s.XX - Últimas tendencias - Jorge Riechmann: Por un realismo de indagación
(HOMENAJE A JOAN BROSSA)
Joan Brossa publica en castellano Añafil2 (Huerga & Fierro Editores, Madrid 1995) y vuelvo sobre su obra. Es para mí uno de los poetas esenciales del siglo, y un ejemplo de la clase de integridad estética y moral que me gustaría fuese propia de los artistas. Me acompaña desde que en enero de 1986 (después de haber leído los iluminadores textos críticos que le dedicó Manuel Sacristán) di con la traducción que de Me hizo Joan Brossa editada en Canarias por Sánchez Robayna en 1973.
Acaso una manera no del todo insensata de enfocar el problema del realismo fuese partir de hechos bien conocidos por los investigadores en fisiología comparada y en fisiología de la percepción (me atrevo a apuntarlo pese a no estar afiliado al colegio profesional correspondiente). Por decirlo en dos palabras: no puede concebirse un mundo independiente de cualquier organismo (tal mundo poseería sólo partículas físicas elementales, mas no “objetos”). Las diferentes especies de seres vivos habitan realidades diferentes, se desenvuelven dentro de diferentes mundos: su aparato sensorial y su estructura de necesidades e intereses actúan como poderosos filtros que simplifican la realidad, seleccionando ciertos aspectos de ésta e ignorando otros (y constituyendo en este proceso lo que para cada cual valdrá como mundo).
En definitiva, la realidad contiene primordialmente lo que uno puede percibir y lo que uno va buscando en ella, y al obrar así inevitablemente dejamos fuera de nuestro mundo la mayor parte de la realidad (en el sentido de “realidad de realidades” omniabarcante). Siendo esto así, cobrar conciencia de lo limitado de nuestro aparato perceptivo y de lo parcial de los propósitos que orientan nuestras búsquedas resulta esencial.
Realismo, para mí, se definiría en términos sobre todo negativos. Caracteriza al realista su voluntad de no excluir (no excluir lo discordante, lo incómodo, lo atípico, lo que no encaja en nuestros idealizados órdenes preconcebidos); su afán de resistir cuanto sea posible contra los procesos (vital y pragmáticamente necesarios) de simplificación y tipificación de la realidad; su deseo de atender a las voces soterradas, reprimidas, intempestivas que de repente horadan nuestra realidad previamente constituida.
No se sabe que nadie haya patentado la fórmula del realismo en literatura: pero ¿no se acepta al menos que la unidimensionalidad es incompatible con la veraz y apasionada atención a lo real?
A lo largo de estos apuntes Joan Brossa será al mismo tiempo mediación, guía y contrapunto. Intentaremos entrelazar nuestra reflexión con su vigoroso pensamiento poético. Por ejemplo:
“Dejar hablar al objeto. Lo más próximo puede llegar a ser lo más lejano” (J.B.).
Como ha dicho otro poeta admirable, el argentino Roberto Juarroz: “La poesía es el mayor realismo posible, porque es abrir la escala de la realidad, la escala de lo que es, hasta sus últimos confines —si es que tiene confines”.
En el límite nos hallaríamos en el estado de gracia picassiano: habiéndonos despojado ascéticamente de los propósitos utilitarios y de las necesidades inmediatas, recorrer la vasta realidad de realidades sin la preocupación de buscar, sólo encontrando.
(A propósito de Picasso y el realismo, se cuenta la siguiente anécdota, no sé si apócrifa: el artista enseña a un cliente el retrato que ha pintado de su mujer. “No se parece a mi esposa”, se queja el cliente. El pintor le pregunta cómo es ella, y el hombre saca una fotografía del bolsillo: “es así”, responde. “¡Es increíble —replica Picasso—: no me imaginaba que fuese tan pequeña!”).
“El verdadero poeta de nuestro tiempo (no el constructor de versos estériles y paralizadores) dispone hoy de una amplia paleta con muchos colores, que puede utilizar según sus necesidades y la sutileza de su antena. Yo no llamaría desviaciones a esta diversidad, sino registros. (...) ¿Qué impide al poeta utilizar códigos nuevos y darles un contenido ético que no les da la sociedad de consumo?” (J.B.)
El realismo es una actitud frente a lo real y no un catálogo de procedimientos; la indagación realista tiene que ver con un compromiso moral más que con la búsqueda de efectos.
Realismo: una obra abierta a la irrupción de lo contingente. Donde —como en la vida de las personas vivas— pudiese a cada instante llegar el vendaval que desbarata las trenzadas certidumbres, derrumba las estructuras asentadas. Una obra que no es propiedad privada de su autor, y a la que por tanto le sobran cercas y valladares. Donde cualquiera puede llegar, descansar un rato, beber agua, cambiar alguna cosa. Una obra que sabe sobre la realidad de la muerte. Obra abierta me sigue pareciendo una buena consigna.
“Alguien dijo que la forma es el fondo subido a flote. (...) Un poema es, ante todo, eso: un poema. Y el realismo apunta a un problema de resultado, no de forma” (J.B.).
No hay peor ilusión que la creencia en una realidad de sentido único. (Ni siquiera dos sentidos serían satisfactorios: yo desconfío de todo lo que sea menos de dos sentidos y medio.) La realidad comprende a los realismos, y no a la inversa.
Supone un verdadero escarnio que a veces se denomine realismo a un catálogo de procedimientos diseñado para amputar todas las dimensiones de la realidad excepto una o dos a las que se quiere dar preponderancia.
“A la realidad se le deben abrir las ventanas; debe ser un punto de partida, no uno de llegada” (J.B.).
El tema de un poema no determina que éste sea bueno o malo: esto es una trivialidad. Pero a la inversa, no cabe pretender que la voluntaria reclusión en el mundo estético y sentimental de don Manuel Machado —por poner un ejemplo— se acepte como criterio de excelencia. ¿No tendrá la poesía nada que decir sobre los ratones transgénicos y el “efecto invernadero”, sobre el asesinato de Ken Saro-Wiwa y las privatizaciones de empresas públicas? El poeta ¿no debe recordar, al menos durante algunas horas a la semana, que también es un ciudadano?
“Me place escribir una cosa y decirla/ después de leerla, y luego hacerla” (J.B.).
Propugno un realismo de indagación, un realismo experimental, capaz de abrir senderos en el vasto continente de la realidad y capaz también de poner en cuestión sus propios procedimientos. El poeta no escribe sabiendo de antemano lo que va a encontrar.
Al buen explorador lo guía la insegura brújula de su propio deseo, y sabe que no puede renunciar a la inseguridad sin perder lo más precioso de su travesía.
“Miró decía que el espectador debe recibir un impacto entre los ojos, antes de que intervenga el pensamiento. Y un día en su taller me confesó que el primer sorprendido de un hallazgo tiene que ser el propio autor” (J.B.).
En poesía el realismo no tiene que ver con la representación. Es creación de presencia y no evocación de la misma. Un buen poema no es una fotografía sino una fuente de luz.
Las estructuras estéticas no reflejan las estructuras del mundo, sino que las iluminan por el fondo. (Como una hoja seca colocada sobre la pantalla de una lámpara.) El poeta, artesano de las metamorfosis, pasea su linterna descentrada por el envés de las cosas.
“Por la palabra por empieza/ este poema donde// la tierra se transforma/ en agua, el agua/ en aire, el aire/ en fuego” (J.B.).
Yo también estoy a favor de la poesía útil (aunque me parece que el adjetivo practicable abarca más cosas). Pero cuando se habla de poesía útil hay que preguntar enseguida: ¿útil para quién? La poesía tiene que medirse con la realidad entera, sin amputaciones. Con mayor razón en la cámara de tortura, en la sociedad escindida, en el planeta que agoniza. Cuando la poesía no mira de frente a las luchas de clases —y al resto de las luchas sociales donde se decide la suerte de nuestro mundo—, acaba perdiendo la cara.
“Estos versos quedan escritos/ para que pasen inadvertidos como/ un cristal. Estoy mirando a la calle/ a través del cristal de una ventana./ Miráis a la calle y no veis el cristal.// Fuera y dentro de vosotros/ hay un universo.// Quiero también que los versos/ de este poema sean idénticos/ a las campanadas de los relojes/ de torre que hay por el mundo/ entero” (J.B.).
***
DIÁLOGO FINAL ENTRE DOS POETAS EN EL INFIERNO
FRANCISCO BRINES: -Pero de verdad y a estas alturas, ¿algo nos puede sorprender? Tan sólo si aplicamos no la mirada real, sino la histórica, podemos imaginar lo que efectivamente ocurrió cuando el arte era tan joven y nosotros no habíamos aún nacido. La vieja vanguardia, enteramente deglutida, ha perdido su insolente y directa capacidad revulsiva o de sorpresa.
JOAN BROSSA: -Siempre digo que no soy “vanguardista”. Soy de mi tiempo. Lo que pasa es que entre tanto “retroguardista” ser de tu tiempo es ser “vanguardista”. La única forma de vencer a la tradición es continuarla, no repetirla. Porque un hecho es como un saco vacío.
Hoy la cultura es algo así como la puta de la política, igual que la retórica lo es del arte. Veo en todos los “neo” y los “trans” un fondo de motivación económica. Los artistas colaboran en la lucha de la eficacia contra la ética y se dedican a fabricar mentiras en serie. La verdad es que hoy se miente demasiado. Yo siempre he trabajado sin demanda: toda la vida he sido dueño de mi destino.
Datos Bio-bibliográficos
Jorge Riechmann
(Madrid, 1962)
Bibliografía escogida:
Cántico de la erosión, Madrid, Hiperión, 1987.
Poesía practicable, Madrid, Hiperión, 1990.
El corte bajo la piel, Madrid, Bitácora, 1994.
La estación vacía, Alzira, Germanía, 2000.
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