s.XX - Últimas tendencias - Jorge Riechmann: Sobre la amabilidad y la desesperanza, 1998
(autointerrogatorio)
¿Ética? ¿Poética? Las buenas formas lo son todo.
¿Realismo sucio? Yo me ducho todos los días.
¿Feroces? En una hora de transacciones bursátiles en cualquier país de los que llamamos “desarrollados” hay más ferocidad de la que nunca cabría en una vida de poeta. Mi ideal —con Brecht— es más bien la amabilidad.
¿Poesía maldita? ¿Maldicha? Intento decirla bien.
¿Poesía de la conciencia? “He pasado de la conciencia de la poesía/ a la poesía de la conciencia”, escribió hace ya tantos años el gran poeta cubano Cintio Vitier, en una circunstancia histórica bien diferente a la nuestra. Pero esta expresión, “poesía de la conciencia”, viene siendo reivindicada en años recientes por jóvenes poetas españoles disconformes con la glorificación de la abulia y la imposición del sonambulismo. Los que ya no somos jóvenes hemos de saludar tal determinación.
¿Poesía filosófica? Sólo en sentido etimológico: no sé y me gustaría saber.
¿No son sabios los poetas? No sé lo que dice mi poema hasta que está escrito… y entonces, qué vanidosa pretensión, muchas veces tampoco.
¿Pero y Juan Ramón Jiménez, que pedía poesía metafísica y no filosófica? Era un santo; los santos siempre están un poco “p’allá”, o sea, un poco más allá de nuestro ahí.
¿Colaboraciones literarias? Si una niña me pide un poema para la revista de su Instituto, se lo envío enseguida. Si un ambicioso literato me lo pide para su ambiciosa revista que ambiciosamente acaba de desenfundar (hay quien funda revistas, y quien las desenfunda), le digo que enseguida, y aún está esperándolo.
¿Cómo leer? Uno encuentra el alimento que le hace falta si tiene libertad de movimientos, confianza en sí mismo y amor por la vida.
¿Desesperanza? Para mí hay un límite moral claro: el de las dos mil trescientas kilocalorías. Por encima de la ingestión de dos mil trescientas kilocalorías diarias, no tenemos derecho a la desesperanza, sino obligación de luchar.
¿Riesgos ecológicos? Lo que cuenta es el buen ambiente.
¿Seres sagrados? El animismo es una verdad emocional. Y si algo necesitamos es curar nuestras emociones.
¿Eres un poeta religioso? En el sentido etimológico de la expresión —religare es reunir—, sin duda. Pocas ideas más importantes para mí que la de vínculo. Como dice el texto siux, “todo lo viviente está unido por un cordón umbilical. Las altas montañas y los arroyos, el maíz y el búfalo que pace, el héroe más valiente y el tramposo coyote…” (de la compilación de poesía aborigen Colibríes encendidos).
¿Poesía testimonial? Claro: la poesía da testimonio de la sangre de las mujeres, los sueños de las nutrias y la soledad de las estrellas.
¿Manifiestos, grupos de escritores, salones de independientes? Nos orientamos por el sol, la luna y el lucero de la mañana. La independencia se demuestra practicándola, no proclamándola.
¿Pero la poesía no precisa justificación? Todos tenemos que intentar dar razón de lo que somos y lo que hacemos; pero mucho depende de dónde, cuándo, por qué y ante quién.
¿Qué te incomoda en la retórica? Su poder coactivo.
¿Cómo percibes la trayectoria de tu trabajo en poesía? Creo que hay una continuidad básica en lo que he hecho desde Cántico de la erosión (escrito en 1985-86) hasta hoy. Si acaso, en la redacción simultánea de El día que dejé de leer EL PAÍS y Desandar lo andado (estoy hablando de 1993—96) puede verse una inflexión: el primero de estos libros me da la impresión que agota una línea de escritura, extremándola, y el segundo se abre quizá hacia una dimensión más cósmica y al mismo tiempo más íntima, por donde se avanza en libros posteriores (Muro con inscripciones/ Todas las cosas pronuncian nombres, La estación vacía, Ahí (arte breve)...) Saber que uno tiene que orientarse también por la vertical de las estrellas; aproximarse con otros ojos al enigma del 2; atender a lo que dicen los animales. De todas formas, también esto se hallaba en los poemas de Cántico de la erosión, y aun antes; sólo que uno no se da cuenta del sentido de lo que hace hasta mucho después de haberlo hecho. Se trata de una espiral, como sabemos por Rilke, y sólo lenta e incompletamente va apareciendo el sentido de esa figura. Probablemente también desempeñó su papel el irme acercando a los cuarenta años —una edad estupenda— y el haber iniciado un psicoanálisis.
¿No escribes mucho? ¿Cuál es la diferencia entre mucho y demasiado? “Leer es como vivir”, decía el poeta cubano Eliseo Diego: “corre uno el riesgo de llegar al fin y no enterarse”. Lo cual nos trae a la memoria la sensata advertencia del Eclesiastés: “el componer muchos libros no tiene fin, y el mucho estudio es fatiga de la carne”. Lo importante es enterarse de dónde se halla uno en cada momento: si se está aproximando a un remanso, a un cambio de sentido, a una encrucijada, o al fin…
¿La pregunta por lo humano? ¿Cómo todo esto puede ser verdadero a la vez?
¿Comunista? Pero en política, y a pesar de los partidos llamados comunistas y de los regímenes políticos que evocaron retóricamente el comunismo, ¿se puede ser otra cosa?
¿De verdad ha triunfado la poesía realista en la España de los años ochenta—noventa? Perdón, pero realismo no es documentalismo sentimental.
¿Poesía social? Lo interesante son los contextos sociales donde el poeta, como ciudadano, desarrolla su trabajo social voluntario. Hubiera Mallarmé militado en el movimiento obrero…
¿Pero y la magia de la palabra? Las palabras poseen una magia débil. (Como las fuerzas débiles que mantienen en su lugar, sin desvencijamientos, la materia y la antimateria del universo.)
¿Y no fuiste tú quien hace tiempo escribió: odio la magia? Eso ha cambiado bastante en los últimos tres, cuatro años. La metáfora es la primera y la última de las formas de magia. Uno intuye que el poder chamánico, en la humanidad primitiva, no se basó —digamos— en el dominio del fuego, sino en el dominio de la palabra. ¿Cómo podría un poeta decir “odio la magia”? Hoy valoro como un enriquecimiento la forma en que la alquimia completaba al humanismo del Renacimiento, o la manera en que el esoterismo francmasón se conjugaba con las Luces en esa cima de la Ilustración que es Mozart.
¿No hay demasiadas contradicciones en todo esto? Sé muy bien cuántas contradicciones se necesitan para ser verdaderamente coherente, decía micer Pier Paolo Pasolini.
Mucho blablá. Pero, coño: ¿sirve de algo la poesía? La poesía es rigurosamente inútil, desvalidamente inútil, y por tanto perfectamente inútil; y la poesía puede devolvernos a los muertos, restaurar el cordón umbilical con las estrellas, restañar con piedad las heridas constitutivas. Las dos vertientes son ciertas, y de forma simultánea.
No me convence. De nuevo: ¿para qué la poesía? La poesía nos recuerda siempre que venimos del extravío, que avanzamos extrañándonos, y que nos sustenta algo que sólo atinamos a nombrar: enigma. Una abeja en el corazón, por sugerirlo con la imagen del poeta chileno Rosamel del Valle.
¿Dudas posmodernas sobre lo verdadero? La palabra postmodernidad —pese a todas esas reivindicaciones de la levedad, la versatilidad, la ligereza— es pastosa. Me parece que complacerse en ella denota un gusto estragado. A mí me basta con la veracidad de la luminosa mañana de invierno.
¿Para qué la escritura en plena era de la globalización? La cultura es hoy —si es que alguna vez no lo fue—— una de las formas privilegiadas de resistencia contra el imperialismo; y el “globalitarismo” neoliberal es la forma contemporánea del imperialismo. Esto es verdad tanto en Madrid como en Chiapas, tanto en Nueva York como en Johannesburgo. Intelectual que vives dentro del Imperio del Norte, saca tus conclusiones.
¿Transformación social? Los pies descalzos tienen razón frente a los que descienden del automóvil. También después de 1917, también después de 1989, también después del 11 de septiembre de 2001.
¿Te dice algo el adjetivo “progresista”? El único progreso indubitable es más bien trivial: progreso técnico, por ejemplo, la capacidad de almacenar cada vez más información en cada vez menos espacio. En cambio, el progreso más sustantivo —por ejemplo, en la consideración moral que nos merece el otro— es lentísimo e incluso cabe dudar que exista realmente. Así que más vale no engañarnos.
¿España? Yo sé que, como español, estaría incompleto sin Salvat-Papasseit o sin Joan Brossa; allá tú, hermano, si piensas que como catalán puedes prescindir de García Lorca y Antonio Gamoneda.
Insisto: ¿España? ¿Qué puede esperarse de un país donde, para alabar la excelencia de alguien, se le grita “torero, torero”?
¿Estética profesional? Me produce temblores: estetetética.
¿El aforismo como género? Lo antipático del aforismo: quien lo enuncia sabe, o cree que sabe, y da a entender que sabe (la mayoría de las veces, con exceso de énfasis). La poesía no sabe. Los mejores “aforismos” no son tales, son poesía: Antonio Porchia o Vicente Núñez.
¿Poesía, prosa, poema en prosa, prosa en poema? La diferencia entre la poesía y la prosa es la que hay entre la inmovilidad y el movimiento rápido. Eso nos lo enseñó una damisela muy ágil, Emily Dickinson: “They shut me up in Prose—/ As when a Little Girl/ They put me in the Closet——/ Because they liked me ‘still’—” (“Encerrada me tienen en la prosa/ como cuando era niña/ y me metían en el armario/ porque me querían ‘quieta’”, comienzo del poema 613). Y nos lo corroboró otro rápido bailarín, Nicanor Parra: “todo lo que se dice es poesía/ todo lo que se escribe es prosa// todo lo que se mueve es poesía/ lo que no cambia de lugar es prosa” (WHAT IS POETRY?)
¿La labor de la crítica? Comentario: cementerio. La labor de la crítica es manipulación de cadáveres. Intentemos vivir cerca del poema, y dejemos a otros la obligación de enterrar y desenterrar muertos.
¿Contradicción entre vida y literatura? Pienso en mi mujer. Siempre lleva un libro encima, en el bolso (¡qué tema para un ensayo, los bolsos de las mujeres!). Pero lo va leyendo muy poco a poco, a sorbos, de manera que el volumen tiene que soportar innumerables roces, manoseos y zarandeos durante meses, hasta que acaba en un estado de desgaste lamentable. Cuando veo la fragilidad del pobre libro tras su ambulatoria peripecia —yo, que forro los libros con plástico flexible para evitar su deterioro— primero me invade un sentimiento de cólera, pero enseguida pienso: la vida —la verdadera vida— pasó por aquí. Está bien que así sea. On second thoughts, es una buena manera de leer.
¿Tiene sentido la vida? La vida es el amor por la vida, dijo un sabio. El sentido es la actividad de creación del sentido, otro [1].
¿Optimismo? ¿Pesimismo? Uno puede estar una hora contemplando el mar: y entonces salta un delfín. O caminar muchos días en soledad por el bosque, y de repente el cuervo blanco de Paracelso [2]. Ése es el instante de la verdad, pero supone al mismo tiempo la verificación de la espera previa. “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores”, reza la pintada en la pared que evoca Eduardo Galeano.
Vaya consuelo… Sólo podemos confiar en el fallo del sistema. Pero esa esperanza es sólida como una roca: porque el sistema fallará.
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[1] Cornelius Castoriadis, La insignificancia y la imaginación (diálogos), Trotta, Madrid 2002, p. 82.
[2] “Por mucho que un médico conozca y sepa, inesperadamente se presenta un azar –como un cuervo blanco—y echa a perder todos los libros…” Paracelso, Textos esenciales, Siruela, Madrid 2001, p. 112.
Datos Bio-bibliográficos
Jorge Riechmann
(Madrid, 1962)
Bibliografía escogida:
Cántico de la erosión, Madrid, Hiperión, 1987.
Poesía practicable, Madrid, Hiperión, 1990.
El corte bajo la piel, Madrid, Bitácora, 1994.
La estación vacía, Alzira, Germanía, 2000.
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