falta se hallan. Así, para que redunde oscuridad en los versos, no es conveniente poner cuidado antes descuidarse en ponerle. Dar luz es lo difícil, no conseguirla, facílimo.
Datos Bio-bibliográficos
Juan de Jáuregui
(Sevilla,
1583-Madrid, 1641)
Bibliografía escogida:
Poesía, Cátedra, 1993
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