s.XX - Otros del s.XX - José Ángel Valente: Sobre la operación de las palabras sustanciales
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Palabra total y palabra inicial: palabra matriz. Toda palabra poética nos remite al origen, al arkhé, al limo o materia original, a lo informe donde se incorporan perpetuamente las formas. Palabra absoluta que, como escribe Scholem desde la tradición hebrea, «está todavía sin significación en ella misma, pero preñada de significación».
Palabra inicial o antepalabra, que no significa aún porque no es de su naturaleza el significar sino el manifestarse. Tal es el lugar de lo poético. Pues la palabra poética es la que desinstrumentaliza al lenguaje para hacerlo lugar de la manifestación.
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El despertar, el alba: modo y lugar de lo que preaparece, de lo que es pura y absoluta intensidad de la manifestación antes de entrar en el orden de las significaciones. De la palabra poética, situada esencialmente en este preaparecer, en esta anterioridad-interioridad con respecto de la significación, habría que decir en primer término que es ininteligible. En ella, la significación sería, fundamentalmente, inminencia, ya que, de por su naturaleza, esa palabra, al tiempo que es dicha, ha de quedar siempre a punto de decir .
La palabra de la locura y la palabra de la poesía coinciden en este extremo. La primera suspende el orden codificado del intelligere; la segunda es anterior a él. Ambas transgreden el orden inmediato de las significaciones, la convención sobre la que también el orden del discurso se cristaliza. Nos cristaliza. Así pues, con respecto al orden de las significaciones, ambas palabras tienen un elemento en común: la inocencia. Poesía y locura nos restituyen la inocencia del lenguaje. De ahí que todo novum estético se presente ante los lenguajes constituidos con una inquietante señal de ininteligibilidad. En efecto, en el espacio real de lo poético, según escribe Lezama Lima, las palabras quedan detenidas por «una aprehensión repentina que las va a destruir eléctrica mente para sumergirlas en un amanecer en el que ellas mismas no se reconozcan».
Palabra ininteligible, que exige al entendimiento dice Nicolás de Cusa abandonar « los caracteres propios de las palabras que utilizamos». Palabra, pues, que se niega a una función utilitaria, que niega el lenguaje como pura instrumentalidad, que apunta esencialmente aun saber del no saber, aun entender del no entender y cuyo solo entendimiento es para utilizar de nuevo palabras del Cusano un intelligere incomprehensibiliter: un entender incomprensiblemente. Tal es el lugar de la palabra que Juan de la Cruz describe en las Coplas sobre un éxtasis de harta contemplaci6n: «entréme donde no supe y quedéme no sabiendo [...] el espíritu dotado de un entender no entendiendo-
toda ciencia trascendiendo”. Esa palabra inicial que dice el principio o el origen es, por eso mismo, la sola palabra que hace posible todo engendra- miento. «Palabra dice María Zambrano que no es concepto, pues es ella la que hace concebir. “ Sólo gracias a esa palabra lo concluso o lo ocluido se abre y la forma reingresa perpetua- mente en la formación. Los estoicos la llamaron logos seminal: logos espennático, palabra-semen. Es, en rigor, el soplo del Espíritu, el Pneuma, al que los Padres griegos llamaban, según recuerda Ives Congar, Esperma de Dios. De ahí que desde la tradición hebrea a la que antes nos referíamos esa palabra, anterior a la significación, esté grávida o preñada o encinta de todas las significaciones posibles.
Palabra seminal que en su aparición o en su manifestación incorpora la materia o es la materia incorporada. Funda en el hombre esa palabra tanto lo espiritual como lo orgánico, no en pugna, sino en unidad. «Existe una función creadora en el hom- bre escribe Lezama Lima, una función trascendental-orgánica, como existe en el organismo la función que crea la sangre. La poiética y la hematopoiética tienen idéntica finalidad. Instante en que lo inorgánico se transforma en respirante…» Instante, diríamos nosotros, de fulmínea inserción del logos en la sangre. Instante en que la creación se hace posible, en que la palabra se sustancia o se trasustancia en semen y en sangre para que sean posibles los tiempos y la generación.
Es indudable que en su amenazada naturaleza mistérica, el cristianismo fija ese instante de aparición o manifestación de la palabra espermática en el misterio de la Encarnación. En definitiva, la más radical noticia que el Evangelio nos da es ésta: el Verbo se hizo Carne. Tanto la experiencia poética como la experiencia religiosa (y distingo ambas experiencias de lo que, respectivamente, podríamos llamar orden de lo literario y orden de lo eclesial) no tienen más espacio para producirse que el generado por esa palabra. Son sustanciación o encarnación de ella.
Por eso, el místico, es decir el hombre cuya experiencia se produce en el extremo límite de lo religioso, ha tenido siempre una noción propia del funcionamiento de esa palabra, en la que [...] lenguaje y verbo nunca podrán confundirse. Quizá la
más bella y sutil consideración que a ese propósito pudiéramos encontrar en la tradición de Occidente esté en los capítulos 29 a 32 de la Subida del Monte Cannelo, donde Juan de la Cruz tan precisamente distingue de todas las demás un género de palabras interiores que llama sustanciales, «las cuales dice aunque también son formales por cuanto muy formalmente se imprimen en el alma, difieren, empero, en que la palabra sustancial hace efecto vivo y sustancial en el alma, y la solamente formal no así».
Esa palabra interior, que en lo interior se forma y en lo interior de tal modo se sustancia, es asimismo la palabra-materia del poeta, es decir, del hombre cuya experiencia se produce en el extremo límite del lenguaje. Palabra sustancial, palabra experimental, la palabra poética se recibe, en la audición o en la lectura, por muy distintas vías de las que la recepción de la palabra instrumental o la simplemente formal, según la terminología de Juan de la Cruz requiere. Todo el que se haya acercado, por vía de experiencia, a la palabra poética en su sustancial interioridad sabe que ha tenido que reproducir en él la fulgurante encarnación de la palabra. No ha oído ni leído. Ha sido nutrido. Se ha sentado a una mesa. Ha compartido, en rigor, un alimento.
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Experiencia poética y experiencia mística convergen en la sustancialidad de la palabra, en la operación radical de las palabras sustanciales. Ambas acontecen en territorios extremos; la expresión de ambas sería, desde nuestra perspectiva, resto o señal fragmento de estados privilegiados de la conciencia, en los que ésta accede a una lucidez sobrenormal. Estados de «expansión del sujeto» o «estados de hiperconciencia», según escribió, a propósito de la creación poética, el último Barthes. Correspondería a esos estados en la doctrina mística la noción de salida o de éxtasis: excessus o dilatatio mentis. «Dilatamiento o ensanchamiento del alma», escribe Teresa de Ávila reiterando las palabras del Salmo 118: cum dilatasti cor meum. Dilatación, pues, apertura de un nuevo territorio, tanto en la experiencia religiosa como en la poética: territorio de la palabra, de la latitud del verbo, lugar de la alianza y de la reconciliación.
Datos Bio-bibliográficos
José Ángel Valente
(Orense, 1928-Almería, 2000)
Bibliografía escogida:
El Fulgor, Galaxia Gutenberg, 1998.
Al dios del lugar, Tusquets, 1989.
El fin de la Edad de Plata, Tusquets, 1996.
Obra poética completa, Alianza Editorial, 1996.
Enlaces:
Biografía, poesías
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