Siglo XIX - Realismo - Leopoldo Alas "Clarín": Poesías de Menéndez Pelayo, 1886
Las Odas, epístolas y tragedias de Marcelino Menéndez Pelayo son el libro más notable que se ha publicado estos días. Pero Menéndez Pelayo es una personalidad literaria con un carácter muy singular. No es uno de tantos jóvenes, o viejos, aprovechados que no hacen sombra, y de los cuales todos los revisteros dicen, a poco que se les apure, que se han colocado en primera línea. A Menéndez le tienen envidia muchos, muchos más de los que parece; hasta personas serias que fingen estar por encima de estas pequeñeces. El trabajo de la gacetilla, elevada a la institución de crítica mediante la revista (el artículo ligero con estrellitas intercaladas), ha sido y sigue siendo, ensalzar alas medianías y despreciar a las personas de mérito notable. Muchos que hasta pueden ser académicos, no le perdonan que sepa griego y latín al profesor de la Central.
Además, aun entre las personas de buena fe, hay muchos que todavía profesan la teoría de que el poeta es un ser excepcional que lleva dentro de sí al dios que est in nobis, y mediante el cual calescimus! (Bien que ellos lo piensan en castellano.) Para todos éstos, Menéndez Pelayo no es, no puede, no debe ser poeta.
En cambio, esos mismos caballeros llaman poeta descriptivo a un señorito que llega a Andalucía con alicatados, cresterías, tracerías, dovelas, ajimeces y arabescos suficientes para restaurar la Alhambra; que hace quintillas que parecen liquidaciones de quincalla por cesación de comercio, y que no tiene pies ni cabeza en cuanto escribe; que habla de la Naturaleza como un ciego de nacimiento, y se pasa la vida diciendo cómo cantan los gallos, a la manera que cierto pintor amigo mío no pinta mas que carromatos.
A esta clase de críticos que hacen de la noche día, pertenece aquél que se incomodaba conmigo porque yo censuraba aun poeta que sentaba aun tirano sobre un dosel; y decía el crítico: -Déjele usted; eso es un lunar que tiene gracia. En Menéndez Pelayo no hay gracia de este género.
Lean ustedes todo su libro de versos; no verán un solo disparate. Dicen sus enemigos que ha aprendido lo que es mundo en los libros. Pues buenos libros deben de ser , porque Marcelino Menéndez coloca siempre las cosas en su sitio y no cuelga las algas del mar de los lentiscos; ni oye los trinos de las gaviotas, ni hace pasar a los viajeros que van de aquí a Palestina por el Ecuador, ni siquiera por el trópico, porque no hace falta. Más vale haber leído libros que escribirlos tales que no se puedan leer. El vulgo lo dice: el saber no ocupa lugar. y sepan ustedes que esos poetas alemanes y franceses, que tanto se alaba por ahí, sin conocerlos, por supuesto, ¡no faltaba más! (¿quién lee libros? ¡uf! ¡qué peste!) se dan por muy contentos cuando saben un poquito de griego. Ese divorcio que aquí la ignorancia pretende establecer entre el conocimiento de las letras clásicas y la espontaneidad literaria, no se ve más que por estas tierras. Los más avanzados innovadores de las literaturas extranjeras sabían latín y griego, o tenían el pudor de hacer como que lo sabían.
El jefe de esa escuela que tanto da ahora que maldecir a los meticulosos enemigos del realismo, Flaubert, era todo un arqueólogo y un filólogo; y no se diga nada de los Freitag y Auerbach de Alemania; hasta los poetas de la escuela plástica francesa, los pamasistas, son conocedores de los buenos líricos griegos; y cuando no, los leen tra- ducidos. y en todo el mundo civilizado, para abreviar, se respetan y se cultivan las humanidades, se estudian con peor o mejor sentido. Pollastre literario hay por esos periódicos de Dios, que se ríe de Horacio, y se le figura como un pedante insufrible, que escribía con hipérbaton por dar que hacer a los chicos. y ese mismo escribirá un artículo de costumbres en puro romance (eso de puro lo veríamos), retratando al charlatán, por ejemplo, sin saber que todo eso lo había hecho mejor que él, y con más gracia, ese Horacio que él supone armado de disciplinas…
Es una vergüenza lo poco que aquí se estudia. Se hace gala de ignorar lo que en otras partes es elemento indispensable de la educación; muchacho hay, con buenas disposiciones naturales, que piensa que es el colmo del humor no saber palabra de griegos y romanos. En un país así se le ha ocurrido a Menéndez publicar un tomo de versos, en que no hay aquello de «el algo desconocido», ni poesías que parecen telegramas para Filipinas, según los que ahorran palabras; ni blasfemias atroces para ponderar lo que se quiere a una rapazuela. La mayor parte de los revisteros han opinado que el autor de las Odas, epístolas y tragedias será erudito, crítico, lo que quiera; pero poeta… ¡no en sus días!
Dicen que es frío, demasiado sobrio, oscuro… sobre todo, oscuro. Por ejemplo: ¿qué quiere decir esto?
¡Dísticos vengadores de Tirteo,
Que del duro Lacón el pecho inflaman
En la feroz Mesénica contienda!
Y, en efecto, todo eso debe de ser oscuro cuando se ignora la historia de Grecia.
A Dios gracias, Menéndez Pelayo no piensa, al escribir , en agradar a esos críticos, que no saben más griego que el de El joven Telémaco, de Blasco.
El libro de que trato va precedido de una carta muy larga del Sr. Valera. Pocas cosas se podrán decir para defender los versos de Pelayo, que no las haya dicho el embajador ilustre en el prólogo, que tiene ochenta y cinco páginas bien aprovechadas. D. Juan dice que Marcelino no es sólo poeta lírico, sino que es de los mejores.
Yo no voy tan allá, si Valera quiere hablar en serio y referirse sólo a los mejores de verdad; pero si en la lista mete al Sr. Campillo, como le mete, y dos veces, en tal caso opino que Menéndez es óptimo poeta lírico. Como los poetas no se toman al peso, no diré cuánto más valen Campoamor y Zorrilla, por ejemplo, como poetas, que Menéndez Pelayo; pero es indudable que valen mucho más, y esto no es ofenderle. Si me dice Valera que vale tanto Pelayo como Querol, respondo que es muy posible, y que acaso llegue a valer más. De modo que vengo a estar conforme con el Sr. Valera, si me concede que con los poetas sucede como con los violinistas de aquel maestro de un rey de Inglaterra. Menéndez Pelayo vale más que muchos poetas que algunos llaman mejores, y que está por ver si son buenos.
Si he de ser sincero, necesito declarar que, cuando no se trata de uno de esos grandes ingenios que traen algo nuevo al arte, y necesitan expresarlo en forma de poesía, no creo en la diferencia entre los talentos literarios que se dedican a escribir en verso y los que se quedan con la prosa: Veo en Menéndez Pelayo un hombre de grandísimo ingenio, de un gusto exquisito, de original y penetrante discreción, capaz de sentir y comprender muchas cosas con que ni sueña el vulgo de los hombres; veo que sabe expresar esto que por dentro le sucede, en forma bella, graciosa, exacta y enérgica, y en prosa y en verso le tengo por un buen escritor. ¿Que eso se llama ser poeta cuando se escribe en verso? Enhorabuena. Pero déjeme el Sr. Valera que también le llame poeta a él cuando leo Asclepigenia y la descripción de La Nava en el doctor Faustino, y… casi todo lo que ha escrito en sus novelas. En una palabra, que casi no creo en eso de ser .poeta o no ser poeta, según la distinción corriente. No admito que el saber decir las cosas en forma rimada, usando ese lenguaje escogido (que no todos creen necesario; Campoamor no lo cree), olvida a los hombres en castas, y unos sean por eso poetas y otros no. Todos llamamos a Echegaray, v. gr., poeta dramático; ¿dejará de serio el día en que escriba sus dramas en prosa, y sólo en prosa? Claro que no; sus facultades seguirán siendo las mismas; no habrá más diferencia que sus dramas habrán ganado en naturalidad y verosimilitud. ¿Es esto decir que yo profeso la teoría de la poesía en prosa? Apenas lo sé. No Soy partidario de que se llame así. Creo que en esto de las palabras, lo mejor es dejarlas como están, y llamar poesías a lo que va en verso; pero, amigo, las personas ya merecen más consideraciones, y si se llama poeta al que escribe en verso, ha de ser en el sentido restringido, aludiendo sólo a la forma de su lenguaje.
Pero entrar en esa psicología fantástica del numen, y el genio, y la inspiración, y el arrebato, es lo que yo no quiero, y en ese sentido protesto contra la pretensión de que el Sr. Velarde, v. gr., sea más poeta que yo, que tengo un Corazón de oro y me enternezco en seguida y veo las cosas abultadas, aunque no patas arriba, y perdónese la palabra.
Con esta mi manera de ver las cosas, no explicada del todo, porque no es necesario, es claro que Menéndez Pelayo es para mí poeta; y bueno, porque siente, piensa y escribe bien, muy bien. Tiene muchas cosas que decir , y las dice -perfectamente.
Pongamos otro ejemplo: Castelar y Núñez de Arce. Nadie dice que el primero es poeta, ni hay para qué, pues tenemos una palabra más propia para decir lo que es: orador. ¿Quiere esto significar que Castelar tenga menos imaginación y menos belleza en la expresión para hacernos ver SUS imágenes? No. y sin embargo, está bien el decir que Núñez de Arce es poeta y el otro no; porque Núñez de Arce, a más de las facultades comunes a loS dos, la imaginación, la bella y enérgica forma del lenguaje, etc., etc., tiene la de saber poner todo eso en verSoS primorosos. Por eso es poeta, y el otro no; no por cualidades interiores.
Y entendiéndolo así, ¿es poeta Pelayo? ¿Sus versos indican que sabe expresarse bien dé esta manera? ¡Pues ya lo creo! y aquí vuelvo a decir que es un poeta muy bueno, porque sus versos son de forma pura, elegantes; son Correctos, son fáciles casi siempre y dicen con mucha pro- piedad lo que se quiere decir, que suele ser ideas, sentimientos e imágenes de gran belleza.
¿Es poeta en ese otro sentido más elevado en que lo son Víctor Hugo, Goethe, Dante, Byron, etc.? No. Los que niegan a nuestro académico la condición de poeta, aun en el sentido en que uso yo la palabra, lean su elegía, lean La galerna del Sábado Santo, y serán muy injustos si insisten en afirmar que Menéndez Pelayo ni siente ni padece, y es frío y duro. Aquella elegía es una joya de la poesía castellana; tiene la sobriedad y la grandeza de la elegía alas Musas, de Moratín, con más ser más simpático el asunto y más natural la forma.
¿Qué mayor sencillez, naturalidad y sentimiento que los que hay en estos versos, al hablar de una frase de Menan- dro: On oí ze.oi filousin, apozneskei neos? El que los dioses aman muere Joven…
No sé qué vaga nube,
De futura tormenta anunciadora,
Cubrió mi frente al encontrar perdida
De un escoliasta en las insulsas hojas,
Esa eterna razón de lo que muere
Antes de tiempo y sin razón cortado.
Yo leo y vuelvo a leer cien veces esta elegía hasta aprenderla de memoria, y no sé qué pueden encontrar en ella los críticos que sea duro, frío, rebuscado ni oscuro. Todo es luz y armonía, tristeza verdadera, expresada con calor, con verdad, sin que para esto estorbe la limpia nobleza de la frase:
Blanco de ciega saña
Nunca se vio, ni de traición aleve,
Ni, rota el ara del amor primero,
Halló trivial lo que juzgó divino.
Estas palabras, no por estar escritas en el tono de lo que llaman algunos estilo noble y serio, dejan de ser sencillas, propias y muy expresivas de lo que el poeta quiere dar a entender.
La elegía termina así:
¡Morir, no en celda estrecha aprisionado,
Sino a la luz del sol del Mediodía,
y sobre el mar que ronco festejaba
El vuelo triunfador del alma regia,
Subiendo libre al inmortal seguro!
¡Morir entre los besos de su madre,
En paz con Dios y en paz con los humanos,
Mientras tronaba desde rota nube
La bendición de Dios sobre los mares!
¿No es esto poesía? ¿No es esto digno de Núñez de Arce? Pues Menéndez ha escrito muchos versos así; y sin necesidad de llamarle gran poeta, se pueden ahorrar la injusticia de tenerle por versificador empalagoso los que ponen en los cuernos de la luna a varios jóvenes a quien ha dado por ser descriptivos, como ellos dicen, y hacer frases y cuadros de género… ambiguo. No llega Menéndez Pelayo a nuestros grandes poetas, pero es mejor que tantos y tantos como hoy pasan por tales porque halagan el mal gusto reinante. ¿No se ha alabado aquí a muchos imitadores de Bécquer, de Campoamor y de Núñez de Arce? Pues superior, y con mucho, a todos ellos es Pelayo, que no imita a nadie; porque cuando quiere seguir las huellas de otros, traduce, y con gran acierto, penetrando el más profundo sentido del original.
Lo que no gusta a muchos en los versos de Menéndez Pelayo es el conocimiento que en ellos demuestra de la mitología y de la historia y literatura clásicas. ¿Pero es esto un defecto? Esos que tanto hablan de Goethe, ¿le han leído en todas sus poesías? Pues allí hay alusiones constantes a toda clase de sabiduría, y se asimila el autor, no sólo ideas y sentimientos de los clásicos, sino de los indios, y hay muchas poesías muy hermosas que no entenderá bien el que no conozca la filosofía y las costumbres de la India.
Leopardi, otro poeta de quien no se habla tanto, era, muy joven todavía, un gran helenista, yeso no le impedía tener el genio más original de su tiempo.
Otro de los reparos que se hacen a las poesías que ligeramente examino, se refiere a la clase de forma métrica que generalmente se emplea.
El verso libre, se dice, no se usa en esta tierra, y se recurre a él cuando no se sabe encontrar fácilmente los consonantes. El argumento es pueril y falso; si es nacional el verso libre; y si no es común, como dice Valera, bien, eso no importa; ya se irán ustedes acostumbrando.
En lo que hace mal Menéndez es en no cuidar con más esmero la terminación de los versos, para evitar las asonancias que son frecuentes en los suyos. Pero esto mismo prueba que escribe con más facilidad y prisa de lo que suponen sus enemigos.
En cuanto ala mezcla feliz del verso libre y el aconsonantado, que empleó tantas veces Leopardi, yo creo que es muy buena innovación, que podría evitar no pocos ripios.
Si mi consejo valiera, se suprimiría de la colección algunas poesías que parecen de encargo, que son de pensamiento trivial y desempeño poco feliz, como, por ejemplo, el soneto al Sr. Laverde Ruiz; que por otra parte tampoco merece tantos sonetos como descubridor de la filosofía española.
En las poesías amatorias, que son casi todas muy elegantes y bien sentidas, algunos dicen que se conoce que el autor no la ha corrido; y el mismo Valera parece como que se burla un poco, de buena manera, por supuesto, de las relaciones que el poeta tuvo con Epicaris.
Yo no creo que la poesía lírica obligue a correr aventuras; y si M. Pelayo se hubiera dedicado a eso, no sabría el griego y el latín que sabe. Bueno es que haya de todo; y no todos hemos de ser unos holgazanes y seductores de modistas.
Para eso ahí está toda la clase de subtenientes de nuestro glorioso ejército; no para ser holgazanes, se entiende, sino para tener aventuras baratas.
Ahora quisiera decir cuatro palabras al ilustre autor del prólogo, si no fuera tarde.
El Sr. Valera sabe si yo le tengo por hombre de talento, además de erudito, hablista, etc., etc., y embajador. Por lo mismo siento que diga aquellas cosas de Zola, sin haberle leído como Dios manda, según él mismo confiesa.
Yo opino que para atacar al naturalismo militante debe hacerse lo que está haciendo la señora Pardo Bazán; estudiarlo bien en todas sus obras notables, y muy seria- mente. Sólo que en este caso suele suceder que el que empezó atacando, acaba aplaudiendo.
Propongo al Sr. Valera que en cuanto caiga la fusión y le dejen cesante, consagre sus ocios a estudiar la escuela que hoy combate. y para entonces le espero, dada su sinceridad en estas materias*.
Para concluir, me atrevo a rogar a Menéndez Pelayo dos cosas: que siga escribiendo versos como la Elegía, La galerna, La epístola a Horacio, etc., y traduciendo mucho, como él sabe hacerlo, que la literatura española ganaría algo con esto.
Y nada de sonetos a Laverde Ruiz.
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Datos Bio-bibliográficos
Leopoldo Alas "Clarín"
(Zamora, 1852-Oviedo, 1901)
Bibliografía escogida:
La Regenta, Clásicos Castalia, 1999.
Nueva campaña, Lumen, 1990.
Enlaces:
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