s.XX - Poesía experimental - Leopoldo María Panero: Johannes, 1979


Aux grands hommes la patrie reconquissant
(Inscripción en la fachada del «Pantheon»)

Nunca hasta hoy me había parecido tan ilícito, tan improbable y trémulo, el hecho de tener, como se dice, «la pluma en la mano». y , en definitiva, tan imperdonable. Parece una historia fantástica, borgiana: la historia de un escritor que tras de trabajar como un negro por ubicarse en los límites de la historia, que no de la «gloria», descubre al cabo de los años, poco antes de morir, que no ha escrito jamás, porque no ha sido leído. y es que, para transgredir de una vez los bordes del resentimiento, hay que insistir en aquello de la condesa provenzal, que decía que la única remuneración de la poesía era ser comprendida: no se trata de fama, no, sino de algo mucho más modesto. Algo tan modesto como saber que la literatura no sirve más que para ser leída.

Pero no narro mi historia: es un vicio muy triste y muy español el de creer universal la propia anécdota. Narro la historia únicamente de un escritor imaginario que, pongamos, soñó no sólo haber escrito, sino incluso haberse defendido de su nombre en entrevistas, artículos y otros números circenses por los que se alejaba de toda tentativa de una banal idolatría a la que sabía, ala postre, siempre perjudicial para su cuerpo; que soñó que el arte es largo, y trabajo y no sueño, que soñó, en definitiva, haber escrito.

Luego quiso poner, ¡último Narciso!, todos los datos recogidos a favor de quienes, quizá precisamente por estar felizmente desamparados de la letra, son la reserva y la esperanza de un sentido: el pueblo, si aún puede pronunciarse esa palabra libre de la retórica que ya en los ciernes de su liberación recomenzó su esclavitud. No es tal vez un héroe imaginario: es Ezra Pound, acaso, sólo que con menos años, más impaciente y menos culto. En esta última tentativa quería probablemente librarse de la angustia de aquellos otros años de trabajo irreal, realizando la literatura o la imaginación con el método de la revolución. y cuando estaba, se dice, a punto de «realizar su sueño» y de ser cierto, de ser un hombre al fin. la muerte vino de nuevo a desterrarlo. y una muerte en la que él jamás había pensado; una muerte en nada parecida a esa muerte que se dice, que se derrama con feroz poesía tras de una botella de vodka, un disco obsesivo, vuelto una y otra vez a poner y unas pastillas guardadas tanto tiempo tras de unos libros como un tesoro, intacto, puro, virgen, el único, el único tesoro virgen de los otros. No, una muerte que no es venganza, descarnada de ese sentido íntimo del suicidio, una muerte de loco, para nada y para nadie. Porque hasta la ejecución conserva, cómo no, su aroma de tragedia, pero no la muerte por encargo, en la cuneta. Por accidente, se diría supongo, fácil en un borracho, fácil en alguien que nunca pensó en su vida de manera tan terminante. Z, de Costas Gavras, pero peor aún, siempre peor, «empeoran- do» como dicen, desde haber nacido: peor porque no era morir ya por revolucionario, sino, a falta de toda solidaridad política, por loco, por homosexual, por despojado de todo asidero simbólico con el feliz y desdichado mundo de los hombres norma- les, que se salvan los unos a los otros hasta de las culpas más ostentosas gracias a esa invisibilidad que otorga el uniforme.

Aquel país que, desde que empezó a querer difundir su voz se empeño en reducirlo al anonimato, parece que tendría ahí, en esa muerte inexplicable y consentida, su inefable y rotunda victoria: de ese hombre nadie sabe nada. y además cuentan que era poseído de una misteriosísima maldad: a no dudar , la de no dejarse fusilar , porque si no, ¿cuál otra? , porque si no, ¿por qué luchar? Arriesgarse por una ética tan soñada, si se quiere o si se me permite, tan aérea, que parece a nadie debida, es quizá un crimen, un crimen del que se despierta recordando vagamente una navaja entrevista en la bota de un hombre que no me conocía, en Mallorca, cerca del mar, cerca de aquella muerte que nos hace despertar. Despertar si para encontrarse aquí en París, en esta habitación llena de polvo, cómo no, lo mismo que en las buenas novelas que hoy nadie lee, tan joven ¡y tan destruido! Como esa muerte que por impublicable, quizá por escondida, por demasiado obscena, da un final de sueño Y un punto de fuga a toda mi vida, la redime Y la vuelve como siempre fue: desaparecida. Con esa muerte figurada, supongo, porque aquí nada le dice, pero que es ya lo único que me queda para preguntarle ¿quién soy yo?

JOHANNES DE SILENTIO

En: Leopoldo María Panero, Narciso, Visor, Madrid, 1979. Fuente: Pedro Provencio, Poéticas españolas contemporáneas, II, Hiperión, 1988.

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Leopoldo María Panero

(Madrid, 1948)

Bibliografía escogida:
Agujero llamado Nevermore, Cátedra, Madrid, 1992.
Guarida de un animal que no existe, Visor, 1998.
Así se fundó Carnavy Street, Huerga y Fierro, 1999.
Teoría del miedo, Ediciones Igitur, 2000.

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