s.XX - Modernismo (y 98) - Leopoldo Lugones: Prólogo a Lunario sentimental, 1909
PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN
Va pasando, por fortuna, el tiempo en que era necesario pedir perdón a la gente práctica para escribir versos.
Tantos hemos escrito, que al fin la mencionada gente ha decidido tolerar nuestro capricho. Pero esta graciosa concesión nos anima a intentar algo más necesario, si bien más difícil: demostrar ala misma práctica gente la utilidad del verso en el cultivo de los idiomas; pues por mínima importancia que se conceda a estos organismos, nadie desconocerá la ventaja de hablar clara y brevemente, desde que todos necesitamos hablar. El verso es conciso de suyo, en la forzosa limitación impuesta por la medida, y tiene que ser claro para ser agradable. Condición asaz importante esta última, puesto que su fin supremo es agradar. Siendo conciso y claro, tiende a ser definitivo, agregando ala lengua una nueva expresión proverbial o frase hecha que ahorra tiempo y esfuerzo: cualidad preciosa para la gente práctica. Basta ver la estructura octosílaba de casi todos los adagios.
Andando el tiempo, esto degenera en lugar común, sin que la gente práctica lo advierta; pero la enmienda de tal vicio consiste en que como el verso vive de la metáfora, es decir, de la analogía pintoresca de las cosas entre sí, necesita frases nuevas para exponer dichas analogías, si es original como debe.
Por otra parte, el lenguaje es un conjunto de imágenes, comportando, si bien se mira, una metáfora cada vocablo; de manera que hallar imágenes nuevas y hermosas, expresándolas con claridad y concisión, es enriquecer el idioma, renovándolo a la vez. Los encargados de esta obra, tan honorable, por lo menos, como la de refinar los ganados o administrar la renta pública, puesto que se trata de una función social, son los poetas. El idioma es un bien social, y hasta el elemento más sólido de las nacionalidades.
El lugar común es malo, a causa de que acaba perdiendo toda significación expresiva por exceso de uso; y la originalidad remedia este inconveniente, pensando conceptos nuevos que requieren expresiones nuevas. Así, el verso acuña la expresión útil por ser la más concisa y clara, renovándola en las mismas condiciones cuando depura un lugar común.
Además, el verso es una de las bellas artes, y ya se sabe que el cultivo de éstas civiliza a los pueblos. La gente práctica cuenta esta verdad entre sus nociones fundamentales.
Cuando una persona que se tiene por culta, dice no percibir el encanto del verso, revela una relativa incultura sin perjudicar al verso, desde luego. Homero, Dante, Hugo, serán siempre más grandes que esa persona, sólo por haber hecho versos; y es seguro que ella desearía hallarse en su lugar. Desdeñar el verso, es como despreciar la pintura o la música. Un fenómeno característico de incultura. También constituye un error creer que el verso es poco práctico.
Lo es, por el contrario, tanto como cualquier obra de lujo; y quien se costea una elegante sala, o un abono en la ópera, o un hermoso sepulcro, o una bella mansión, paga el mismo tributo a las bellas artes que cuando adquiere un libro de buenos versos. Se llama lujo a la posesión comprada de las obras producidas por las bellas artes. No hay más diferencia que la baratura. del libro respecto al salón o al palco; pero la gente práctica no ignora ya, que hacer cuestión de precio en las bellas artes es una grosería; así como les rinde el culto de su lujo en arquitectura, pintura, escultura y música. ¿Por qué no había de ser la Poesía la Cenicienta entre ellas, cuando en su poder se halla, precisamente, el escarpín de cristal? ...
Advierto, por lo demás, que me considero un hombre práctico. Tengo treinta y cuatro años… y he vivido. Debo también una palabra a los literatos, con motivo del verso libre que uso aquí en abundancia.
El verso libre quiere decir, como su nombre lo indica, una cosa sencilla y grande: la conquista de una libertad. La prosa la ha alcanzado plenamente, aunque sus párrafos siguen un ritmo determinado como las estrofas. Hubo un tiempo, sin embargo, y éste fue el gran tiempo de Cicerón, en que la oratoria latina usaba de las famosas cláusulas métricas para halagar el oído del oyente, componiendo los finales de proposiciones y frases, en sucesiones rítmicas de pies. Estos tenían precisamente por objeto evitar en los finales el ritmo de los versos comunes, como los hexámetros, los pentámetros, los dáctilos; si bien llegó a adoptarse otros en sustitución, como los créticos o anfímacros mencionados por el orador sublime.
El auditorio exigía la observancia de dichas cláusulas métricas, reglamentadas desde el período ciceroniano; y Plinio asegura que hasta se las verificaba midiéndolas por el ritmo del pulso: tal se hallaba de hecho el oído a percibirlas. Verdad es que, en latín, la índole de la lengua produce las cláusulas métricas de por sí en la mitad de las frases.
De esta misma índole dependen, como es natural, los versos y las estrofas cuyo éxito o triunfo selectivo, no puede significar, de ningún modo, exclusivismo.
Pero las formas triunfantes suelen ser excluyentes; y así, para libertar a la prosa latina de las antedichas cláusulas ciceronianas, fue necesario que se sublevase el mismo César, libertador de tantas cosas., como lo hicieron también Varrón y Cornelio Nepos.
Nuestros versos clásicos, antes de serlo, debieron luchar en su medio como todos los organismos que han de subsistir. Lo que sucedió con el endecasílabo, recordado por Jaimes Freyre en su excelente estudio sobre el verso castellano, es una prueba. Muchos literatos españoles no lo aceptaron cuando fue introducido de Italia, declarando no percibir su armonía. El mismo octosílabo, tan natural al parecer, vacila y tropieza en los primeros romances… El verso al cual denominamos libre, y que desde luego no es el blanco o sin rima, llamado tal por los retóricos españoles, atiende principalmente al conjunto armónico de la estrofa, subordinándole el ritmo de cada miembro, y pretendiendo que así resulta aquélla más variada.
Añade que, de tal modo, sale también más unida, contribuyendo a ello la rima y el ritmo; cuando en la estrofa clásica, la estructura depende solamente de la rima, al conservar cada uno de los miembros el ritmo individualmente.
Esto contribuye, asimismo. a la mayor riqueza de la rima, elemento esencial en el verso moderno que con él reemplazó al ritmo estricto del verso antiguo; así como aumenta la variedad rítmica, al diferenciar cada estrofa en el tono general de la composición.
Por una adaptación análoga a la que convirtió la melopea de los coros trágicos en el canto de nuestros coros de ópera, pues el progreso de la melodía hacia la armonía caracteriza la evolución de toda la música occidental (y el verso es música) la estrofa clásica se convierte en la estrofa moderna de miembros desiguales combinados a voluntad del poeta, y sujetos ala suprema sanción del gusto, como todo en las bellas artes. Las combinaciones clásicas son muy respetables, al constituir organismos triunfantes en el proceso selectivo ya enunciado; pero repito que no pueden pretender la exclusividad, sin dar contra el fundamento mismo de la evolución que las creara.
Por esto, la justificación de todo ensayo de verso libre, está en el buen manejo de excelentes versos clásicos cuyo dominio comporte el derecho a efectuar innovaciones. Esto es un caso de honradez elemental. Además de por su mérito intrínseco, las formas clásicas resisten en virtud de la ley del menor esfuerzo.
El oído a ellas habituado, exige, desde luego, su imperio, Pero este fenómeno puede ser, si se lo extrema, el triunfo del lugar común, o sea el envilecimiento del idioma.
Hay que realzar, entonces, con méritos positivos, el verso libre, para darle entre los otros ciudadanía natural; y nada tan eficaz a este fin, como la rima variada y hermosa.
Queda dicho en la nota de la página 95, que la rima es el elemento esencial del verso moderno. Nuestro idioma posee, a este respecto, una gran riqueza. En italiano se cita como caso singular a Petrarca, que usó quinientas once rimas distintas. Nosotros tenemos más de seiscientas utilizables. y ahora, dos palabras de índole personal.
Tres años ha, dije, anunciando el proyecto de este libro: “... Un libro entero dedicado a la luna. Especie de venganza con que sueño casi desde la niñez, siempre que me veo acometido por la vida”. ¿Habría podido hacerlo mejor, que manando de mí mismo la fuerza obscura de la lucha, así exteriorizada en producto excelente, como la pena sombría y noble sale por los ojos aclarada en cristal de llanto? ¿Existía en el mundo empresa más pura y ardua, que la de cantar a la luna por venganza de la vida? Digna sea ella, entonces, de mi Maestro Don Quijote, que tiene al astro entre sus preseas, por haber vencido en combate singular al Caballero de la Blanca Luna…
Octubre de 1909.
Datos Bio-bibliográficos
Leopoldo Lugones
(Argentina, 1874-1934)
Bibliografía escogida:
Lunario sentimental, Cátedra, Madrid, 1994.
El vaso de alabastro y otros cuentos, Alianza Editorial, 1996.
Las fuerzas extrañas, Cátedra, 1996.
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