s.XX - Post-vanguardias - Gonzalo Rojas: Entrevista, 2003


Por Miguel Mora

A sus 85 años, Gonzalo Rojas es probablemente el poeta más joven de Chile. Además, es un verdadero personaje, un tipo tan gracioso como culto y nada pedante. Pero sobre todo es un poeta inmenso: metafísico, amoroso, surrealista, vallejiano, místico, todo a su peculiarísima manera, desinhibida, “inconclusa” y cachonda.
Rojas ha venido a Madrid para participar en el I Encuentro Internacional de Poesía, y hoy, lunes, imparte un seminario sobre el ejercicio poético en la Residencia de Estudiantes, por cuyos jardines ha paseado estos días su figura chaparra de duendecillo (por cierto, que el otro día invocó al de Lorca y apareció en una crónica estrenando en Santiago de Chile, donde nunca estuvo).
Con su irreverente gorra nerudiana, su castellano del Siglo de Oro, su exquisita educación de diplomático (lo fue con Allende, en China y en Cuba), sus labios africanos y su humor sugerente, Rojas tiene el seso tan despierto que acaba de rematar un nuevo libro, Del amor loco (del cual se publica en esta página un inédito, titulado con su número de móvil). Además, la editorial catalana La Poesía Señor Hidalgo va a editar su reunión de poemas No haya corrupción.

Pregunta. ¿Así que versos de amor a los 85 años?

Respuesta. Lo mismo de lo mismo. Funciona el mundo, funciona todo… Estos poemas remiten al Arcipreste de Hita, pero también a André Breton y su amour fou. Le conocí en el 53 y discutimos un poco, pero el amor loco es la preciosidad del encantamiento y el desollamiento a la vez. Esa lozanía, esa vivacidad, esa vibración del encantamiento se me da a mí de una manera muy intensa desde muy pequeño. Pero no hay poeta que no esté vuelto al amor, y casi diría que Quevedo me gusta más que Bécquer, y Marcial más que Catulo, porque se ríe de su amor con un humor adelantado.

P. ¿Y el humor dura más que el amor?

R. La ironía es una categoría romántica de los alemanes y los ingleses sobre todo, y el humor enlaza esa categoría con las vanguardias del siglo XX, que hoy mueren vencidas de la edad, como diría Quevedo. Pero sí, el humor de repente dura más que el amor, y eso se puede ver bien con un ejemplo nerudiano: ahí está Neruda, con 19 años, diciendo: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Y llega uno y dice: “Bueno, ¿y qué?”. En fin, la vertiente Eros es una de las mías, pero también tengo la tanática y la de la circunstancia inmediata.

P. ¿Y es nerudiano en eso? ¿O más bien surrealista?

R. Bueno, yo soy parco y libre, pero tampoco me gusta contar todas las penas y las tormentas. Empecé a escribir en el 38, el año en que murió el surrealismo. Y el único surrealista verdadero fue Roberto Matta. Yo soy bien diferente, un animal poético para el cual el antes y el después son lo mismo; trato de pensar adelante y atrás, de entrar, como decía Apollinaire, en la larga lucha entre invención y tradición. Ésa es una de mis dinámicas. Pero tengo más: por un lado, parezco un poeta culto, en fin, de buenas lecturas, los clásicos, los románticos, pero también oigo la oralidad de los pueblos americanos, y me gusta injertar eso en lo culto, me gusta esa disipación.

P. Decía Claudio Rodríguez que prefería hablar con el frutero que con el literato.

R. Por ahí va el viento, hijo. Yo tengo un ayudante y chófer casi analfo, Panchito, que tiene los bigotes de Aznar y se ríe de mí y yo de él, pero más él de mí. Yendo al aeropuerto el otro día, en auto por las montañas, porque yo vivo en los Andes, me dijo con su voz de flauta: “Así que va usted a ese congreso de poesía, don Gonzalo. ¿Y qué es la poesía?”. “Ésa es la parte que no me sé, Panchito”. “Pues cuando lo sepa me lo informa, don Gonzalo”. ¡Son sabios! Y su modo de decir es mucho más hondo que el de los académicos. Por la perplejidad, la ironía, la gracia, y por apuntar a lo que uno no sabe.

P. Usted dice que no se merece su poesía, que se la dan.

R. ¡Y claro! Lo dijo ya Antonio Porchia, poeta italo-argentino: “De lo que escribe, uno no sabe”. Sabe algo, pero poco. A la temprana edad de 85, recién empiezo a descifrar algunos poemas remotos míos.

P. Rodríguez también decía que la buena poesía suena a imprecación, a rezo laico.

R. Claudio sabía mucho más de lo que aparentaba.

P. Le gustaba cultivar el paleto que fue. Usted también presume de su padre minero.

R. Ése es mi abolengo, y siempre me gustó ese lenguaje, y la resonancia campesina. En cambio, me aburren las consignas partidarias y las devociones sociales. No pertenezco a la poesía militante, esa fanfarria verbal.

P. Casi nadie ha hablado bien de Neruda estos días, salvo Seamus Heaney.

R. A mí me molesta mucho la comercialidad de los nombres, es decir, el renombre. El éxito es pavoroso, ya se sabe. El poeta figura, sin quererlo o a veces sí, acaba convertido en figurón, y eso falta a todo lo recto, al pudor y a la gracia. Neruda es un poeta grande, sobre todo en sus fases tempranas. No hay que olvidar que tardó diez años en escribir Residencia en la tierra, del 25 al 35. ¡Dicha, maravilla, eso hay que considerarlo! Pero era un árbol que segregaba resina, y el árbol hay que podarlo mucho. A veces le faltaba parquedad, freno, sobre todo al final era ya un derramamiento excesivo. Pero nadie lo juzga por eso.

P. Por eso decía de usted que escribía poco.

R. [Imita la voz de Neruda]. “Gonzalo no es malo, pero escribe poquito”. Eso dijo, y yo le mandé decir de vuelta: “Díganle a don Pablo que él es un verdadero genio, pero que escribe demasiadito”.

P. ¿Usted poda mucho o la poesía le sale ya podada?

R. A veces viene la torrencialidad y se acepta, pero con sus podas imprescindibles. El que no poda está frito. En latín se decía putare, pensar, la te se dulcificó y quedó podar. Mientras uno poda, piensa hondamente, se demora. Yo me demoro, no transo con la prisa, ésa es mi diferencia. Podré parecer impaciente por fuera, pero soy muy paciente por dentro, soy un moroso, quizá porque cuando chico me costaba vocalizar, era tartamudo y asmático, y neurótico. Aun antes del papel soy podador, luego dejo dormir los poemas. Deben dormir por lo menos nueve meses, como los niños en el vientre.

P. ¿Su gusto por la disidencia le alejó del compromiso?

R. El compromiso es válido, a veces es un testimonio que uno vierte hasta con urgencia fisiológica. No se puede dormir sin denunciar. Cuando mataron al Che intenté escribir un poema sobre esa figura prodigiosa, pero no me salía, me salía falseta, tiré cien pruebas a la basura y finalmente me fui a dormir. En la noche, el inconsciente, que para eso está, me hizo oír una voz que decía “así que, así que”: me decía que yo no tenía que hablar de él, sino que era él el que tenía que hablar en el poema.

P. ¿La vanidad es la ruina de la poesía?
R. La vanidad es un gran enemigo. Si no te abstraes de las trampas de la alabanza y el éxito, estás perdido. La poesía no se merece, te viene o no. Es un azar. La vibración no le pertenece al poeta. Si le viene dada, ¿de qué presumir entonces? Los riesgos son enormes, y el mayor de ellos es seguramente el patetismo.




Diario El País, 20-10-2003

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Gonzalo Rojas

(Chile, 1917)

Bibliografía escogida:
Cinco visiones (antología poética), Universidad de Salamanca,
1992
Río Turbio, Hiperión, 1996
Poesá completa, Visor, 1999

Enlaces:
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Antologia, entrevistas, estudios

Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Gonzalo Rojas

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