s.XX - Últimas tendencias - Álvaro Valverde: Entrevista, 2001


Plasencia, como no podía ser de otra forma, es la ciudad que nos reúne una mañana de octubre de 2001. Valverde acaba de llegar de Bruselas, y casi no ha tenido tiempo para asimilar su regreso. Me invita a su casa para llevar a cabo la entrevista. De nuevo, su enorme cordialidad borra de lleno mi timidez, la suprime. Antes de encender el grabador me habla de su estancia en Bélgica, me pregunta por esta revista, nos concede todo su apoyo. Su último libro de poemas, Mecánica terrestre, está a punto de salir. Además, me explica, presentará en breve una pequeña obra de ensayos, reunidos bajo el título de El lector invisible. Por otra parte, reconoce seguir trabajando en su segunda novela. Sabe que soy un lector asiduo de su literatura. No es para menos. En pocos escritores contemporáneos he encontrado el vigor y la fuerza que nos propone el escritor placentino. Empezamos a hablar de autores, de nuevas adquisiciones en la librería, o en la biblioteca. La entrevista, intuyo, ha comenzado antes de tiempo.

En tu trayectoria poética se marca un cambio a partir del libro Las aguas detenidase. Su obra anterior (Territorio, Lugar del elogio, etc.) es de un estilo mucho más condensado, más hermético, próximo, por ejemplo, a la poesía de José Ángel Valente. Después ya opta por el poema descriptivo, aunque no menos denso. ¿Es consciente de ese cambio?. – Sí, pero de eso te das cuenta después, una vez que el libro ya ha salido. En el momento que empiezas a escribir no tienes más remedio que
escribir como puedes, como sabes,
como te sale, si quieres. Las cosas van cambiando, tu respiración
incluso, porque hay un cambio de respiración en esos poemas. Es una cosa que Claudio Rodríguez explicaba siempre, lo remarcaba, la importancia de esa, llamémosla, respiración poética. Uno adopta una manera de decir distinta, y eso va fluyendo muy poco a poco. Ahora bien, si no hubiera habido esa etapa anterior, más hermética, de poemas mucho más breves, donde abunda la complejidad y donde hay un cierto afán de oscurecimiento, de ensombrecimiento del texto, sin haber pasado por esas etapas, decía, difícilmente hubiera llegado yo a ese mundo de Las aguas detenidase. Ese libro y el siguiente, Una oculta razón, y de ahí en adelante, posiblemente hasta ahora, hay también un salto hacia la claridad. El poema sigue siendo complejo, sí, porque el mundo lo es, pero no gratuitamente complicado. Digamos que Las aguas detenidase es un libro de transición en más de un sentido. Es un libro bastante inspirado. Tiene un indudable toque romántico, un toque que procede del romanticismo centroeuropeo e inglés. Es decir que con ese libro termina esa primera, incipiente etapa, cercana a cierta poesía, entre otros, de Valente, y, así, próxima a lo que se dio en llamar “poesía del silencio”. Luego sigues leyendo, conoces a otros poetas, poetas que posteriormente van a condicionar tu manera de escribir, porque en poesía no cabe otra cosa. En prosa tengo mis dudas, pero en poesía la lectura marca decisivamente todo lo que va a salir después.

“las obras evolucionan, las personas cambian, y es inútil, un sinsentido, poner etiquetas”

- Como ya comentábamos en otra ocasión, en diversos manuales de literatura se te suele enmarcar dentro de la “poesía del silencio”, significativa en tu primera etapa, pero no en las restantes… – Claro, porque, posiblemente, son libros de textos que tienen en cuenta, como te decía, ese primer momento, y es verdad que hasta el año 1988, cuando apareció La generación de los ochenta, la antología de García Martín, donde ya se incluyen un par de poemas inéditos de Las aguas detenidase, todo lo anterior, representado también allí, no es sino una poesía silenciaria, que se corresponde aproximadamente con las características que, según la crítica, le cuadran a ese modo de entender el hecho poético. Es completamente distinta a lo que ha venido siendo el resto de mi obra. Lo que pasa es que, digamos, te sitúan justo ahí en las antologías y una vez que te han puesto el alfilerito pues ya no tienes escapatoria. Eso ocurre, por ejemplo en la muy meritoria de Castalia, que es una antología canónica, muy académica, si quieres, y me sitúan en esa poesía, y poco importa que uno haya escrito, en esa línea estética, un cinco o un diez por ciento, como mucho, de los poemas que ha escrito, pero, sin embargo, la foto es fija: te fichan, te sitúan, te catalogan, te ponen el alfilerito… Coleóptero, anotan, coleóptero para los restos. Esto es lo lamentable. Es lo mismo que si ahora nos pusiéramos a clasificar a estos poetas de la experiencia que estos últimos años han tenido todo los parabienes, un Carlos Marzal, Vicente Gallego o Felipe Benítez (Luis García Montero ha sido mucho más equilibrado desde el principio hasta ahora en lo que ha venido haciendo). Si ahora viniera un crítico extranjero que no supiera nada de la poesía española y cogiera el último libro de Marzal, lo calificaría, tal vez, de poesía metafísica. Diría que está escrito por un poeta de la meditación, un poeta reflexivo. Sin embargo, si ese mismo crítico hubiera venido hace diez años y hubiera cogido los primeros libros de Marzal, hubiera catalogado a su autor como practicante de una poesía desenfadada, divertida, ajustada a la de un poeta “de la experiencia”. Entonces, claro, las obras evolucionan, las personas cambian, y es inútil, un sinsentido, poner etiquetas, sobre todo tan pronto, cuando lo que has publicado es un libro y medio, como era mi caso. Pero, vamos, eso te persigue como un estigma toda la vida. O sea, siguen diciendo… Vamos, yo me acuerdo que cuando recibí la mencionada antología de Castalia, envié a su autor mi agradecimiento, pero no le oculté que estaba anonadado porque había vuelto a caer en el mismo error que otros ya habían caído, eso de que yo era un “poeta del silencio” o no sé qué. Pero bueno, oiga, esto no es serio. – Sin embargo, en la edición de Cátedra, de Juan Cano Ballesta, ya no… – No, bueno, porque también ahí ha habido más diálogo entre el antólogo y los autores, por lo menos conmigo. Él me envió el texto y pude hacerle algunas consideraciones. Eso sí, nunca se le ocurrió decir de mi poesía que pertenecía a tal o cual tendencia, ésa o cualquiera, sencillamente porque es así.

Primeros poemas – En una entrevista realizada ya hace algún tiempo, reconoces haber empezado a escribir tarde, a los veinte años… – Claro, sí, tarde en el sentido de que no era un típico poeta adolescente. Es decir, yo no sentí nunca la necesidad de escribir en aquella época, ni poemas a una novia, ni, en fin, ese tipo de cosas que todo el mundo escribe en ese determinado momento. Entonces yo empiezo a escribir tarde, entre comillas, a los diez y ocho años, aproximadamente. Yo tenía meridianamente claro que, si empezaba, iba a ser en serio. O sea, yo distingo entre los que pasan por el sarampión y luego lo dejan, y los que no pasan por ese sarampión y luego escriben. Pero, vamos, esas son puras casualidades, porque empiezas a escribir a los diez y ocho, pero los primeros que publicas son poemas que uno ha escrito con veintitantos. Con todo y con eso tiene uno sus dudas, sobre todo cuando pasa el tiempo, si merecía la pena esa precipitación. Pero, bueno, también eso es como todo. Si no quemas etapas, y no te arriesgas, si estás esperando al libro perfecto, posiblemente se te pase la vida en el empeño. Hay que meter la pata, sobre todo cuando uno es joven, luego… Claro, lo lamentable sería haber publicado Territorio, mi primer libro, con cuarenta años. Ahora, publicarlo con veintidós, veintitrés años, bueno, tampoco tuvo tan mala acogida, a pesar de que era un libro a contracorriente.

Poesía necesaria – Con respecto a ese concepto poético que siempre te he escuchado de la poesía más como necesidad, que como utilidad, algo que también destaca Antoni Marí en su comentario al libro Ensayando círculos… – Sí, eso viene a responder un poco a esa poética que a mí me parece bastante plana y sencillamente torpe, de un simplismo intelectual evidente, que es grosso modo, salvando unas pocas singularidades, la “poesía de la experiencia”. Casi todo lo que tiene detrás de sostenimiento, de edificio teórico, me parece endeble. Ellos hablan de la utilidad. Yo creo que la poesía no es útil, sino necesaria. He tenido ocasión de escribir y reflexionar un poco sobre el tema. Yo creo que uno escribe por necesidad, no por utilidad. Lo utilitario a mí me suena a mercancía, me suena a producto, me suena a todo eso que representa el economicismo que nos invade, que al parecer defiende la “poesía de experiencia”. Ha sido, es verdad, muy bien acogida por la crítica, casi por unanimidad, aunque ahora ciertos críticos se desdigan por el mero hecho de defender los poemas últimos de algunos de los poetas que han practicado esa estética dominante. La acogida por parte del público también ha sido mayoritaria, y eso es sospechoso, pues la poesía lleva demasiado tiempo siendo minoritaria. Ha habido, según creo, una dejación de ciertas responsabilidades literarias, a favor de la simplicidad, de la sencillez, pero a costa de perder por el camino mucha poesía en el mejor sentido de la palabra. Ha dado unos productos facilones, sí, útiles, pero tan útiles como pueden ser cosas como la televisión o el coche. No creo que la poesía vaya por ahí. En ese sentido defiendo eso de la necesidad. Incluso, en los textos de esta poética “de la experiencia”, o como quiera que se llame, en el poema ya hay un a priori, uno sabe lo que quiere conseguir con él y lo escribe. Es previsible. En el tipo de poesía que a mí me interesa, el poeta suele enfrentarse al texto desde la oscuridad, desde un no saber, desde el tanteo, aquello que decía Javier Marías de ir con brújula o ir sin ella. Yo creo que estos van con todo muy clarito de antemano. Y además utilizando recursos tan facilones como la sensiblería, más que la sentimentalidad. Uno cuando escribe en caliente, cuando escribe… enamorado, porque le ha sucedido algo, y tal, puede caer en el espejismo de que al trasladar eso al papel lo considere magnífico, extraordinario, como algo que va a llegar a otros porque siente que a él le ha llegado plenamente. Suele suceder que el lector lo lee después con una distancia y una falta de interés pasmosa. La poesía es adquirir aquello previo, que había sucedido tiempo atrás, pero que luego se enfría, uno lo procesa, y luego lo lleva al papel. Más escribir desde la memoria, que desde el presente, como quería Wordsworth. – Es el mismo concepto de Valente, de Jaime Gil de Biedma, de Francisco Brines… – Exacto. Y tantos otros.

“uno lleva muchas veces al papel no tanto lo que uno ha vivido cuanto lo que uno ha leído, que, por otra parte, no es sino una forma de vivir más intensa e igual de verdadera”

Ecos literarios – Con respecto a tus referencias poéticas… Porque está claro que hay una serie de poetas que se hacen eco en tu creación literaria, como es el caso de Cavafis, Ferrater, Vinyoli, o Aníbal Núñez, entre muchos otros… – Hay un poco de todo. Quizás haya un exceso de lecturas, de cultura o de culturanismo, incluso; que haya un exceso libresco, si quieres. Pero, vamos, yo creo que teniendo en cuenta la vida que llevamos casi todos, por lo menos algunos como yo, de una ordinariez… pasmosa. Uno va, trabaja, vuelve, no sé qué, viaja… a veces, poco… Si no fuera por las lecturas y los libros, la vida sería… Quiero decir que uno lleva muchas veces al papel no tanto lo que uno ha vivido cuanto lo que uno ha leído, que, por otra parte, no es sino una forma de vivir más intensa e igual de verdadera. En ese sentido lo digo. No soy, creo, un poeta al que haya influido un determinado poeta o muy pocos autores. Es decir, yo me jacto de leer con el mismo placer a Gil de Biedma, a pesar de que algunos le hayan hecho ilegible, como a Valente. Y bueno, tampoco creo yo que las huellas… Por volver otra vez a lo que decíamos al principio de los críticos, son esas fijaciones mentales que se crean. Es curioso, porque uno de los ataques más persistente del sector crítico de la experiencia, es decir que Valente, Valente… Yo no sé hasta qué punto en mi poesía hay mucho Valente. Yo creo que más bien poco. Y de haber algo es del Valente más… – hermético… – … sí, o en algún momento críptico, a pesar de que su último libro, su libro póstumo, Fragmentos de un libro futuro, pues sea un libro de la experiencia también, porque eso de la experiencia es un marchamo, una marca que se han empeñado en constreñir, cuando de la experiencia hablamos todos, porque otra cosa… Experiencia lectora, experiencia vital, llámalo equis. Lo que puede pasar es que a algunos se les quede la experiencia en lo más superficial, en la anécdota, en los bares, en las niñas, en el rímel que se le corre en una fiesta, de esas cosas sobre la que tanto han escrito esta gente. Exprimen la anécdota intentando buscarle la media vuelta que supuestamente tiene y a eso lo llaman “la realidad”. Otra cosa que también es curiosa en cierta crítica militante (de la experiencia) es decir que se podría aplicar a mi poesía aquello de Antonio Machado, de su Juan de Mairena, de que en lugar de decir “lo que pasa en la calle” uno dice «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa», por aquello del afán de rebuscamiento. No creo que haya una poesía con un vocabulario más sencillo que la que uno escribe. Eso es así. Nadie necesitará acudir a un diccionario cuando quiera leer un texto mío. Son eso: clichés, lugares comunes, reiteración inane de lo mismo. Estoy convencido de que volverán a decirlo en cuanto salga el próximo libro, que soy rebuscado en el vocabulario, cuando, ya te digo, las palabras que uno utiliza, y que más le gustan, son comunes y corrientes, las palabras “gastadas” de Gil de Biedma.

“Me interesa la naturaleza, el campo, desprovisto de todo; incluso, si me apuras, de gente. Aparezco yo, si acaso, o mi mujer, o mi familia. Aparece algún animal esporádico, pero no aparece aquello como un sitio habitado”

- Es curioso, porque, a propósito de Una oculta oculta razón, premio Loewe, Octavio Paz opinaba que tenías mayor raigambre con la poesía inglesa, más austera y sobria, que con la latina. – Sí, eso es cierto. Y no lo ha dicho sólo él. García-Posada, en la antología de Crítica, empieza diciendo que represento esa corriente que viene de muy atrás, que en última instancia (contemporánea) estaría en Unamuno, en Cernuda, por supuesto en Valente, por supuesto en Brines, en una serie de autores que o han vivido incluso allí, como todos estos (Claudio Rodríguez también pasó por Inglaterra), que han estado allí como lectores, de Cernuda al mencionado Brines. El primero, lo que se refiere a autores contemporáneos, que enlaza con esa tradición, posiblemente fuera, ya digo, Unamuno, que se interesa por los románticos ingleses, etc. Yo creo que esta impronta me llega por las lecturas que uno ha hecho, claro, aunque sea con desconocimiento del idioma, eso siempre lo he recalcado. Y es que no deja de ser sorprendente que a uno le erijan representante de esa corriente anglosajona (algo de lo que me siento orgulloso), y que, sin embargo, sea una persona que no maneja con soltura esa lengua, ni mucho menos. Pero, bueno, a mí eso me parece un elogio, por otra parte. Lo que sí es curioso es que yo no sólo llego a ese tipo de poesía por el camino de leer directamente a esos autores (Eliot, por ejemplo, sería el paradigma), sino también por la lectura de poetas catalanes contemporáneos, porque los poetas catalanes contemporáneos están plenamente ligados, una buena parte de ellos, sobre todos los poetas que están en torno a los cincuenta años, la generación de Marí, Fransesc Parcerisas, etc., están, decía, muy conectados con Inglaterra, porque también han vivido allí o han traducido poetas ingleses o les interesa ese mundo. En todo caso, yo creo que más va por el lado de la sobriedad, de utilizar un lenguaje más bien directo. Tiene que ver también con un aspecto importante. A mí me interesa mucho la naturaleza, que no lo rural (rural no, porque yo no he vivido en mi vida en un pueblo, y no manejo el lenguaje rural como lo manejaba Claudio Rodríguez, que sí, hablaba de utensilios puramente rurales). Me interesa la naturaleza, el campo, desprovisto de todo; incluso, si me apuras, de gente. Aparezco yo, si acaso, o mi mujer, o mi familia. Aparece algún animal esporádico, pero no aparece aquello como un sitio habitado sino despoblado, como friso, como paisaje, como lugar de la meditación. Los ingleses sí han mantenido con respecto a los lugares y los paisajes y a la naturaleza una buena relación. Hay una proximidad. La suya es una poesía contemporánea, puramente moderna, donde la naturaleza entra bien, con naturalidad. Aquí en España, no. Es más, los críticos te lo suelen echar en cara. Aquí, salvo a Trapiello, no le perdonan a nadie que introduzca en un poema la naturaleza, alguna referencia, no digo ya rural, sino del campo. Y, hombre, yo vivo rodeado de campo. Es decir, sería muy forzado que viviendo en Madrid uno describiera la naturaleza. Lo mismo que sería forzado que yo escribiera de Madrid como escribe, qué sé yo, Villena, por poner un ejemplo extremo. Claro, las noches del Madrid de Villena y las mías no tienen nada que ver. Entonces, también por ese lado, yo valoro mucho la poesía inglesa, y me interesa y me acerco a ella, porque ellos sí han sabido mantener a la naturaleza en el poema con naturalidad y con solvencia. No con aire anacrónico. No hace falta irse a poetas… Desde Hardy para acá, por poner un límite, todo han sabido controlar ese tema. Véase el caso de Seamus Heaney.

Simbología – De ahí que una de tus constantes poéticas, aunque tenga varios espacios como el café, el laberinto, etc., sean principalmente la fuente, o, de forma más llamativa, el jardín. – Sí, el jardín, sobre todo. Aunque no descubro nada nuevo, el jardín es un símbolo perfecto. Naturaleza civilizada. Un símbolo perfecto, el del hortus conclusus. Además, uno ha vivido toda su vida en esta ciudad, y aunque ya cada vez quedan menos, uno ha visto siempre jardines cerrados, y los ha visto desde azoteas, desde arriba, y ha pasado por sus muros, y los ha imaginado como un pequeño paraíso. Está en la tradición árabe y, antes, en la latina. Es, me parece, uno de los símbolos más perfectos. El jardín y el laberinto que esconde cualquier jardín. Todo lo que tenga que ver con las sombras, que es también una palabra que utilizo muchísimo, y que evoca tantas cosas… – Como en el poema La sombra dorada, entre tantos otros… – … esa penumbra. En fin… Esto lo he mantenido, esos símbolos que están en mi poesía desde el principio, y no los he perdido nunca de vista. Puede que los haya recreado de distinta manera, pero están ahí. Ya en Territorio el mundo que hay es ese mundo que luego se va desarrollando de otra manera y se dice de otra forma, pero ya estaba ahí. Lo que es el lugar, la noción de lugar que siempre me ha preocupado. El Territorio, mi Territorio, el que se corresponde con el de mi ciudad natal y su tierra, sus alrededores. Y, bueno, evidentemente, trasciende, e intentas que eso sea universal, porque además yo estoy convencido, con Torga y con Luis Mateo Díez (ayer hablábamos otra vez de este tema), de que lo universal es lo local sin fronteras, lo particular sin fronteras. Nadie más universal que Torga sin salir de São Martinho, ahí, en su casa, en su pueblo. Ni siquiera Coimbra, que era la ciudad donde vivió, aparece muy citada en sus libros. Y Andrade, tres cuartos de lo mismo. El poeta portugués más universal de cuantos están vivos, es su natal Extremadura portuguesa, es la cal, es la luz, es el verano, es el árbol…, símbolos muy particulares y muy locales. Yo leo a poetas como Brodsky… Nunca he estado en San Petersburgo, ni puedo sentirme identificado con ese mundo, y, sin embargo… es como si hubiera vivido toda la vida en esa ciudad, porque la hace habitable, y eso me permite que yo también viva allí. Hay mucho cosmopolitismo impostado… Hombre, Fonollosa escribió aquel poema inventado poniendo nombres de calles de Nueva York, y dijo Nueva York, pero era Barcelona. Bueno, vale. Y el resultado es bueno. Ahora, pretender que sin haber estado en Nueva York, sin vivir en Nueva York, sin frecuentarla, sin tener la mentalidad de Paul Auster, ponerse estupendo, y porque queda mucho mejor… Había un malévolo comentario, creo que era, no recuerdo ahora si de Ferlosio, tal vez, que decía algo así como si en vez de haberse titulado la novela de Muñoz Molina, Un invierno en Lisboa, se hubiera titulado Un invierno en Cuenca, otro gallo le hubiera cantado. Deberíamos ir al fondo de la cuestión, y evitar ese cosmopolitismo, ya digo, de cartón-piedra. Aprovechar lo que uno tiene de más cercano. Además, hay otra ventaja añadida: si uno habla de lo que conoce y de lo que ve y de lo que mira, posiblemente, la intertextualidad y el plagio nunca se darán. Ahora, si uno intenta ponerse, ya digo, estupendo, e irse donde no ha ido, yo creo que ya la cosa puede acabar en… Dios sabe qué.

“si uno habla de lo que conoce y de lo que ve y de lo que mira, posiblemente, la intertextualidad y el plagio nunca se darán”

- De ahí que en el prólogo al libro Lugar de la mirada, lugar de la memoria, una conferencia que diste en Badajoz hace un par de años, calificas a determinados escritores con pretensiones cosmopolitas de auténticos y verdaderos catetos… – Sí, sí, yo creo que sí. Hombre, hay cosmopolitas como Paul Morand, quién lo va a discutir, estaba en Venecia hoy, mañana en París, circulaban por aquella Europa de trenes lujosos… Hay una serie de autores que son cosmopolitas con naturalidad. Pero, claro, eso es muy difícil, porque uno no es Paul Morand, uno no tiene los medios que esta gente tenía, o no es Rilke, otro ejemplo de cosmopolita que hoy estaba en el castillo de esta condesa y mañana estaba en París y luego subía a Brujas. Pero, vamos, salvo excepciones, la mayoría… Ya digo que uno puede ser cosmopolita atendiendo a lo propio, no tiene nada que ver. Lo otro es, ya te digo, jugar con el cartón-piedra. – Sin embargo, en la solapa de A debida distancia vemos cómo se cataloga al libro de literatura cosmopolita. Resulta paradójico después de todo… – Sí, conste que esa nota no la redacté yo. La redactaría Munárriz. Para mí fue una liberación no tener que escribirla. Es algo, por anecdótico que parezca, que marca un antes y un después. No he vuelto a redactar el texto de ninguna solapa. La del libro que aparecerá en enero en Tusquets, ha sido redactada por un amigo que, además, es uno de mis mejores lectores. Lo del cosmopolitismo lo destacó el jurado. Miguel García-Posada, en una reseña que firmó en Babelia, remarcaba esa cualidad. No sé si por el poema final, el de Nápoles. – O Londres… – … sí, también… Evidentemente, uno puede viajar de muchas formas.

Noción de lugar – Una frase tomada de José Ángel Valente, que también utilizaste en la mencionada conferencia, es la siguiente: «la patria tiene límites o limita; el lugar, no».
Sí, es de un texto suyo, de uno de los ensayos de Palabras de la tribu, y viene un poco a decir eso. Empieza por El Quijote: «En un lugar de la Mancha…». Él habla de que uno debería sentirse arraigado en el lugar, en la ciudad, entiéndase ciudad como Territorio, y perder de vista lo de las patrias, lo de las fronteras. Es decir, yo me puedo sentir muy placentino, pero no tengo por qué considerarme español en sentido restrictivo, patriótico. O españolista, o extremeñista. Igual que uno se puede considerar muy de Oporto, como el propio Andrade, y sentirse ciudadano del mundo. Yo prefiero eso. El otro día, aprovechando un viaje allí, pensaba que me hubiera podido quedar a vivir en Bruselas, o en Brujas, por supuesto. Me hubiera podido quedar a vivir en Nápoles, una ciudad, por tantas cosas, única. Quiero decir, esas son tan ciudades mías como Salamanca o Cuenca, pongo por caso. Son ciudades que he visitado, y que me gustan. Da igual que estén en Italia, que estén en Francia, que estén en Bélgica o que estén en Portugal. Son, al fin y al cabo, lugares. Y yo, claro, también defiendo esa noción de lugar por encima de otra consideración. – Es, precisamente, algo que ha recalcado siempre Caballero Bonald… – Sí. Además él dice que de lo que uno realmente puede hablar es de esos lugares donde uno ha vivido, y que uno siente como cercanos. El Coto de Doñana, una cosa tan simple como el Coto de Doñana, con toda la maravilla que representa, pero, bueno, un lugar reducido, es capaz de dar lugar a un mundo. Lo que se le debe pedir a un escritor es eso: que levante el mundo. Bueno, en poesía quizás sea lo más importante. Donde no hay ese mundo, donde todo es superficial, anecdótico, pues es mucho más difícil moverse, es mucho más inhabitable. Lo que uno busca no es tanto un lugar físico, como un lugar mental, y ese lugar mental es el texto, es la novela, es el poema, el ensayo, donde uno, de pronto, se queda a vivir un rato, o mucho tiempo, y luego incluso en la memoria se queda para siempre a vivir ahí.

“Lo que se le debe pedir a un escritor es eso: que levante el mundo”

Plasencia – A propósito de lugares localizables, aunque lo desarrollemos más concretamente cuando hablemos de la novela, así como estigmatizamos una ciudad a un autor determinado, por ejemplo el París de Cortázar, la Nueva York de Woody Allen o Paul Auster, la Lisboa de Tabuchi, o la Barcelona de Eduardo Mendoza, también deberíamos hacer hincapié en la Plasencia de Álvaro Valverde. El lector de su obra tiene la conciencia de estar revisando continuamente esta ciudad, aunque se compruebe que hay una vocación universalista. – Eso lo ha dicho también Ricardo Senabre. Es un elogio que agradezco. En esa novela, la única que he publicado, hay, más que en mi poesía, un deliberado intento no solamente de levantar mi mundo, sino de reflejar esta ciudad y este mundo. Ella es la protagonista real. Y si así se ha visto, y así se reconoce… No sé si será necesario tener en cuenta mi libro para hablar de Plasencia en el futuro, o para saber qué era esto a finales del siglo XX. Me parecería, en todo caso, fenomenal, o sea, yo encantado. Por eso digo que a mí ese comentario me produce un sano orgullo. La Vetusta de Clarín, el París de Baudelaire, La Nueva York de Auster o de Woody Allen, o… (bueno, ya se sabe que Nueva York da para tanto…) Plasencia da, por ahora, para poco, pero, ya ha sido, de una u otra manera, descrita por Gonzalo Hidalgo (que la denominó Murania), por José Antonio García Blázquez o por José Antonio Gabriel y Galán, todos ellos naturales o residentes en Plasencia. Su ciudad es distinta de la mía, claro. – Sí. – Tu Plasencia no será la misma que la mía nunca. Eso es así. Me parece normal. De hecho, mi segunda novela, que saldrá en el año 2003, está situada en el mismo escenario. Sigo encerrado en el mismo laberinto. Cómo voy a situar, por haber pasado tres días allí, una novela en Bruselas. Sería forzado. Por lo menos, yo no me siento todavía con ese ánimo imaginario o inventivo, tal vez porque, a lo mejor, tengo una mente mucho más de poeta que de novelista, y no he perdido esa visión de las cosas mucho más cercana.

“El que esta ciudad tenga murallas es mucho más importante de lo que parece, porque también nosotros somos seres un tanto amurallados”

- Sin embargo, no te ciñes explícitamente a un espacio. Salvo en algunos poemas como Memoria de Plasencia, el nombre de esta ciudad no aparece. Es más, en la novela excluyes desde el comienzo la posibilidad de que se piense que la ciudad natal a la que regresa el personaje sea Plasencia. – No, prefiero que se universalice. Habrá distintos grados y niveles de lectura, desde el que ha vivido aquí toda la vida y reconoce personajes, hasta el que vino de paso o ni siquiera la conoce. Niveles de lectura hay mil. – En Ciudad de la memoria, recogido en Ensayando círculos, y que nos recuerda a Memoria de Plasencia, leemos: «conocí esta ciudad, pero es ahora cuando por fin la entiendo». ¿Es una sensación que perdura en ti todavía?. – No, porque uno no acaba de entenderla nunca. Y si te acercas a su realidad, ni te cuento. Uno, cuanto más se introduce en ella, o la vuelve a utilizar como recurso literario, o como explicación de su propia memoria, o de su propia personalidad, más difícil lo tiene. Porque la ciudad, al fin y al cabo, condiciona. El que esta ciudad tenga murallas es mucho más importante de lo que parece, porque también nosotros somos seres un tanto amurallados, a diferencia de los de otros lugares que están en planicie o que están al borde del mar o que están encima de la montaña… Lo creo, lo creo: uno no es impune cuando escribe a que el paisaje que le rodea sea el que es, y haya paredes de piedra y haya cerezos y haya encinas. Que sea un espacio despoblado, porque hay muy poca población frente a mucho espacio abierto. Eso lo llevo yo, en ese texto que has citado antes (Lugar de la mirada, lugar de la memoria), a cosas tan puntuales como por qué en Extremadura no ha habido en los últimos años un poeta de la experiencia digno de esa tendencia mayoritaria, por qué aquí no hay una poesía lujosa, por qué aquí todo es sobriedad, contención, mucho más Valente que Gil de Biedma, mucho más poesía meditativa que poesía de circunstancia. Esas cosas tienen también que ver, estoy convencido de ello, con el paisaje, por cómo somos, porque estamos rodeados de una determinada tierra y un determinado clima. Claro, evidentemente, uno dice: los belgas. Tú pasas por allí, y ves aquellos ventanales inmensos, con las cortinas descorridas, unos ambientes que se ven confortables. Yo quisiera entrar allí y sentarme en esos sillones, porque aquellas casas son habitables. Pero, claro, es que el clima es el que es, es que la luz es la que es, a las cuatro de la tarde es de noche, y tal y cual. Aquí vivimos en la calle. O viven, yo soy bastante casero. Andalucía es la calle. La luz del sur, tan importante en mi poesía, la misma luz de Andrade, de los poetas italianos o griego contemporáneos. Y cómo no va a condicionar eso en la literatura, cómo no te va a condicionar a ti que eres el que escribes. – Para ti, entonces, la idiosincrasia es algo que influye, la conciencia de lugar… – Sí, sí, estoy convencido. Sería ridículo que yo escribiera, ya decía, como Luis Antonio de Villena, y hablara de gemas, y de joyas, y de noches. Ese tipo de poesía nocturna, urbana y lujosa. O la que practicaron los novísimos. Mi admirado Gimferrer, el de primera hora, el de Arde el mar. También está el caso de Antonio Colinas, que siento más cercano. Tanto el de antes, en Ibiza, como el de ahora, en Salamanca. Allí y aquí, León, su tierra natal de páramos. En un paisaje semejante al que aparece en parte de la obra novelística de su paisano Luis Mateo Díez. Por qué esta gente acaba imponiendo, yo creo, su verdad. A pesar del descrédito de la palabra, demasiado desgastada, sencillamente por su autenticidad. Se adaptan a su realidad, y no les importa la moda, y no les importa nada más que lo que tienen delante, y ellos mismos. Yo creo que de ahí surge lo que vale. Salen de esa relación con el medio. Ahí tenemos, ya digo, a poetas como Antonio Colinas o Antonio Gamoneda. Luego, están los “emisarios de la nada”, como los ha calificado Enrique Vila-Matas, a los que hay que enfrentarse porque son los enemigos de la literatura. – Lo que hace Gimferrer en Arde el mar con Venecia es lo que hace Vázquez Montalbán con Praga. – También, también. Lo que pasa es que la Praga de Vázquez Montalbán está más politizada, porque Vázquez Montalbán es un ser político, un animal político, y, sin embargo, Gimferrer lo es un poco menos. De todas formas, tanto Gimferrer como otros escritores han vuelto a otros Territorios completamente distintos, y han sido, entre comillas, auténticos.

Extremadura – En este sentido, ¿le auguras un buen futuro cultural a esta ciudad, a esta región?. – Sin que sirva de precedente, soy optimista. Ahora van a salir (te guardaré un ejemplar) las Actas del VIII Congreso de Escritores Extremeños, el balance de los últimos 25 años de literatura en Extremadura, desde la muerte de Franco hasta ahora. Nombres como los de Javier Cercas y Ada Salas, por poner escritores que viven fuera de Extremadura, o Ángel Campos Pámpano que acaba de publicar la primera antología bilingüe de Pessoa) y Basilio Sánchez, que viven “dentro”. Hay gente. Y luego, los que vienen detrás: Antonio Sáez, Javier y Julián Rodríguez Marcos, José María Cumbreño, José Antonio Llera…, gente con veintipocos años que están demostrando en sus primeros libros que podemos estar tranquilos. Una cosa que demuestra nuestra normalidad literaria es que también haya escritores aquí que trasvasan los géneros; que escriben poesía, además de novela. Autores de teatro, como Jorge Márquez, que también publica novela. Estamos en el momento que está todo el mundo, ni mejor ni peor. Hasta ahora perdíamos en las comparaciones. – Sí, porque en el prólogo de Lugar de la mirada, lugar de la memoria, hablas de la sensación de marginalidad que sentisteis los escritores extremeños en los años ochenta, precisamente por eso, por ser extremeños. – Sí, y poco a poco se recupera la autoestima, se le va perdiendo el miedo a hablar de los lugares que vemos, que tenemos más a mano. Eso antes era impensable. O bien no se hacía, o si se hacía se hacía desde la distancia del emigrante, del que ha perdido Extremadura, recordándola como un lugar idílico, y le echa muchas flores… Lo que estamos recuperando estos últimos años es la realidad. Además, una realidad muy propia para la literatura, que es la urbana, la realidad urbana extremeña. Como la poesía fundamentalmente se ha ocupado de la naturaleza, y ha sido más de paisajes abiertos, no existía una poesía urbana, pero tampoco una novela urbana. Y la novela es, por excelencia, urbana. Bueno, todo eso estaba por hacer. Yo creo que nosotros hemos tenido la suerte de quitarnos de encima muchos complejos. Luego cosas puramente azarosas o circunstanciales. Landero, al convertirse hace unos pocos años en un fenómeno literario, facilitó que el adjetivo “extremeño” junto a la palabra “escritor” no sonara peyorativo. Dejamos de ser exóticos “toreros japoneses” o “bailaoras keniatas”. – Ahora, Javier Cercas. – Cercas viene a redundar en lo mismo. La diferencia es que en las novelas de Landero sí hay un trasunto extremeño y Cercas todavía no ha demostrado referencias concretas sobre este trasunto. Nunca ha vivido aquí. Pero ha ayudado mucho. Dejamos de ser “diferentes”. Nosotros, lo mismo que los andaluces o los catalanes, hemos tomado con naturalidad nuestro espacio. – Para ti, entonces, es conveniente incluir en la literatura de esta región novela urbana. – Es un proceso natural. Simplemente vamos un poco retrasados. No se olvide que la mía es la primera generación que se queda a vivir y a trabajar, y por tanto a escribir, en Extremadura. Hasta ahora, si alguien nacido aquí quería ser escritor, tenía que emigrar, salir fuera. La literatura extremeña, o en castellano escrito por autores vinculados a Extremadura, por nacimiento o residencia. (en ese sentido no distingo a Trapiello, que es para mí un autor extremeño ya que la mayor parte de su poesía está escrita en Las Viñas, cerca de Trujillo, Ferlosio, que tiene casa en Coria, o hasta hace poco Rafael Chirbes, que vivía en un pueblo de Badajoz), avanza rápidamente al encuentro, ya digo, de su normalidad. Antes abundaban los poetas y casi no existían los novelistas (que son los llamados a recuperar los espacios urbanos), ahora las cosas han cambiado.

La escritura perpetua – En tu propia poesía incluyes versos que se corresponden con los diversos títulos de las obras que has ido publicando. Sería una especie de intertextualidad de tu propia obra, y que culminaría más explícitamente en un poema del libro El reino oscuro, donde ya incluyes todos tus títulos. – Sí, porque uno está, al fin y al cabo, reescribiendo siempre el mismo libro. Y tira de lo de atrás. Es una especie de reescritura y, a la vez, un intento de completarla. Es constante. Estás en permanente diálogo contigo mismo. Está ahí, de forma muchas veces misteriosa. Aparecen cosas de atrás, de pronto escribes un verso que ya habías escrito. Constantemente se está poniendo en cuestión lo que uno viene haciendo, pero, ya te digo, en el sentido de que uno está escribiendo siempre el mismo libro. Las obsesiones permanecen.

Las murallas del mundo – Y ¿tienes esa misma sensación con la novela?. Lo digo principalmente porque la novela parece que se yerga como un desarrollo novelesco de unas constantes poéticas anteriores. Incluso, Octavio Paz, imaginaba detrás de tu poesía la existencia de una novela «que provenía de alguien que ha vivido mucho», según sus propias palabras. – Sí, es un poco poner en prosa ese mismo mundo. Bueno, hay personajes que evidentemente no estaban en mi poesía. Pero el personaje central, Ginés Ayala, podría identificarse con el personaje poemático de muchos de mis poemas. – Cuando uno lee tu obra poética, percibe que la novela era una simple cuestión de tiempo, que estaba por llegar… – Que se veía venir… – Por el descriptivismo, por las pormenoridades a las que atiendes, por la minuciosidad, por intentar reflejar detalladamente un sentimiento hacia un paisaje o hacia uno mismo… Por esa vocación universalista partiendo de un Territorio determinado. – Sí, lo mismo que uno pasó de esos poemas breves, herméticos del principio, a poemas más largos y discursivos. Si tengo que pensar en lo que está pasando, cada vez necesito más escribir en prosa, pero no por eso he dejado de necesitar escribir en verso. Pero en fin, eso nunca se sabe, porque las cosas siempre se pueden complicar… por el trabajo, el tiempo. Claro, la novela exige sentarse y perder horas. La poesía también exige que tu cabeza esté en eso. En este sentido, a mí me hace mucha gracia tanto escritor que anda de cocktail en cocktail, de fiesta en fiesta, y de conferencia en conferencia. Y es que la poesía o te dedicas a ella o no te dedicas. Véase el caso de Eugénio Andrade o de Antonio Machado, cualquiera de estos grandes poeta. Cernuda vivía en cuerpo y alma para la poesía. Y, claro, llega un momento en que es muy complicado con esta vida que llevamos dedicarte en cuerpo y alma a la poesía. A veces por cosas como tener dinero o no tenerlo, que puedas o no trabajar. No es lo mismo estar dedicado en exclusiva a la literatura que recorrer cada día al menos ciento veinte kilómetros para trabajar y tener que ocuparse… Ese tipo de cosas condicionan. Es posible que la novela tuviera que llegar. Yo reconozco que la llevé en la cabeza durante muchos años, pero no me atrevía era a dar el paso. Con los ordenadores… Esas son cosas que parecen muy azarosas o circunstanciales, pero ayudan a escribir una novela. No me imagino escribiendo a maquina una novela.

“Me interesan aquellos novelistas que tienen ese sentido de la contención”

- Otra razón por la que se intuye que la novela era cuestión de tiempo es porque uno cada vez descubre con más asiduidad en tu poesía, además de referencias poéticas, diversos ecos novelísticos como Magris, Auster, Camus, o, incluso, Juan Carlos Onetti… – Excepto por alguna referencia o alguna lectura, no he sido, desgraciadamente, un lector asiduo de Onetti. Me interesan aquellos novelistas que tienen ese sentido de la contención. Detesto cierto tipo de novelas, “río” o no; novelas con exceso de…, qué sé yo, de sucesos, de anécdotas banales, de diálogos, de palabrería, en suma. De Onetti te puedo decir lo que de Borges. El Borges prosista tampoco es un autor que uno frecuente. Pero, sin embargo, a través del Borges poeta, puedes llegar al Borges prosista. Por deformación profesional, uno tiende a decir más con menos. – Entre otras cosas, te lo comentaba principalmente por la relación cada vez más explícita que encontraba entre tu poesía y Auster, sobre todo con el libro El cuaderno rojo. – Sí, sí, pero no es deliberado. Digamos que aquí el modelo no era ése, no lo seguía al pie de la letra, como podía hacer con otros autores. Pero, sí, no me extraña que me haya influido de alguna manera. Yo veo cosas de Vila – Matas o del propio Javier Marías. Son autores que se han acercado mucho a lo biográfico. – Cuando uno se acerca a tu novela o a tus libros de poemas, se tiene la sensación de recorrer el mismo itinerario. Por ejemplo, en Una oculta razón aparece el cementerio de Yuste, un espacio que también se descubre en Las murallas del mundo. – Sí, sí, porque uno vuelve siempre al mismo Territorio. Además de por el mero hecho de vivir en ese Territorio (tan real como imaginario) y de apreciarlo, por lo que tú decías antes: trato de llevar a la prosa lo que ya había llevado a la poesía. Javier Rodríguez Marcos me comentaba que había leído la novela y que le extrañaba que el protagonista visitara esos lugares, mis lugares, por primera vez. Hubiera sido infinitamente mejor, decía él, que los hubiera vuelto a visitar, que él ya hubiera estado en esos lugares y que volviera otra vez. Yo di por supuesto que cuando el personaje era pequeño no había los coches que hay ahora y no le hubiera sido fácil visitar esos sitios. Es decir, difícilmente podía revisitarlos luego. Teniendo en cuenta que este hombre tendría ahora en torno a cincuenta años, de niño hubiera estado en las ruinas del monasterio de Yuste, como lo vio Unamuno. Yuste se recupera a finales de los años sesenta o principio de los setenta. El Palancar, por ejemplo, es otro sitio que yo no puedo desligar de mi vida. Yo pasé allí un verano con un amigo franciscano. He estado allí con José Antonio Gabriel y Galán un mes antes de que muriera. El Palancar es fundamental. El cementerio alemán de Yuste, otro tanto. Soy un poeta de los lugares; más del espacio, acaso, que del tiempo. – Otro paralelismo entre tu obra poética y tu actividad novelística, es la inclusión de versos propios en Las murallas del mundo, como «para partir/ de nuevo he regresado», recogido en el libro Ensayando círculos. De igual forma distribuyes paralelamente ambos géneros. Pienso principalmente en la llegada casual de Ginés de Ayala, algo que se reitera en algunos poemas tuyos: el regreso circunstancial, azaroso, y donde el poeta se siente extraño, ajeno, casi como un extranjero. – Es deliberado, evidentemente. Eso ya no pasa en la segunda novela, porque el personaje principal no tiene que ver casi nada conmigo, por tanto, la cosa se diluye.

Géneros literarios – En este sentido, vistas estas continuas conexiones, ¿tienes la diferencia de géneros marcada o consideras que no hay un umbral fijo entre ambas?. – Yo quiero entender que esto de los géneros es algo caduco. No creo en ellos como compartimentos estancos. A mí, me interesan novelas como La negra espalda del tiempo, donde se mezclan elementos autobiográficos, ensayísticos, poéticos… A mí eso es lo que más me interesa. Reconozco que soy un pésimo lector de novela canónica, se me cae de las manos, y quizás no disfruto lo suficiente con ese tipo de novelas. Yo pretendo ir por otro lado. El caso de Javier Cercas con Soldados de Salamina, es otro ejemplo. Uno, de pronto, tiene que contar una cosa de una determinada manera y echa mano del género más inmediato. Vas casualmente a Bruselas, por volver a hablar de mi viaje más reciente, y por aquello de la inmediatez, puedes escribir uno o varios poemas o un artículo. Eso te lo pide un poco el cuerpo. Aunque nada haga pensar que esa experiencia pueda ser el germen de una novela, ésta puede aparecer en el futuro bajo esa forma narrativa. Lo importante, en todo caso, es usar los géneros, tradicionalemente entendidos, en función de tu propia necesidad de decir. – ¿Tienes conciencia de tener, por una parte, lectores de novela y, por otra, lectores de poesía? – Buena parte de los que venían leyendo mi poesía habrán leído también la novela. Es lo que uno mismo ha hecho cuando uno de sus poetas preferidos se ha pasado a la narrativa. Más aún si es la primera novela. La mayoría de quienes me han hecho saber su opinión reconocen haberse llevado una buena impresión. Ese era mi mayor temor. La respuesta, en este sentido, ha sido mejor de la esperada. ¿La razón? Fundamentalmente porque no hay mucha diferencia. El autor es el mismo. Su mundo, también. Hombre, siempre habrá quien prefiera al poeta sobre el novelista, o quien compare una cosa con otra. Muchos han leído la novela y ahora me confiesan que sí me entienden, que a ellos la poesía… Eso es también gratificante. Cada lector es un mundo.

“Estamos ante una ciudad que se destruye. De la memoria”

Análisis crítico
Antes comentábamos que desde este momento ya podemos hablar de una unión indisoluble entre Plasencia y Álvaro Valverde. Sin embargo, en la novela, yo creo que hay una doble visión de esta ciudad: por una parte, desde la nostalgia, el recuerdo… – Sí, porque la ciudad que uno vive es la que ha perdido. – Porque el personaje la ve desde Gijón, desde la distancia… – Sí. – Una geografía sentimental, a partir de los espacios recorridos, de la gente. Pero también se la observa desde una forma crítica… – Sí, sin ninguna duda. Estamos ante una ciudad que se destruye. De la memoria. – De ahí que se recuerden en la novela aquellas palabras tan duras que lanzó Roberto Iniesta, el cantante de Extremoduro, a la ciudad. – Porque nuestras autoridades son, con perdón, una pandilla de impresentables. Por supuesto que la ciudad está muy por encima de los políticos que la gobiernan. La gente que nos visita se va con una visión de la ciudad magnífica. Es raro que se sientan defraudados o decepcionados, no ya de Plasencia, sino de Extremadura en general, porque, entre otras cosas, vienen cargados de tópicos y de falsas miradas. Y, claro, lo que se encuentran, por muy exigente que uno se ponga, es infinitamente mejor de lo que se ha dicho.

«J´est l´autre» – Hemos hablado de tus referencias poéticas. Con respecto a la novela, además de los anteriormente vistos, consideras a algún autor… – Quizás, incluso se le menciona en la novela, a Magris.
A El Danubio.
También hay una mención a Albert Camus, en un texto breve, El verano, donde él habla de su ciudad, Argel. No mucho más. Ya te digo que no soy un buen lector de novelas. Además de los ya citados, ciñéndome a los vivos, Sebald, otro escritor fronterizo. Gente que ha entremezclado los géneros y que saca una cosa un tanto híbrida, como mezcla de cosas. Leí, como antes te decía, El cuaderno rojo, de Paul Auster, donde se mezcla lo biográfico con lo puramente literario. Últimamente, ya te digo, estoy cada vez más convencido de que la única manera de salvarse de la intertextualidad, y de los plagios, y de las repeticiones, es agarrarse a lo que uno conoce mejor, por eso nada como uno y sus circunstancias como tema literario. Emboscado de la manera que quieras, no haciendo “autobiografismo”, que es una tontería, porque uno cuando habla de uno ya está mintiendo. Si acaso, biografía. Este desdoblamiento que tanto hay en mi poesía como un tema recurrente, que también remarcaba Juan Cano. Esto del doble, del otro, algo borgeano por excelencia. – «J´est l´autre», que diría Rimbaud. – … eso de que uno es una «confederación de almas», como explicaba Pessoa. Es decir, somos seres múltiples. Y, en ese sentido, hay que aprovechar esa multiplicidad, pero siempre en torno a lo mismo: a uno y sus circunstancias para no perder de vista lo que conoce o quiere conocer.
El lema “Yo es el otro” también lo rescata frecuentemente, reiterándolo una vez más, Paul Auster…
Efectivamente, claro, si es que este hombre dio con la frase del siglo. Somos gente esquizofrénica, en ese sentido. Siempre estamos…, según con quién hablemos y en qué circunstancias estemos, nos presentamos de una forma o de otra. Por tanto, en la literatura se puede jugar con todo eso. Tú estás hablando de ti, pero ¿quién sabe que estás hablando de ti?. – Tu próximo libro se publica en… – En enero. Se titula Mecánica terrestre. Hace ya siete años desde la publicación de Ensayando círculos. Al día de hoy, estoy satisfecho. Creo que es uno de mis mejores libros. Uno sabe, si es sincero consigo mismo, que hay libros que siente más próximos, que siente mejores, entre comillas. Este libro es uno de los más extensos. Yo venía publicando un libro de poesía cada dos o tres años, y ahora han pasado siete. Eso sí, en 1999 publiqué un poemas extenso, El reino oscuro, en Mérida. Espero no decepcionar a los lectores nuevos y a los de siempre, que han tenido el atrevimiento de leerme como novelista y que ahora me recuperan como poeta. Esta puede ser una sensación extraña.

Afortunadamente, se recuperó al poeta, y al mejor poeta. La acogida de Mecánica terrestre fue muy buena, y con ella pudimos leer nuevas composiciones que reiteran a un escritor sólido, imprescindible. Hoy, enero de 2004, Álvaro Valverde continúa viviendo en Plasencia, vuelto hacia una escritura perpetua que será, sin duda, material de referencia. Ha tenido la extraña capacidad de permanecer y de formar parte en la cultura finisecular de un lugar ajado al oeste de Europa. Y en el de un Territorio mucho más amplio: el espacio que se otorga a todos aquellos escritores que han sabido erigir un mundo. Participará, no me cabe duda, en las primeras composiciones de futuros sucedáneos. Como referencia, como piedra angular, conservando, allá en la distancia, una voz propia, una extraña forma de vida, por citar a Vila-Matas. Y todo ello pese a quien pese, por citar a alguna concejala de provincias.




Entrevista realizada por Álex Chico Morales, en Plasencia, a 20 de octubre de 2001. Publicada en Kafka, revista de humanidades, nº 2, Salamanca, Junio, 2003.

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Proyecto de Edición Libro de notas

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Datos Bio-bibliográficos

Álvaro Valverde

(Plasencia, España, 1959)

Bibligrafía escogida:
Territorio, Diputación Provincial de Badajoz, 1985.
Las aguas detenidas, Hiperión, 1988.
Una oculta razón, Visor, 1991.
A debida distancia, Hiperón, 1993.
Ensayando círculos, Tusquets, 1995.
El reino oscuro, Editora Regional de Extremadura, 1999.
Mecánica terrestre, Tusquets, 2002.

Enlaces:
Poema

Biografía

Otras artes poéticas del autor:

Más información en la wikipedia: Álvaro Valverde

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