Barroco - Otros barrocos - Luis Carrillo y Sotomayor: Libro de la erudición poética, II, 1611
Destas alas no será muy fuera desto entender aquel lugar de Platón en
Phedro adonde dice: Volandi naturam Dei maxime participem esse. «La
naturaleza de volar participa mucho de Dios», cuando no sea más que con
ellas hacerse exentos de la envidia; pues, según Plutarco: «Después que
las cosas favorables vinieron a alteza, con el resplandor de su misma
virtud, subieron a la cumbre de la envidia.» Sintió lo que arriba Horacio.
Desto, Papinio:
Mox tibi, si quis adhuc praetendit nubila liuor,
occidet, et meriti post me referentur honores.
Si de nieblas agora invidia alguna
te ofende, morirá, y después las honras
te darán merecidas.
Y el enamorado Propercio:
Quo me fama leuat terra sublimis, et a me
nata, coronatis Musa triumphat equis.
Donde la fama me lleva
de la tierra en alto vuelo,
y en coronados caballos
triunfa Musa, en mí naciendo.
Nuestro Virgilio, con más razón que todos, previno profecía tan
verdadera como la de su ilustre fama:
Temptanda via est, qua me quoque possim
tollere humo, victorque virum volitare per ora.
Tentar quiero el camino por do pueda,
vencedor, de la tierra, y por los labios
de varones, volando, levantarme.
Y aun en su rudo siglo, Ennio dijo con una divina confianza:
Nemo me lacrymis decoret, nec funera fletu
faxit. Cur? volito viuus per ora virum.
Nadie mi entierro con llantos
honre, porque vuelo vivo
por lenguas de varones.
Y por cerrar esta parte con la opinión de nuestro ciudadano Séneca
(en esto como en todo, a pesar de envidiosos y menores de su ingenio):
«Sola hay en las cosas humanas esta obra a quien ni ofende tempestad ni
consume vejez.»
Ésta fue la opinión que tuvieron de sí, tratando de las letras, con
la doctrina que vemos; éstos, los cimientos en que fundaron tan firmes
esperanzas contra el tiempo. Los efectos dice nuestra edad, haciendo
profecías sus palabras. Opinión adquirieron con los buenos versos,
tratándolos con las buenas letras: ellos lo pronosticaron. La fama no se
les puede negar, ni a mí este argumento. La verdad de cualquier causa
eficiente por sí, su certidumbre, ha de constar de sus efectos. Pues así
es, que éstos (mediante el modo de escribir usado dellos) alcanzaron el
fin último de los poetas, que es la fama; luego, todos los que siguieren
sus pisadas de la suerte que ellos, tendrán igual fama con ellos. Forzosa
consecuencia será, pues, que la Poesía usada de algunos modernos deste
tiempo, siendo imitadora de los antiguos, será la buena, y imitándoles, se
ha de tratar con su agudeza, elocuciones y imitaciones, y no ignorar de
todas las ciencias los puntos que se les ofrecieren. Luego la Poesía
fundada en contrario desto no será Poesía, pues en eso (como se ha
probado) se diferencia el poeta del versificador, si es, como es cierto,
que no se pueden dar dos cosas en un sujeto contrarias y juntamente
verdaderas.
Cumplido se ha, pues, con el otro miembro de la proposición de
Aristóteles: «Otros, con discurso y socorro de la razón, lo que es
probable alcanzando.» Veremos agora cuáles fueron los versos destos
hombres, en confirmación de lo que presumieron dellos y de nuestro
argumento. Pues, en esto, por la consecuencia de las razones alegadas, y
proposición del príncipe de los filósofos, consisten los nervios dél, y no
menos para la consecuencia pasada, donde dejamos probado haber de ser el
poeta como los versos, y los versos como el poeta. Éstos, pues, fueron los
unos; y éstos, los otros, de donde podrán conocer a entrambos, como dice
el latino proverbio: Ex ungue leonem. Lucrecio puso en su libro cuarto:
Auia Pieridum peragro loca, nullius ante
trita solo, iuuat integros accedere fontes,
atque haurire iuuatque nouos decerpere flores,
insignemque meo capiti petere inde coronam.
A mí lugares altos, ni de otro
pisados, de Pïérides agrada,
y a las fuentes llegar y beber puras,
nuevas flores coger, y a mi cabeza
agrada dar corona insigne y flores.
Y de paso me pareció advertir el descuido de Lambino en esta corona,
pues haber pasado tan ligeramente por ella da ocasión a que imaginemos la
tuvo por de las artificiales, obligándonos a creer lo contrario Horacio:
O, quae fontibus integris
gaudes, apricos necte flores,
necte meo Lamiae coronam,
Pimplea dulcis.
Oh tú, que las vivas fuentes
gozas, y las frescas flores
tejes, a mi Lamia, ¡oh Pimplea
dulce!, teje una corona.
Debió de ayudarse en esto de Eurípides en su Hipólito:
Tibi hanc corollam diua nexilem fero,
aptam e uirentis pratuli intonsa coma,
quo neque proteruum pastor umquam inigit pecus,
neque falcis umquam venit acies improbae
apis vna flores vere libat integros,
puris, honestus quos rigat limphis Pudor,
illis, magistri quos sine opera, perpetem
natura docuit ipsa temperantiam,
fas capere illinc; improbis autem nefas.
at tu aureae regina vinculum comae,
amica suscipe, pia quod pergit manus.
Y en éstos también:
Vnde metens violasque et purpureos hyacinthos,
intactasque rosas, immortalesque amaranthos,
non prius audito, texam tibi more corollam,
quae, damnosi expers senii, tua tempora circum
ardeat, aeternoque nitens, scintilet honore:
donec ab aequoreis ignotos fluctibus ignes
clara Ariadneae rutilabunt signa coronae.
Y así «los poetas, usando de alegoría artificiosa, llaman sus poemas
coronas, con las cuales se coronan y honran». Mal por cierto desentrañará
esta facilidad de Lucrecio (pues así se ha de llamar, respecto de lo que
escribe) quien no las hubiese habido muy de veras con la misma antigüedad
y humanas letras, éstas para lo fácil y lo llano. Pues me persuado haber
despreciado Lambino por claro este lugar, llamándole los que agora
veremos, compañeros de los versos alegados. Volviendo a nuestro Lucrecio:
Primumquod magnis doceo de rebus, et arctis
religionum animum nodis exsoluere pergo.
Primero yo el saber grandes cosas
enseño, y también quiero religiones
del ánimo apartar.
Notable atrevimiento le dio el arte; pues con ella solo quiso
confundir la cosa más evidente de la naturaleza. Negaba la providencia, no
de su opinión, de la de Epicuro. Según Cicerón: «Escribió un libro de la
piedad Epicuro, de suerte que a Coruncano y a Scévola, pontífices, te
parecerá oír, no a aquel que quitó toda la religión, ni con manos, como
Jerjes, sino con razones, de los dioses inmortales los templos y aras
derribó.» Éstas, fuerzas de la elocuencia; éstas, del artificio.
Eurípides: «Muchas veces el vencido en la elocuencia, aunque diga bien, es
tenido en menos que el elocuente.» Capacidad para cosas de veras halló en
los versos. No mereció estima Lucrecio diremos si seguimos la opinión
contraria de la nuestra. ¿Quién lo entenderá? ¿Cómo deleitarán versos que
acarrean consigo la necesidad de tanto estudio, obligación de tanto
cuidado? Pues famoso ha sido, inmortalidad ha sacado por justicia su
nombre a fuerza de sus estudios. Bástele para elogio de sus obras haber
merecido, por conquistador de los agravios que había introducido en sus
libros la edad, aquella admiración de la lengua romana y envidia de la
griega, Cicerón.
Dirán agudamente algunos, o inferirán (¿quién lo duda?) del error de
la opinión, cuán poco acertado le fue al poeta ocupar sus versos en tan
grave materia. Valedores tuvo esta opinión, y no pocos antiguamente;
baste, en nombre de los demás, Plinio, filósofo, lib. 2, capit. 7; y
cuando no lo fuera, excusa el desacierto la dificultad de la materia,
califica el ingenio atrevimiento tan alto. Así a este propósito,
Aristóteles: «Aunque estas cosas mortales y inferiores, más cercanas a
nosotros y más amigas, podamos conocer mejor, aquellas cosas altas por su
virtud, aunque se conozcan más livianamente, más deleitan.»
Excusamos bien a la ligera la opinión de Lucrecio. No fue él solo
quien con semejante compostura vistió cosas tan graves; diránoslo estos
versos que refiere Clemente Alejandrino de Cleantes:
Si quale sit bonum rogas, ita accipe,
est ordinatum, et iustum, et sanctum, et pium,
sui potens, commodum aliis, pulchrum, decens,
rectum, atque constans, semper autem conferens,
expers metu, dolore, curis omnibus,
iuuans, benignum, stabile, amicum, amabile,
honore dignum, confitendum,
et gloriosum, non superbum quod gerit,
curam omnium placens, et viribus valens,
vetus culpae inscium, semper manens.
Si pides cuál sea el bien, así recibe:
es piadoso, ordenado, justo y santo,
hermoso, poderoso, acomodado,
derecho es y decente; siempre firme;
de miedo, de dolor y de cuidados
vacío; ayudador, afable, estable,
amigo, amable y digno de decirse;
glorioso y no soberbio, lo que hace
en cuidado de todos agradando;
valiente en fuerzas y de culpa libre,
permaneciente por virtudes raras.
Deseo más que mediano sería de mostrarse, tratar de las dificultades
deste o cualquier poeta, tan ajena de cualesquiera que no fueren muy hijos
de las buenas letras. (Llamo así aquellos que emprenden semejantes
materias por sujetos, o de los épicos, pues dellos entendemos lo que
tratamos en este discurso, dejándole su lugar a la materia lírica y
cómica, diferentes en muchas partes desta.) No sólo los arriba alegados
pusieron por efeto cosas tan altas; Manilio, ¡doctísimo en cuántos
lugares!, ¿qué punto se le esconde de su Filosofía y Teología? Díganlo
estos versos:
At neque terra patrem nouit, nec flamma, nec aer,
aut humor faciuntque deum per quattuor artus,
et mundi struxere globum.
Ni padre conoció la tierra y fuego,
ni el aire, ni el humor, por cuatro miembros
a dios hicieron y del mundo el globo. (sigue)
Datos Bio-bibliográficos
Luís Carrillo y Sotomayor
(Baena, 1585 – Puerto de Santa María,
1610)
Bibliografía escogida:
Poesías completas, Cátedra, 1984.
Libro de la erudición poética, Alfar, 1988.
Obras, Castalia, 1990.
Enlaces:
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