Barroco - Otros barrocos - Luis Carrillo y Sotomayor: Libro de la erudición poética, I, 1611
Liber unus de eruditione poetica,
seu tela musarum, in exules indoctos a sui patrocinio numinis
Libro de la erudición poética o lanzas de las musas contra los indoctos,
desterrados del amparo de su deidad. Dirigido a Don Alonso Carrillo Laso,
su hermano
Al argumento deste libro, por don Alonso, su hermano
O ya, divinas ninfas, de oro el cielo
o del suelo habitéis cristal y selvas,
con laureles y olivas a porfía,
coronad sienes de un patrón famoso;
que los Castalios coros5
jamás deidad plebeya,
con casto celo y sin profanas voces,
honra; y en tierno amor de España y ocio,
antigua reverencia
de sus sagradas lenguas10
robando, restituye a su alto trono,
y la vil osadía
castiga de los rudos
-que sin colmada ciencia, enfurecidos,
infamaron la patria- así diciendo:15
«De España las camenas
respetarán dichosas
de un hijo padre anciano a nueva gloria».
Aunque las claras aficiones y los años de estudio en Salamanca
prometan, hermano mío -o por la grande autoridad de los maestros o honesta
demasía de ejemplos-, más que colmados frutos de buenas letras, ni el amor
de hermano, ni el acostumbrado camino consienten en mí el uno no lo olvide
y el otro no lo ejercite; pues, según el padre de la humana elocuencia
(acerca de lo cual será nuestra disputa), costumbres conocidas en los
primeros alimentos, es dificultoso el olvidallas, imposible el no
apetecellas.
Amigas son del ocio las Musas, y ellas, madres del compuesto hablar.
Esto parece me obliga a profanar sus no comunes secretos; pues va muy
fuera de mí el arrogancia de presumir lo que le era lícito a una persona
puesta en las obligaciones de su profesión, que sólo en tan grandes
hazañas como las del primer monarca de los romanos, pudo (y aun en él tuvo
ésta gran lugar) allanar la mano, hecha al peso de una batalla y a las
alas de una victoria, a la llaneza de una pluma y a sus desarmados
niervos.
No quiero ser corto en sólo el ejemplo de C. César, si ilustrísimo en
su persona, mucho más en tantos y tan grandes varones. Descubrióse la
providencia divina en la luz de la imitación de los príncipes. Y para que
abrazándolo todo, con aventajada gloria, éstos: basten Moysén, padre de la
historia, sabio de las divinas letras, gran general; el rey David, primero
soldado con fuertes brazos, después con prudentes consejos capitán,
resplandecieron sus versos y abrió el camino a la gala de su lengua;
compuso el Salterio con la dulzura lírica, como en aquel verso:
Psalterium lyrici composuere pedes.
El Salterio pies líricos hicieron.
Convenció el mismo Dios en la virtud de sus escogidos varones las
rudas lenguas de envidiosos, mostró -o ya fuese mayor virtud que humana, o
a nuestra flaqueza gloriosísima- caber en un mismo entendimiento la
ciencia de contemplar y el ánimo de pelear. En las fábulas de los antiguos
halló por admiración en deidad su ejemplo esta virtud. También los
mártires, o fuese ya afición suya o el espíritu encendido de Dios,
despreciando los fuegos y el tormento, cantaron himnos; ni sólo en este
espíritu igualaron a su alegría, su amor, sino en las alabanzas su deseo.
Y así no será en esta parte muy desconocido este trabajo, no muy
desviado a la profesión de las armas. Sirvan de ejemplo los que han
acompañado con los desasosiegos de las ocasiones militares los sosiegos de
las letras. Valerosas son las Musas, animosas son, no rehusaron los
pesados brazos de Héctor, no los valerosos de Aquiles, no sólo (como digo)
aquestos hazañosos varones no las espantaron, antes ellas añadieron
nervios a sus fuerzas y ruido (si así se puede decir) a sus golpes.
Mientras más desacostumbrado en la naturaleza, mayor es la admiración.
Responda Plutarco por mí: «Tersilla, argiva, muy bien nacida, como, por
consejo de los médicos, para remedio de su mal, pidiese a los dioses
socorro, se le respondió que sanaría si se diese a las Musas. A las cuales
como con ejercicio ordinario se allegase, luego convaleció, y no sólo
buena salud, pero fortaleza y ánimo de un capitán alcanzó. No sólo las
Musas cantan, sino las armas también encienden.» Por eso el gran Macedón,
no en lira de convites, sino en trompeta de guerra apetecía oír su
generosa envidia en los bonísimos versos de Homero. Y aquella valerosa
mujer -de quien Plutarco, atreviendo su amor a igual alabanza de canto
ardiente y de ánimo invencible-, «a Cleomenes, rey de los Lacedemonios,
que con ordenado ejército a la ciudad de Argos se acercaba, con un
escuadrón de mujeres, matando muchos, apartó; y al Rey Demarato, que
estaba dentro, echó por fuerza de armas».
Eternidad y valor prometen las Musas, joyas, por cierto, bien
preciosas; dos blancos o (por mejor decir) uno, donde tiran todos los
honestos y valerosos deseos de este mundo. Con el tiempo andan olvidadas,
y lo anduvieron tanto, que se atrevieron a profanar de sus sagrados
templos las más preciosas joyas. Presume el vulgo de entendellas, él mismo
pretende juzgallas. Contra éstos enderezo mis razones; contra éstos se
atreven a desencerrarse estas pocas palabras. Mas, ¡qué mucho haya quien
con semejante insolencia pretenda escurecer verdad tan conocida, si no
falta quien le levante a Horacio la imitación, preciosísimo, o el más rico
y costoso arreo de su cuerpo habérselo usurpado! Eurípides dio en los
suyos alguna ocasión, más a los que maliciosamente se acuerdan de ellos,
que no a los que presumimos de tan grandes poetas lo que sus mismas obras
nos obligan.
Nuestra madre España, después de haber encubierto las antiguas
desgracias con tan desacostumbradas vitorias al valor de los hombres,
acordóse de sí, o (por mejor decir) sus hijos, colgando las espadas,
tuvieron memoria de ella. Atreviéronse las plumas a hacer alardes de los
ingenios. Tan parecida en esto a la antigua madre del valor antiguo, que
no se sabe hubiese poeta en Roma antes de pasada la segunda guerra púnica,
como lo afirma Ennio, no sin antigüedad en estos versos:
Punico bello secundo, Musa pinnato gradu
Intulit se bellicosam in Romuli gentem feram.
Con presto paso, en la segunda guerra
púnica, al belicoso pueblo y fiero
de Rómulo ablandó la dulce Musa.
Mal entre el ruido de las armas suele escucharse a sí misma la pluma,
y como todas las cosas de la paz y claras aficiones del ocio están debajo
del amparo de la virtud guerrera, «al punto que sospechas de alborotos
ocuparon los ánimos, luego las Artes todas callan». Mas no faltaron en
nuestra España ánimos que, entre desasosiegos tan comunes, no estuviesen
tan pobres de sosiego, que con felicidad notable aspiraron a igualarnos
con los mayores poetas pasados y venideros. Entre éstos, dichosísimamente
nuestro Garcilaso excedió las esperanzas de los italianos en cuanto a
nuestra nación, y a los nuestros abrió camino, para presumir de tan
dichosa osadía, frutos tan colmados como los suyos. Él fue, pues, el
primero de nuestra profesión militar que ilustró con sus escritos a
nuestra España; y aunque hubo otros, o por descuido suyo o ajeno:
illos premet nox fabulaeque Manes.
Ha ido con tan notable exceso creciendo este loable estudio después
acá, y ha tenido nuestra España sujetos, que, a haber acompañado con
diligencia y estudio las fuerzas del ingenio, tuviera Italia acerca de
nosotros menos ocasión de desprecio y más que temer a los lugares de sus
Petrarcas y Tassos. Esto con la experiencia del tiempo y con la noticia
que dél se adquiere, con la conocida ventaja que hasta agora respeto de
las cosas antiguas se ha tratado, parece ofrecía la esperanza las manos, a
dárnoslas presto en ejercicios de ingenio en el mismo lugar que las
vitoriosas hazañas de nuestra nación han puesto el suyo con sus banderas y
sus armas. Bien necesarias, pues, son estas plumas a la eternidad de tan
famosos arneses y celadas. Dígalo el divino Píndaro en sus Isthmios, oda
6:
Nam si quis praeclare aliquid dixerit in laudem alicuius, hoc
incidit resonans inmortaliter, per quam tellurem omni fructiferam,
et mare transit insignium facinorum radius inextintus. Semper
nanciscamur Musas propensas ad accendendam illam facem hymnorum.
Porque si alguno dice bonísimamente algo de alguno en alabanza,
cae resonando su inmortal grandeza sin morir este rayo, por el mar
pasa y por la fértil tierra. Siempre alcancemos agradables Musas
para encender la hacha de sus himnos.
Deste género de escribir, pues, ha habido hombres tan enemigos del
derecho camino, o tan persuadidos (que es lo menos cierto) ser el
verdadero el suyo, que a esta poesía pretendan robarle (como digo) todo el
arreo de su persona, sin el cual (¡vergonzosa cosa, y poco casta!)
parecerían las Musas tan deshonestas en sí, a los ojos de todos tan
desnudas, pues no podían huir. ¡Oh nota de poca vergüenza o de mucha
barbaria! Preténdenles, pues, quitar la elocución, que es desnudallas; mas
no me espanto, pues desnudez de personas acostumbradas a vestir tan bien
sirve de capa (a lo menos lo pretenden) a su ignorancia.
Diferente es el estilo del historiador al del poeta en cuanto al
hablar; en él sólo se diferencian estos dos diversos géneros de
elocuencia: historia con fábulas es el argumento del poeta; historia lo es
del historiador. Contradecir o defender una causa es de la persona del
orador; eso en sus ocasiones, de la del poeta: Ovidio, en la de Ulises y
Ayax; Virgilio, en la de Juno, Venus, Drances, Turno, y en otras muchas;
Homero, en no menos lugares y ocasiones. Los demás poetas, ¿quién dellos
hay que no abunde dellas? Si en el fingir, todos fingen. ¿Livio cuántas
oraciones saca en sus Anales no pensadas de las personas en cuyos nombres
se leen? ¿Tucídides, cuántas? El estilo, pues (usemos desta palabra), es
los fines de entrambas a dos ciencias. Este, pues, aunque al principio
inculto y rudo según Scalígero en su Histórico, después limado.
Éste fue el primer género de escribir, excusa de nuestros principios,
no sólo en el que tratamos, sino en el que conversamos. Del cual -supuesto
que todas las cosas se comprendan debajo de necesario, provechoso y
delectable- salieron diversos géneros de estilo, enderezados tan al común
blanco como al otro. Deste primer principio necesario nació nuestro género
de hablar; pues era forzoso quien comunicase con los hombres las ciencias,
de cuya disciplina y establecimientos necesario había de seguirse la
perfección de todas; pues era el instrumento por el cual habían de ver el
rostro al buen discurso y saber; pues cuando no fuera más que la necesidad
de buscar en otros a lo que ella misma obliga muestra la que se tuvo
deste primer estilo. Deste, pues habiendo alargado sus límites, salieron
por la utilidad, la Historia; por la necesidad, el sencillo hablar; por el
deleite, la Poesía. Deleitó también a los principios, no atreviéndose su
osadía más que a los teatros, mejor imitadora, en aquella niñez suya, de
la tosca suerte de aquellos tiempos que de la sutileza de los nuestros.
Cobró vigor con la edad, y con el ejercicio, conocimiento propio. «De
suerte que a la Historia se le quedó aquella sencilla manera de decir para
contar las cosas hechas. La Poesía llamaron porque no sólo con voces
declaraba las cosas que hubiesen acontecido, sino también las que no
acontecieron, imitando, como si fueran, como si pudieran ser, o como
debieran forzosamente o con semejanza a verdad», como Aristóteles.
Esta fue la Poesía. Atrevióse después, y creció en tanto su valor que
no consintió en sus términos menos que plumas muy doctas. De suerte que,
como a la grandeza de las cosas a que llevaba grande espíritu se allegase
la manera de decir grande y alta, los que contaron sencillamente hicieron
sólo versos, llamados versificadores. Pero los que igualaron con toda
variedad, perficionando la imitación en su materia anchísima, fueron
poetas, que o ya contasen o peleasen, o aquel mismo ánimo, encendido en
ciencia y calor de divinas Musas, guiasen por cualquiera diferencia de
virtud o acontecimiento, tomaron por laurel desta gloria el dichosísimo y
bonísimo amparo de las Musas. Mal, por cierto, si ellos o sus Musas son
descubridores de las cosas escondidas, las entenderán los que apenas
conocen letras. Filósofos fueron los poetas antiguos y despreciando
animosamente después las cosas naturales, emprendieron a las que la misma
naturaleza no se atreve. Mas, dejemos esto para su lugar, pues es tanta la
fuerza de la razón que pretendo, que aun en cosas de menor calidad
pretendo convencer a mi contraria opinión.
Todas las cosas en este mundo reconocen a la razón por suyo el primer
lugar; ésta siempre es el príncipe cuya voluntad es ley, pues no es sino
la justa. ¿Qué cosa más hermana suya que apetecer su centro cualquier
cosa? Obras son del entendimiento, trabajos del discurso. Éste para las
cosas altas, para las cosas sutiles, ¡cuánto más noble es que esta cárcel
de nuestro espíritu! Plutarco en el libro De las cuestiones de Platón:
«Teniendo muchas potencias el alma junta con el cuerpo, con una discurre,
participa de Dios, porque es divina, y contempla las cosas del cielo.»
Como Ovidio:
Os homini sublime dedit, caelumque videre
iussit, et erectos ad sidera tollere vultus.
Alto rostro dio al hombre, y ver el cielo mandó,
y que a las estrellas levantase su cara.
La tierra para los brutos. Suyo es esto; nuestro, de prestado;
descanso no más que para emprender con mayor aliento el camino de la
eternidad. Razón es que trate nuestro pecho cosas dignas del huésped que
aposenta; pues, según Manilio:
An dubium est habitare Deum sub pectore nostro?
In caelumque redire animas, caeloque venire?
¿Es dudoso que habita en nuestro pecho Dios?
¿Al cielo las almas (que vinieron del cielo) vuelven?
Mal emprenderá pecho acostumbrado a tan grande compañero cosas no
dignas dél. Dígalo Lucano en César disfrazado: Indocilis priuata loqui,
«no enseñado a hablar cosas de casa». Mal cosas grandes se emprenderán con
palabras humildes. Podemos decir lo que san Jerónimo: Mollem ocio manum
durus exasperat capulus, «la blanda mano con el ocio el duro puño hiere».
¿De cuándo acá el indocto presumió de entender al poeta, si
antiguamente, aun para hablar bien, juzgó Cicerón ser necesarias las
letras, y en alguno lo estimó alcanzar algo sin ellas por cosa muy
parecida a milagro? Estas son sus palabras:
Era[n]t tamen quibus videretur illius aetatis tertius Curio, quia
splendidioribus fortasse uerbis utebatur, et quia Latine non pessime
loquebatur, usu, credo, [aliquo] domestico, nam litterarum admodum
nihil sciebat.
Había a quien pareciese de aquella edad tercero Curio,
porque usaba de muchas ilustres palabras y porque en latín no muy
mal hablaba, con el uso, creo, de casa, porque muy pocas letras
sabía.
Bastará disminuir un poco su arrogancia las canas desta sentencia,
pues bastaba en esto el voto de tan grande hombre, y más arrimándosele el
primero monarca de la Filosofía, Aristóteles, en estas palabras de natura
universi:
Alia quidem certis indiciis signisque a natura discentes, alia etiam
opinatione rationis auxilio, id quod probabile est, intellectu
ducente, assequentes.
Unos animales, por ciertos indicios y señales, aprendiendo de la
naturaleza; discurriendo otros con socorro de la razón, lo que es
probable con el entendimiento alcanzando.
¿Qué más verdadero? ¿Qué más claro (como dice) con la ayuda de la
razón? ¿Qué más probable si con razón? Como Séneca:
Hoc habet argumentum diuinitatis suae, quod illum diuina delectant.
Esto tiene por argumento de su divinidad deleitable las cosas
divinas.
Habla del ánimo del hombre: Nec ut alienis interest, sed ut suis, «ni
como en cosas ajenas, sino suyas se halla». Entenderáse esto de la poesía.
El orador cuelga de la aprobación del pueblo; sus buenas o malas razones
son los buenos o malos discursos; de quien dijo Séneca: Quod populus non
probat scio, quod probat nescio. «Lo que el pueblo no aprueba sé, lo que
aprueba no sé.» De sí el poeta se cuelga, y se es el oyente, él es el juez
en su misma causa. Y así divinamente nuestro ciudadano «ni como en cosas
ajenas se halla, sino en propias». Dejemos, pues, agora a los filósofos, y
atendamos un poco más despacio a la proposición de Aristóteles.
Dice así su primer miembro: «Algunos animales, por indicios y
señales, de la misma naturaleza aprendiendo.» Abramos, pues, el libro de
la naturaleza, el más docto y verdadero de cuantos hasta agora; con mil
razones está aprobado lo que defiende. Maestra en todo, a todos sus
animales pobres de discurso, y necesitados de poder alcanzar por él lo más
conveniente a la conservación de sus vidas y cuerpos, proveyó con natural
instinto o encubrió con él la falta de razón, para huir lo no conveniente
a sus cuerpos. Éstos, mediante el cuidado de la naturaleza, por ella
conocen de lo que han de apartarse y a lo que se han de arrimar. El
hombre, como persona por sí bastante a estas y otras más empresas, y rico
de otras más importantes, en esta parte quedó desierto y entregado a los
brazos de su razón. Hallóse, pues, tan falto el hombre al conocer este
mundo, que halló el filósofo el entendimiento parecido a la tabla rasa,
que es lo mismo que lisa o sin pintura.
Aquí la misma razón que defiendo me obliga a arquear las cejas; pues,
si aun de las cosas necesarias a la conservación de la vida, a la
templanza de su cuerpo, salió el hombre tan desarmado, ¿cuánto más de las
que tratan de los sentimientos del alma, de las cosas que, por ser su
natural asiento aquél, más fácilmente le levantan a cantar de las
estrellas que a humillarse a estos pobres techos? Dígalo Severino Boecio,
De consolatione:
Sunt enim pennae volucres mihi,
quae celsa conscendant poli;
quas cum sibi velox mens indidit,
terras perosa despicit.
Alas tengo ligeras, que del cielo
volaron lo más alto y más divino;
las que el entendimiento presto viste,
desprecia aborreciendo el bajo suelo.
Engañóse, por cierto, quien entiende los trabajos de la Poesía haber
nacido para el vulgo, más entendieron, más intentaron, más alcanzaron.
Dígalo el Lírico:
Odi prophanum vulgus, et arceo.
Odio el profano vulgo, y de mí aparto.
Razones han sido éstas bien naturales, no necesitadas de autoridad
ninguna: ¿Qué mejor aprobación que el curso de cada día? ¿Qué más grave
autor que la madre de todas las cosas? En buena filosofía, el impedido que
no corre puede, quitado el estorbo, correr: censurará como los demás el
poeta el que no lo hace, si estudiare, si aprendiere. Días ha aconsejó
Apeles que nadie intentase cosa no ejercitada por él: Ne sutor ultra
crepidam. «El zapatero no fuera de su trabajo.» Aun de los grandes hombres
errores averiguados se reconocen con desconfianza y se reprenden con
temor. Allá lo dijo el poeta Estacio:
Stat sacra senectae numine.
Por deidad de vejez está sagrado.
Mal se atreverá el indocto a mirar las obras del que no lo es. Dígalo
el excelentísimo Estacio en la reverencia con que trató las cosas de
Virgilio:
Nec tu diuinam Aeneida tenta,
sed longe sequere, et vestigia semper adora.
Ni la divina Eneida así tú intenta,
sino de lejos sigue, y siempre adora
sus pisadas.
Cumplimos ya largamente con la obligación en que nos puso
Aristóteles, y no nos podrá decir Firmiano:
Sapientiam sibi adimunt, qui sine ullo iudicio inuenta maiorum
probant.
La sabiduría se quitan los que las cosas halladas por sus mayores
sin ningún juicio aprueban.
Bien apoyada queda con tantas razones la mía, bien aprobada la de los
antiguos.
Esto dijo en la alegación dicha Aristóteles: «Con ciertas señales y
indicios, de la naturaleza aprendiendo.» Harto nos ha enseñado la
naturaleza. No a pie enjuto, no sin trabajo se dejan ver las Musas. Lugar
escogieron bien alto; trabajo apetecen y sudor. No en vano tomaron por
defensa patrona tan valiente. No lo negó en su Arte Horacio:
Multa tulit fecitque puer, sudauit et alsit.
Mucho sufrió siendo muchacho y hizo, sudó y padeció yelos.
No menos afirmó esto Estacio a su mujer:
Tu procurrentia primis
carmina nostra sonis totasque in murmure noctes
aure rapis vigili; longi tu sola laboris
conscia, cumque tuis creuit mea Thebais annis.
En primeros acentos, tú, corriendo
mis versos y las noches murmurando
robas en vela; tú, del largo sólo
trabajo sabidora, y con tus años
mis Thebaydos crecieron.
Divinos a este lugar (naturales en él) parecen estos versos del
agudísimo Ovidio, atribuidos tan sabiamente a la persona de Ulises:
Artis opus tantae, rudis et sine pectore miles
indueret? neque enim clipei caelamina nouit,
occeanum et terras cumque alto sidera caelo,
Pleiadasque Hiadasque immunemque aequoris Arcton,
diuersasque vrbes, nitidumque Orionis ensem,
postulat vt capiat, quae non intellegit arma.
¿Soldado rudo y sin entendimiento
vistiera de arte tanta obra gloriosa?
No supo del escudo varios lazos,
el mar y tierras, ni del alto cielo
las estrellas Cabrillas y Virgilias,
ni del mar jubilado el Arctos claro,
diferentes ciudades, ni de Orión
resplandecïente espada; y pida
que se le den las armas que no entiende.
Bien abiertamente responde aquí Ovidio en persona de Ulises. Esto
sintió este gran poeta; mas volvamos a las razones naturales.
Según el sujeto, así ha de ser la materia; según el artificio, así el
artífice; consecuencia será, pues, clara que según la materia ha de ser el
sujeto, y según el artífice, el artificio (trato en términos de
perfección). Luego si según el artificio ha de ser el artífice, el
artificio, según el poeta y los versos. Luego forzosa consecuencia será
que el poeta incapaz de lo que se requiere para los versos no sea buen
poeta. Arriba se probó haber sido llamados versificadores los que sólo en
medida fueron poetas, y por la misma razón los versos, estrechos a la
capacidad del saber del Poeta; por la misma causa que no lo es bueno el
artífice dellos, desigual a la grandeza que ellos requieren.
La misma naturaleza ha hablado en estas razones tan suyas por esta
opinión tan suya; pues, aun ella misma envolvió en gran trabajo y discurso
todas las cosas celestes, para diferenciarlas destas que tratamos con las
manos. Este ejemplo era en sí suficiente, más desentrañando la proposición
de Aristóteles, la cual tomamos en parte o en el todo deste discurso.
Porque, ya que en su primera parte pagamos por nuestro posible la deuda en
que nos puso, por razones bien naturales y ajenas de cualquier afeite y
compostura de arte, ellas han estado por mí; agora, pues, según él
aconseja, se haga la censura. Si la primera parte della, «por ciertos
indicios y señales, de la naturaleza aprendiendo», cumpliendo con la
obligación como hemos hecho en que nos puso con la segunda, «unos
discurriendo por el socorro de la razón, lo que es probable con el
entendimiento alcanzando», cumpliremos esto; pues todas estas confianzas
prestan justas causas. Desobligóse ya con sus razones la naturaleza, y
tenemos entre manos un peligrosísimo género de disputa; pues, aunque no lo
es, la razón en su nombre y con su rostro turbó su sosiego, cosas muy
enemigas della. Vamos a la opinión, en fin incierta, y en lo más,
variable.
De dos cosas trató el poeta enderezadas a un fin: enseñar -como
arriba dije- deleitando, y haciendo a muchos con su pluma famosos,
quedarlo él mucho más en opinión. Presumió con tanta razón ésta de sí
Ovidio:
Parte tamen meliore mei super alta perennis
astra ferar, nomenque erit indelebile nostrum.
Sobre estrellas eterno, por la parte
mejor de mí seré llevado, y nuestro
nombre será inmortal.
En este postrer verso se promete de la opinión de tantos: «y nuestro
nombre será inmortal». No presumió menos Horacio, diciendo:
Non ego pauperum
sanguis parentum, non ego, quem vocas,
dilecte Maecenas, obibo,
nec Stygia cohibebor unda.
No sangre de pobres padres,
ni a quien, amado Mecenas,
llamas, moriré, ni Estigia
onda me cubrirá en nieblas.
Así lo siente Hesíodo:
Donaui tibi ego pennas, quibus aequora vectus,
et terras omnes pervolitare queas.
Alas te di con que el mar
volar y las tierras puedas.
Datos Bio-bibliográficos
Luís Carrillo y Sotomayor
(Baena, 1585 – Puerto de Santa María,
1610)
Bibliografía escogida:
Poesías completas, Cátedra, 1984.
Libro de la erudición poética, Alfar, 1988.
Obras, Castalia, 1990.
Enlaces:
Poesía
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