s.XX - Otros del s.XX - Rafael Fauquié: Las palabras, 1996


Las palabras nos escogen, nos adoptan. Las llevamos con nosotros, trazos de nuestro rostro, herramienta, recurso, confidencia. Ellas nos muestran u ocultan, nos aíslan o comunican. Son escudo, espejo, emblema. Su fidelidad exige tiempo. Dominarlas implica una pasión, esforzarse en una pasión. Nos entregamos a las palabras con la fuerza del amador o con la devoción del místico.

Fuera de las palabras se encuentra la grosera simpleza, la estupidez innumerablemente repetida, el vacío, la homogénea vulgaridad, la cháchara y el asentimiento, el ruido, la estridencia, la cobardía y el abandono. Las palabras nos rescatan de la rutina. Ellan son desahogo frente al hastío, tiempo dentro del tiempo, espacio robado a la marcha de los días.

En soledad, en silencio, rumores y gritos, murmullos y ruidos, alegrías y tristezas, convicciones y dudas, vida y muerte, se metamorfosean en palabras…

Las palabras suplantan a los nombres y a los rostros. Dan sentido al vacío del presente. Son murallas de luz y de calor, puentes de fuego y de diamante. ¿Su reto? Ser únicas e irremplazables, dibujar las imágenes de los recuerdos, decir los sentimientos, nombrar nuestras jornadas, escribir la poesía.

Fuerza de la palabra irrepetible, vigor de la palabra exacta. Poder de la palabra: irrenunciable potestad de quien escribe. Palabra: abanico de decires, herramienta, entramado de formas y de imágenes, figura abierta a todas las figuras, vocablo nube sobre el que descifrarnos constantemente, espejo-máscara de nuestra faz, mirada que atrae a la mirada, voz que llama a la voz, idea que grita a la idea.

Palabra herida o muerta. Palabra sangrante en la página inconclusa. Palabra rota: letras esparcidas por doquier. Palabra arma: coraza, yelmo, escudo, lanza, espada, maza. Palabra metal: acero, hierro, bronce, plata, oro. Palabra cosa: piedra, barro, espina, hoja. Dolorosa palabra de violencia, ritual de guerra, sangrante carmesí de llaga abierta.

Palabra de amor: Armonía. Por Armonía todas las palabras comenzaron a brotar, irresistibles, desde hasta ese entonces desconocidos centros: inundándolo todo, impregnándolo todo, dándole sentido a todo. Armonía fue palabra mágica y definitiva, palabra siempre talismán para todas las demás palabras.

Admiración por las palabras: atracción por su sonoridad y sus formas dentro de las páginas que las contienen. Las palabras son comienzo. Escriben las metáforas del universo.

Entre el signo y el poema, entre la enumeración y el símbolo, las palabras dicen la verdad de los nombres y la eternidad de las ideas. Ellas hablan de las infinitas imágenes del tiempo interior del hombre y del tiempo exterior del mundo.

Las palabras zahieren, magnifican, argumentan, engañan, ironizan, convencen, desafían… Pueden ser lema, acto indudable, señal, susurro, gesto, caricia.

Palabras para un día cualquiera: recurso de la voz y del grito, del gesto y la mirada. Palabras de recuerdo para adornar con sentido multicolor el tiempo transcurrido.

Claustrofobia de las palabras: les son necesarios el aire y la luz. Viven en contacto con la vida y con el universo. En ellos respiran, en ellos se mueven, en ellos mueren.

Las palabras murmuran desde algún estrecho rincón o se dejan escuchar, sobrecogedoras, en la amplitud de inmensos espacios. Las palabras hierven en el calor de larguísimos días sin noches y germinan, incesantes, en el desasosiego de larguísimas noches sin días.

Hay momentos en que las palabras son inútiles. Uno es el instante de la comunicación amorosa, cuando se decide la definitiva cercanía de dos cuerpos; el otro es el de la violencia: tiempo imprevisible en el que sólo cabe como única respuesta posible la eficacia del instinto. En ambos casos: no la palabra sino el grito. Cuando las palabras han dejado de ser suficientes, llega el grito: de pasión o de guerra, gemido o alarido, exclamación o apenas balbuceo.

Las palabras chisporrotean en las manos del poeta. Arden en las formas de sus llamas, imágenes de brillo desconcertante; luego, consumidas cenizas, se apagan, taciturnas, esparcidas por el viento de los días.

Las palabras concluyen la marcha de nuestros instantes: resuenan sus voces de adiós mientras reiniciamos caminos junto a nuevas palabras que seguirán ese rumbo nuestro que aguarda a ser escrito.



Espiral de tiempo, Caracas, Fundarte-Universidad Simón Bolívar, 1996

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Rafael Fauquié

(Caracas, Venezuela, 1954)
Bibliografía escogida:
Espacio disperso, Caracas, Academia Nacional de la Historia, col. El Libro Menor, 1983.
De la sombra el verso, Caracas, Epsilon Libros, 1985.
Arrogante último esplendor, Caracas, Equinoccio, 1998.

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