Barroco - Otros barrocos - Luis Carrillo y Sotomayor: Libro de la erudición poética, III, 1611
Opinión de los estoicos, y según beato Renano, bien reída de Séneca,
en sus anotaciones: «Del dios de los estoicos se burla como de un
monstruo.»
He traído estos lugares para mostrar fue esta opinión de los
estoicos, y para entender en los poetas las buenas letras cuánto sean
necesarias, y las que tuvieron los que intentaron cosas puestas tan en la
frente (digámoslo así) de la misma naturaleza.
Ovidio, pues, el fácil, el llano, ajeno de cualquier dificultad en
sus escritos, y aun por eso menos estimados, pues afectándola vino a caer
en este vicio de vulgar, según Francisco Flórido, Lectionum successiuarum,
libr. 2; que este poeta casi de todos como lascivo reprehendido, no es
otra cosa que en escribir haber tomado palabras de la común manera de
hablar, que Virgilio, Tibulo y Propercio no dijeran. Éste, pues (dejando
aparte otras dificultades más tratadas, y por eso más conocidas), dice en
su primero libro:
Qua postquam euoluit, caecoque exemit aceruo [...]
ignea conuexi vis, et sine pondere caeli
emicuit, summaque locum sibi legit in arce.
Después que las semillas desenvolvió y escura
confusión desató [...], por la otra parte
del hueco el fuego resplandece claro,
y sin peso escogió del alto alcázar
sumo lugar.
Lugar al parecer bien claro: el fuego ocupó, como materia más sutil, el
mejor lugar. Estoico era nuestro poeta y gran filósofo; estos versos suyos
lo declaran, pues fue opinión de su secta no ser el mundo dios, diferente
en esto de otros muchos. Fue desta su opinión Renano en el lugar alegado,
tratando del mundo: «Pitágoras y los estoicos: haber sido criado, pero por
su naturaleza ser jubilado de muerte.» Y así claramente:
Sic ubi dispositam, quisquis fuit ille deorum,
congeriem secuit.
Así quienquiera fue que de los dioses
la compostura de las cosas hizo.
Bien claramente aquí contradice la opinión de los filósofos que tuvieron
al mundo por dios. Y el otro miembro, «de muerte jubilado», en persona de
Pitágoras:
Non perit in tanto quidquam (mihi credite) mundo,
sed variat, faciemque nouat.
Estoico fue, bien está probado, pues entre los tales por dios
conocían al fuego. Plutarco y Estobeo: «Los estoicos dicen ser dios un
fuego artificioso, que va por camino a la generación del mundo.» Y
Hipócrates: «Paréceme que lo que llamamos fuego o caliente es inmortal.»
Luego, evidente cosa siendo estoico Ovidio, dándole al fuego tan eminente
lugar:
Y sin peso escogió del alto alcázar
sumo lugar.
Haberle tenido, en los versos alegados, por dios, pues ese alcázar (que
tal lo llama) le es lugar dedicado. Y así Estacio, Thebayd. 3: Arcem hanc
aeternam, «Aqueste eterno alcázar». Y aclaró más su opinión en llamarla
«suma», la más alta, pues a quien tanto supo no se le escondería haber
cielos más eminentes; que a ese elemento, lugar le dio de dios. Homero
aclarará más esta duda en su Ilíada:
Concilium cogit diuum pater, atque hominum rex,
qua suprema sita est stellantis regia caeli.
De los hombres el padre y rey llamaba
a su junta los dioses por la parte
que el palacio estrellado al sumo cielo
se extiende.
Aquí llamó también la morada de dios la más alta. Luego si el lugar de
dios es supremo alcázar, o palacio supremo, según Homero, y a dios le
llaman los de su secta fuego, claramente se entiende aquel verso de dios.
Y tal entendió Ovidio, pues le llamó fuego, atributo por el cual él
conocía a dios, como los de su secta, confirmando lo que escurecía con el
nombre en darle el lugar que todos los demás han reconocido a Dios, a
saber en el cielo el más eminente.
Deseo de ostentación -y reprehendiendo vicios, hacernos compañeros
suyos- fuera sin duda intentar por menudo tan doctas dificultades, y
arrogancia bien fuera de mi profesión y letras. Allanemos más la pluma,
busquemos en su misma llaneza destos graves autores las inaccesibles
dificultades que pusieron a todos aquellos que no fueren muy legítimos
hijos de las buenas letras. En el segundo, pues, de su Thebayda:
Seu Pandionio nostras inuisere caedes
monte venis, siue Aonia deuertis Ithone
laeta choris, seu tu Libyco Tritone repexas
lota commas, qua te biiugo temone frementem
intemeratarum, volucer rapit axis equarum.
O a ver nuestros estragos, diosa, vienes
del Pandionio monte, o te diviertes,
alegre, en coros de la Iton Aonia,
o en el Tridente Líbico, copetes,
peinando, lavas, do el timón bramando
de castas yeguas, que en ligero eje
te arrebata.
No mereció en Estacio nombre de escuro este lugar, no siéndolo. No lo
es; fuera sin duda vicioso con semejante mancha. Negaránme la necesidad de
historia, la falta que hará la lección no ordinaria, curiosa, digo, a
cualquiera que pretendiere desenlazar estas palabras. Ellas mismas lo
dicen, y en esto confirman ellas mismas lo que rehúsan la censura del
vulgo. La dificultad que podrá causar allana Plácido Lactancio; y aquí
donde se descuidó un poco, yo, si acertase, en su lugar. Y antes no quiero
dejar en blanco estos renglones de Adriano Junio, Animaduersorum, lib. 2:
«Bebió nuestro poeta las fuentes con ser apartado del vulgo profano.»
Éste, pues, fue el verso que se le escondió a nuestro Plácido:
De castas yeguas, que en ligero eje
te arrebata.
Discretísimo anduvo Firmiano, pues tuvo a mayor agudeza, como lo fue
sin duda, no tocar el verso que ofenderlo con alguna declaración no tan
legítima. Harpocración, grave entre griegos: «Minerva, la que dijeron
andar a caballo, fue hija de Neptuno y de la ninfa Polifa, que tuvo por
padre al Océano; aquésta (como en el primero de Europa Manasias cuenta)
hizo un carro.» Satisficimos, entiendo, a los deseos de Papinio.
Dejemos, pues, las historias; vamos a las palabras, según
Aristóteles, explicadoras de los conceptos. Aun éstas las negó el príncipe
de los poetas a todos aquellos no muy cercanos a las buenas letras:
Cymothoe simul, et Triton innixus acuto.
Cimothoe y Tritón con hierro agudo
forcejaban.
Y dejando a Natal Comite y Giraldo, Syntag. 5, que sobre peine
entienden estos lugares, referiremos a Pedro Nanio: «Tritón, deidad de las
olas, que en griego ‘Trito’ se dice, y Cimothoe. Estas dos deidades las
naves que encallaron libran, y de la fuerza de las aguas al mar vuelven
fácilmente.» No con facilidad se dejarán conocer estas cosas de los no muy
verdaderos sucesores de las buenas letras, y ellas menos recogerán debajo
de su amparo a aquellos que en desvelos no hubieren calificado las
intenciones de su ingenio con ellas.
Hubo, entre aquella copia de ilustrísimos ingenios, en Roma uno,
milagro de los demás, o cuando no, de los más excelentes por lo menos: fue
aqueste Craso, que bien conoció el lugar que merecía acerca dél la opinión
de los no muy doctos. Hablando en su persona Cicerón, en el primero De
Oratore: «Pues como pidiese magistrados, al rogar solía de mí apartar a
Scévola y decirle que quería ser impertinente. Esto era pedille más
blandamente lo que, si no se hiciera impertinentemente, no se hiciera
bien.» Necesitado el agudísimo varón del favor de sus personas, lisonjeaba
con la semejanza de palabras a los oídos de los apasionados dellas.
No sólo en los poetas diferente el estilo; no sólo en ellos se
admitió el hablar en otra lengua -que en otra lengua afirma hablar el
príncipe de la elocuencia romana, aunque no por alabanza, sintiendo no
haber alcanzado todas sus alabanzas su lengua: «Me parece los poetas han
hablado en lengua ajena»-; pero en la comunicación de las mismas plazas,
en el ordinario concurso dellas, diferenciaban aquellos antiguos varones,
en la manera del estilo, la suerte de la calidad y del ingenio, de los que
poseían ambas a dos cosas desigualmente. Alciato, Praetermissorum, libro
[I], con Apuleyo: «Preguntó a mi señor un soldado dónde llevase el asno
vacío. Mi señor, de la plática latina ignorante, callando se paseaba; por
lo cual, como fuese rempujado del soldado, el hortelano respondió
humildemente: ‘Por no saber la lengua no poder responder’. Pues, como el
soldado otra vez preguntase dónde llevase el asno, respondió el hortelano
que iba a la ciudad más cercana.» Y así entiende Alciato discretísimamente
la diferencia del lenguaje entre doctos y vulgar gente, pues era la causa
de no entender «¿dónde llevas el asno?» el mal uso acerca dellos haber
prevalecido bárbaramente, hablar con aquella viciosa sencillez «¿dónde
llevas el asno?». Pues si a aquestos les desvió la diferencia de su trato
y ocupación de la mediana elegancia (que así se llama aquella que se
usurpa en el hablar ordinario), ¿tan desusado delito será, tan nunca vista
opinión, defenderse también a los desnudos de las buenas letras, y de
algún diligente cuidado acerca de los versos, la claridad que ellos por sí
tienen? No, por cierto. Lícito le fue al soldado y cortesano un género de
hablar diferente y no compañero al del hortelano y labrador; lícito le
será al poeta, y todo diferente género de lenguaje que el ordinario y
común, aunque cortesano y limado; no en las palabras diferente, en la
disposición dellas, digo en su escogimiento. ¿Por qué razón no le obligará
a novedad tanta variedad de tropos si no conociere su galantería con el
curso del estudio?
Cada vez que procuro con la desnudez de mis razones mostrar la razón
que defiendo en esto, me arrebatan esta intención de las manos gravísimos
autores. Dígalo Pontano sobre Virgilio, cap. 7: «Los poetas de la común
manera de hablar y costumbre del vulgo se apartan; apártase
grandísimamente Virgilio con helenismos, y por la elegancia, de la cual es
maestra y madre la lengua de los griegos.» Y aun en esto por poeta se
diferencia de los demás oradores. Y así Cicerón en su libro De oratore,
adornando al que lo fuere perfecto de diversas galas de diversas ciencias,
le concede las palabras casi de poetas». Y en otra parte confiesa ser el
poeta «en números más apretado y medida; en licencia de palabras más
libre». Quien no está acostumbrado a oír estas licencias, ni esta nueva
disposición de palabras ¿por qué será el pecado del poeta no entenderlo?
¿No será más justo de su flojedad y de su ignorancia? Diferentemente hemos
de hablar, y así ha de ser algo cuidadoso el entendernos. Cuál haya de ser
esta diferencia, el príncipe del Arte en estos versos nos lo enseña:
Primum ego me illorum dederim quibus esse poetas
excerpam numero; neque enim concludere versum
dixeris esse satis neque, si quis scribat, uti nos,
sermoni propiora…
Lo primero me diera a los que estudian
ser poetas, ni basta hacer los versos
dirás; o si vulgares escribieres,
más propios a mis pláticas y sátira… (sigue)
Datos Bio-bibliográficos
Luís Carrillo y Sotomayor
(Baena, 1585 – Puerto de Santa María,
1610)
Bibliografía escogida:
Poesías completas, Cátedra, 1984.
Libro de la erudición poética, Alfar, 1988.
Obras, Castalia, 1990.
Enlaces:
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