s.XX - Últimas tendencias - Tomás Harris: La poesía como catástrofe, 2002
Entrevista de Pedro Pablo Guerrero.
Escribe de noche, generalmente con la ventana abierta, porque fuma y no puede inundar la casa de humo. Es entonces cuando el pequeño visitante entra como un anuncio o una premonición, dándose golpes contra la luz. La mariposa negra no repite nevermore ante cada pregunta del poeta, ni se acerca, zalamera, como el perro de Fausto, pero al verla es imposible no pensar en ella como en un emisario.
“No sé si de la vida o de la muerte”, medita el autor, quien de todas formas, por si las moscas, la menciona cabalísticamente en todos sus libros.
Así, a la hora en que casi todos duermen, nacen las obras de Tomás Harris (La Serena, 1956), un poeta que durante el día enseña redacción periodística y dirige talleres literarios, manteniéndose la mayor parte del tiempo a prudente distancia del mundo, como funcionario del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional.
Ni siquiera todos los premios que ha ganado (Municipal, Consejo Nacional del Libro, Pablo Neruda y Casa de las Américas), o a los que postula (Premio Altazor de Poesía) consiguen sacarlo de esta vida de trabajo solitario, insomne y obsesivo.
Tampoco alteran la oscura visión de la realidad que atraviesa toda su producción poética, desde Zonas de peligro (1985) hasta Encuentros con hombres oscuros (2001):
“La belleza y la poesía, como decía André Breton, deben ser convulsivas o no ser – advierte Harris- . Si estamos insertos en un mundo convulsivo, la respuesta también va a serlo. Yo no escribo para dejar al lector indiferente, sino para remecerlo, para inocularle el horror que nos está rodeando”.
- ¿Se refiere a eso cuando escribe: “Yo creo que la poesía debe ser/como esas viejas películas de terror,/ de la Hammer Films”?
“Claro. ‘Ha-mmer’, además, significa ‘martillo’. Es decir, golpea. La poesía en este momento tiene que hacerse a martillazos, más allá de los resultados estéticos. Tal como decía Nietzsche que debía hacerse la filosofía. No puede darse el lujo de bajar la guardia y transformarse en un producto neoclásico. No están los tiempos para el canto. Solamente puedo cantar si estoy feliz, y no puedo estarlo si miro a mi alrededor y veo hambre, discriminación, intolerancia, muerte. Hay todavía muchos textos consoladores que destruir, mucha poesía que recusar y yo creo que Ítaca fue el último gesto de ese proceso”.
Según Harris, este libro representa la culminación de un proyecto que empieza en Cipango (1992) y continúa con Los 7 náufragos (1995) y Crónicas maravillosas (1997):
“Ítaca tiene una forma similar de siete capítulos que dialogan entre sí y con textos anteriores. El punto donde se establece este diálogo es la utilización del mito como idea estructural. Tanto los mitos clásicos como los nuevos que se van conformando a través de los mass-media. El tema principal, esta vez, es el paso de la realidad a la no-realidad, es decir a, la realidad virtual. El poema central del libro gira en torno a la deshumanización del sujeto, no en un sentido intelectual, sino absoluto: post-humano”.
- ¿Cómo expresa esta no-realidad el mito de Teseo y el Minotauro?
“Quise trabajar el tema en un texto donde el héroe griego estuviera en una situación de absoluta postración, imposibilitado de moverse y de comunicar. Teseo solamente habla con su sombra y está sumido en el último fondo existencial, como los yonkis correosos de William Burroughs. Ha llegado a la instancia del agon, la agonía absoluta, y por tanto al espacio de la antiépica, porque se reitera constantemente que no puede matar al Minotauro. Está colgado de un aparato de realidad virtual y ya ninguna rebelión es posible”.
- Sus textos siempre glosan libros y películas. ¿Cuáles fueron esta vez los modelos?
“La idea está tomada de una película de la Katrhyn Bigelow que se llama “Noches extrañas”. En cuanto a la escritura misma, trabajé el texto casi como un monólogo dramático. Para construir este personaje fue esencial “Final de partida” de Samuel Beckett y sus novelas El innombrable y Malone muere. Los personajes de Beckett no llegan a ser personajes, son restos de seres humanos situados en un momento que tampoco sabes muy bien a qué época corresponde. Puede ser después de una catástrofe nuclear o bacteriológica, pero de todas maneras es el espacio del desastre”.
- ¿A esto alude con el subtítulo “escenas de una poética” del capítulo “La balsa de la medusa” sobre el cuadro de Géricault?
“Sí, en mis poemas trato de esbozar la metáfora de la poesía como catástrofe. En este momento el artista está poetizando un naufragio de proyectos utópicos y no-utópicos que nos lleva a consecuencias todavía no medibles. Aunque ya se han visto algunas cosas: las Torres Gemelas, la respuesta excesiva de Bush sobre Afganistán y otras guerras en curso. Pero el desastre del que hablo es aún mayor: el de la propia aventura humana”.
- “La catástrofe comienza con la creación”, escribe. ¿No es la vieja desconfianza gnóstica del mundo como un error en sí mismo?
“Hay un sustrato de gnosticismo, pero tomado poética, no filosóficamente. La concepción del mundo co-mo error y de la catástrofe como parte de la creación – poética y también del universo- en ningún momento está marcada con un signo positivo o negativo, simplemente es un hecho. Incluso puede ser la génesis de una nueva opción para el ser humano”.
- ¿El final de un ciclo?
“Claro. Ya se vislumbra, y el artista debe estar atento a sus señales. No hablo con paranoia, pero hay múltiples signos de que estamos pasando de un momento histórico a otro. Las cosas, curiosamente desde el 2001 – Stanley Kubrick mediante- van a ser distintas. Se va a crear otro tipo de relaciones, tanto literarias como sociales. Nacerán, tal vez, nuevas estéticas, nuevas cosmovisiones”.
- Y en su propia obra, ¿con “Ítaca” también culmina una etapa?
“Sí, con este libro quise cerrar un ciclo. Y no podía hacerlo si no volvía a Concepción, la ciudad donde partieron este proceso de lectura y el sujeto que lo produjo. El escribiente, el poeta – no quiero hablar de mí- tenía que retornar para abocarse a un proceso renovador de índole dura. El título, Ítaca, alude al poema de Cavafis. Todos mis libros anteriores, desde Cipango, constituyen un viaje y, a la vez, una novela: mi novela poética antiépica”.
- Como Ulises y Telémaco en “La Odisea”, en “Ítaca” el hablante al regresar también se encuentra con su hijo, ¿no?
“Sí, pero hay una gran diferencia: vuelve a Ítaca primero con la memoria y después en un viaje mítico imaginario. No es un viaje real. El hablante encuentra una ciudad que no corresponde a sus recuerdos, que ha cambiado completamente. La reproduce en sueños de salas de billar deshabitadas y amigos muertos que ya no lo reconocen, porque es otro. Hay un fragmento de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, que me gusta mucho, donde Marco Polo dice: “Cada vez que hablo de Venecia la voy perdiendo poco a poco”. Yo cada vez que hablo de Concepción la voy perdiendo de a poco, lo cual también podría ser un procedimiento bastante saludable para desprenderse de una ciudad que me marcó tanto”.
- Tras la lectura de su último libro, “Encuentros con hombres oscuros”, queda la sensación de que es el más personal que ha escrito.
“Efectivamente, es mi libro más personal, porque hago una serie de ajustes de cuentas con figuras que para mí han sido fundamentales. Entrego generosamente al lector una parte de mi vida privada, de la cual he sido muy celoso, aunque en todas mis obras anteriores hay claves crípticas que sólo alguien que me conozca muy bien puede descubrir. Sin embargo, éste no es un libro subjetivo, porque zanjo la subjetividad a través de los procedimientos literarios. No quiero perder la literariedad en la poesía, que es lo fundamental. Tampoco pretendo hablar de aspectos de mi vida que no le interesan a nadie, lo cual es una peligrosa tendencia de la poesía más joven”.
- Hay un largo poema, “El hombre de las nieves”, acerca de su padre. ¿Realmente él estuvo en la Antártica?
“Sí, y ese poema es un intento, obviamente fallido, de reencontrarlo. Yo tenía dos años cuando mis padres se separaron, por lo tanto lo vi muy pocas veces; lo único que me quedó de él son unas fotografías que se tomó allá cuando era teniente, y el año 58 o 59 viajó a fundar una de las primeras bases militares. Frente a esas fotos construyo un poema casi como un ritual chamánico, invocando su espíritu. Para mí, la fotografía tiene algo mágico. ¿Cómo es posible que mi padre pueda llegar a ser más joven que yo y en un lugar tan remoto y lleno de reminiscencias literarias como la Antártica, el infierno blanco de Arthur Gordon Pym?”.
- En los versos que le dedica a su padrastro, lo presenta como un ex soldado alemán de gran cultura literaria.
“No lo era, pero efectivamente peleó en la Segunda Guerra Mundial a los 14 años, cuando ya casi no quedaban reservistas y mandaban adolescentes como carne de cañón. El soldado alemán que habla en los poemas no corresponde al que pasó después a ser mi padrastro y que me contaba en las tardes, con algunas cervezas en el cuerpo, sus experiencias de guerra. Le costaba mucho, porque además tenía que entregar la versión de los vencidos. El perteneció a las juventudes hitlerianas, lo cual no implica culpa ni mucho menos relación con el genocidio. Simplemente, veo a este soldado como un troyano bajo los muros de Ilión, entre las hecatombes aqueas. Es una voz que se universaliza y habla de los efectos de la guerra en un muchacho”.
- También usted hace un retrato entrañable de Alen Ginsberg, a quien, supongo, no conoció personalmente.
“Casi. Estuvo tan cerca de mí como mi papá o mi padrastro. Me sentí muy identificado con su obra durante una época y no puedo decir que Ginsberg sea un gran poeta, pero lo encuentro tremendamente vital. Yo repetí gestos ginsbergianos a los veinte años, actos que me identificaban plenamente con el movimiento beat. Absolutamente descontextualizados, seguro, pero que puedes rescatar en un momento de tu vida de transgresión absoluta y de conocimiento a través de la autodestrucción con las drogas, el alcohol y el sexo”.
- Finalmente, ¿en qué reside el color de estos “hombres oscuros”?, ¿en su obsesión por la rebeldía, el mal o la derrota?
“Más que aspectos escriturales, lo que recupero en autores como Kafka, Rimbaud o Ginsberg es su visión de la realidad y la idea de transfigurar la forma como estamos parados en el mundo. No digo cambiarlo; eso es mucho más difícil y no es una tarea individual, sino colectiva; una revolución, por ejemplo, algo en lo cual tampoco confío mucho. En realidad, mi visión personal tiene una peligrosa cercanía al nihilismo, que para mí es inevitable, dado que no veo salida”.
- ¿Como Cioran?
“Si bien es muy difícil compartir sus postulados, no dejo de sentirme atraído, como la mariposa nocturna negra de mis poemas, por esa luz tan negativa que, a veces, llega a dar un poco de risa, pero que finalmente estremece. Y estremece porque te das cuenta de que estás leyendo algo que incita al suicidio, a la autodestrucción, a la inmovilidad intelectual y pragmática. ¡Con muy buenas razones!”.
- Sin embargo, usted sigue escribiendo y publicando, lo cual no es precisamente una actitud quietista.
“Bueno, uno continúa leyendo y viviendo, entonces el proyecto se va desviando por otros meandros: nuevos libros, nuevas películas, que son experiencias estéticas y también vitales. Esto me permite no repetirme y seguir escribiendo a pesar de todo”.
Datos Bio-bibliográficos
Tomás Harris
(Chile, 1956)
Bibliografía escogida:
Itaca, Lom, 2001.
Encuentros con hombres oscuros, RIL, 2001.
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